Seis nuevos ladrillos. Finalmente, en Johannesburgo se acordó la ampliación de los BRICS -que estuvo precedida, como se sabe, de no poca incertidumbre-. Para China, la incorporación de nuevos miembros supondría ensanchar un auditorio que, aunque no lo diga, considera como propio. Para Rusia, un respiro, quizá, en medio del aislamiento que la rodea. Para India, un doble desafío: en su estrategia de aproximación a Occidente y en su interés de contrapesar a China. Para Brasil y Sudáfrica, una potencial encrucijada: para la visión que tienen de sí mismos en el acrónimo y en su entorno regional, así como para su pretendida “equidistancia” geopolítica.
En todo caso, si algo añade al bloque la ampliación, es una heterogeneidad aún mayor y un sesgo que no todos (ni dentro ni fuera) digerirán fácilmente. Por ahora, la aritmética superficial con la que se entretienen algunos -sumando indicadores para deducir del agregado la relevancia del conjunto ampliado- no es más que un non sequitur. Aún con la ampliación, o incluso más a causa de ella, a los BRICS les sobra peso y les falta vuelo. Más allá de la retórica, al menos en el corto plazo, seguirán estando lejos de ser un G11. Lo cual, por supuesto, no minimiza el alcance simbólico de su expansión. Un alcance que también tiene, a su manera, la apurada solicitud de Indonesia, en la hora final, de no ser incluida entre los invitados a ser socios del club.
¿La placenta de una guerra? Mientras no cesa la guerra en Ucrania -que Putin, vía Internet, volvió a justificar ante los BRICS-, preocupa la posibilidad de que otra se esté gestando en el Sahel, como consecuencia de una trama cuyo último episodio ha sido el golpe de Estado ocurrido en Níger semanas atrás. Trama que enredan el yihadismo que opera en la región; la retirada francesa, clave en su contención; la irrupción rusa, que quién sabe cómo evolucione tras el “volátil” deceso de Prigozhin; y el intercambio cada vez más tenso de gestos y mensajes entre los golpistas nigerinos, por un lado, y la Cedeao, por el otro. Mensajes y gestos que involucran ya a la UE -a la que ésta ha solicitado que contribuya “a los costes operacionales de la fuerza de reserva que será desplegada”-, a Malí y Burkina Faso, a los que aquellos han autorizado a intervenir en su apoyo “en caso de agresión”.
Fly me to the Moon. Parece que si alguna potencia está en declive es Rusia, así en el cielo como en la Tierra. El fracaso de la Luna-25 y el éxito de la Chandrayaan-3, dicen mucho de la carrera espacial contemporánea, no sólo en términos científicos y tecnológicos, sino astropolíticos. El polo sur de la luna, con su capa de hielo, es la opción más obvia para emplazar, en el futuro, un asentamiento permanente. Allá ha llegado India antes que nadie, y apenas dos meses después de suscribir los Acuerdos Artemisa, liderados por Estados Unidos para regular las nuevas condiciones de la exploración, la explotación de recursos, y la cooperación internacional en el espacio ultraterrestre.
*Analista y profesor de Relaciones Internacionales