Se cuenta que Barak Obama tuvo como senador un éxito inmenso con la utilización del Twitter. Luego, ya siendo presidente, quiso seguir utilizándolo febrilmente. Pero fue tal el desconcierto administrativo que esto provocó en los Estados Unidos que sus propios consejeros de la Casa Blanca le recomendaron que abandonara el Twitter. Y así lo hizo.
Es entendible: el Twitter en manos de un presidente se transforma en arma mortal para dar órdenes perentorias o que se interpretan como tales por la administración pública y por la gente. Un trino presidencial no tiene el mismo significado que el de un ciudadano cualquiera.
Termina desinstitucionalizando gravemente la buena marcha del Estado. La inmediatez que rodea las ordenes u opiniones presidenciales lanzadas a través de trinos conduce a que los propios ministros se enteran a menudo de las orientaciones gubernamentales, no en los consejos de ministros como sería lo normal, sino a través de las redes sociales. Las mismas decisiones de la administración pública se transforman en fogonazos electrónicos detrás de las cuales no hay ni el debido estudio, ni el soporte presupuestal, ni la sindéresis apropiada. Y, por supuesto, como son el fruto de la improvisación, frecuentemente tienen que corregirse o echárseles para atrás.
Y eso es precisamente lo que le viene sucediéndole a la administración Petro.
Un día anuncia por Twitter que el gerente de la federación de cafeteros debe hacerse a un costado, cuando tal no es el procedimiento ni para remover ni para elegir la cabeza de un gremio privado como el cafetero. Otro día da órdenes para construir una variante de doble calzada entre Popayán y Pasto sin tener la más remota idea de sus costos y sin ningún tipo de estudios. Así como anuncia un tren entre Barranquilla y Buenaventura lo hace para advertir que primero renuncia sin hay que elevar la edad de las pensiones en Colombia, a pesar de que su ministro de hacienda acababa de decir que ese era un tema que debería al menos considerarse.
En otra ocasión anuncia, también por Twitter, que ha reconsiderado su afirmación de campaña y que ahora sí va a renovar la flotilla de aviones de combate para renovar la desueta de Kafires. Pocos días después nos sorprende un nuevo Twitter palaciego en sentido contrario: ya no habrá -al menos por el momento- nuevos aviones. El 31 de diciembre pasado anuncia jubiloso por Twitter que hay un cese al fuego listo con el Eln y que será por seis meses. El reproche vino inmediatamente, como es sabido, de las toldas del mismo Eln.
Y así podríamos seguir recordando la seguidilla de trinos presidenciales que ha sido necesario revocar o matizar por el gobierno del cambio.
Las normas de la administración pública tenían como principio cardinal aquel de: “publíquese y cúmplase” como vía para anunciar y fijar la vigencia de las normas jurídicas. Así se les daba les daba la debida publicidad publicándolas en los diarios oficiales, la gente se familiarizaba con ellas, y su vigencia comenzaba normalmente cuando terminaba el plazo señalado en su correspondiente publicación.
En este gobierno las cosas no parecen darse así. Las órdenes gubernamentales, como los ukases en la antigua Rusia, comienza a tener vigencia a partir de la fecha en que los Twitter presidenciales hacen su sorpresiva aparición en las redes sociales.
Sería bueno volver a la sana costumbre que recomendaba el viejo y sabio código de régimen político y municipal: las normas se anuncian y rigen solo a partir de su publicación en el diario oficial; y es en ese momento cuando normalmente comienza su vigencia.
Eso lo entendió muy bien Barak Obama: ojalá Gustavo Petro siga también ese sabio consejo. El “publíquese y cúmplase” de siempre, no es recomendable sustituirlo ahora por el novedoso “trínese y cúmplase”.