Desde la impunidad concedida por las mayorías liberales de la Cámara de Representantes al Presidente Ernesto Samper, Colombia convive con la corrupción. Se aceptado el dinero sucio como el actor principal en toda clase de elecciones. Para colmo, ninguna arca, por más monedas que atesore se siente llena. La codicia impulsa a más y a más fortuna.
Hoy, como en nuestro reciente pasado, hay aumento de la demanda por las drogas ilícitas, lo que sumado a la percepción de que el gobierno Petro decidió optar por el “dejar hacer”, ha facilitado que las bandas criminales se sientan a sus anchas delinquiendo sin control. Está en juego la existencia misma del Estado Nacional en amplias regiones del país.
El dinero a raudales que corre por los caminos de la economía, cada día menos subterránea, llega a los bolsillos del Pacto Histórico en plena campaña presidencial, según las declaraciones de Nicolás Petro a la Fiscalía y a la revista Semana. Más allá del debate sobre las pruebas correspondientes y de sus consecuencias políticas, estamos ante un drama humano de tanta intensidad que nos recuerda las tragedias de W. Shakespeare: Julio César, por ejemplo.
Un joven político ambicioso, cuyo padre es el Presidente de la República, y que está convencido de haber contribuido en la victoria, es presa fácil de la adulación y de la tentación que le ofrecen las mafias, dispuestas a rapar cualquier pedazo de poder que se les ofrezca. Los mafiosos son ostentosos, hacen valer su dinero y necesitan que se sepa a quien le dieron. Así es como mantienen su imperio criminal.
Nicolás Petro se siente en la plenitud de su vida política. Viaja a Bogotá a entrevistarse con los ministros: exige su cuota de burocracia que le permita demostrar su influencia descarada. Pero, las flechas de Eros conducen a la traición de las sábanas. Quien fuera su esposa se venga contando con detalles las transacciones delictuosas de su expareja. Nicolás sorprendido e indefenso escucha la frase insensible: “Yo no lo crie”. En ella se resume la exclusión, la soledad, de la desconsideración sufrida desde los primeros años.
Sin embargo, esa frase no fue dicha con desamor, fue lanzada desde las alturas del poder duramente luchado y, por fin logrado. No se podía permitir que fuera honorado moralmente. El tenaz opositor, con verbo de savonarola, no se dejaría acorralar en su propio terreno.
Seguro del cariño de los suyos, afirma en Sincelejo: “Mi hijo no ha dicho eso” … Cuando ya estaba dicho todo: “No me voy a inmolar por mi papá”
“Tiempos de ignominia, cuando en Roma ya no queda sangre en su linaje”, (Julio Cesar acto I) exclama Casio, tratando de convencer a Bruto, que se sume a los conspiradores”
La entrevista de Vicky Dávila a Nicolás Petro es una clase de periodismo severo, responsable e incisivo. Se advierte que Vicky comprende lo que está pasando por el alma del joven ambicioso que vio trastocar su mundo de la noche a la mañana, y que pone frente al reto del destino incierto, una base, inamovible, el amor por su hijo que está por nacer. ¿Ese sentimiento noble expresado con insistencia, es una respuesta inconsciente al padre ausente de su vida? No imaginas lo mal que me siento, Vicky. Tengo muchos contrastes internos, muchos recuerdos. Pero mi hijo está por encima de todas esas circunstancias y de todas las personas (semana 2147)
En esa confesión se sinteriza todo el drama humano, moral y político que vive y sigue viviendo Nicolás. Hay como unos toques de humanidad en sus palabras que logran conmover y desearle mejor suerte en el futuro.
Gustavo Petro, presidente y padre, sufre a su vez. No alcanzó a detener la flecha que lo hiere más hondo. Ha preferido el silencio para no debatir con su hijo que se aleja. Hay mucho de comprensible en ese silencio. Los idus de agosto son indescifrables.
Mientras tanto, el presidente sigue su lucha obsesionada contra el capital, objetivo fundamental de su obsoleto ideologismo. Desconoce que, en democracia, gobernar es concertar.