Esta frase, pero afirmativa, la dijo en abril de 2021 Dmitri Kolak, un alto oficial del Kremlin. De hecho, Ucrania, que tiene una extensión un poco mayor que la mitad de Colombia y 45 millones de habitantes, es pieza clave en el ajedrez político de Putin de crear la “nueva Rusia”, una copia de la URSS en pequeño. Limita con Bielorrusia al norte, con Rusia al noreste y al sur con el Mar negro. Para Rusia es un vecino vital por su acceso al Mar Negro, que le da salida al Mediterráneo. Los otros vecinos, Polonia, Eslovaquia, Hungría y Rumania al oeste son miembros de la Unión Europea y de la OTAN, y por eso es más difícil darles jaque mate. Y lo mismo vale para Estonia, Letonia y Lituania al norte, otros posibles candidatos a la nueva Rusia.
Ucrania firmó en 1997 un pacto con la OTAN, pero Putin se opone visceralmente a que entre en esa organización.
Lukashenko, presidente de Bielorrusia desde 1994, firmó un acuerdo de cooperación con Rusia en 2000 y ha implementado políticas similares a las de la era soviética (como la socialización de la economía), y algunas otras características que la asimilan a un estado miembro de la Federación Rusa, aunque formalmente no lo sea; pero sí es un alfil de Putin en el caso ucraniano. Rusia tiene unos 100.000 soldados y equipo militar altamente sofisticado, algunos en Bielorrusia, que amenazan a Ucrania.
En 195, la URSS había cedido formalmente a Ucrania la península de Crimea, pero Putin, ante la mirada pasmada de la OTAN y de los Estados Unidos, la ocupó de nuevo en 2014.
A finales de 2013 se inició la revolución que destituyó a Yanukóvich, lo que Rusia consideró que era un golpe de Estado, tras lo cual surgió un conflicto en el sureste, donde la mayoría de la población es de origen y lengua rusos.
El gobierno actual de Ucrania es de tendencia europea y, desde hace tiempos, Rusia ha estado diciendo que existe la posibilidad de una “limpieza étnica”, como la de Srebrenica en la antigua Yugoslavia, lo que los autorizaría para una “intervención humanitaria”, un eufemismo para una acción bélica.
Hace unos días el Pentágono acusó a Rusia de preparar una "operación de bandera falsa" (“false flag operation”), para llevar a cabo sabotajes contra los rebeldes respaldados por Rusia y para tener un pretexto para la invasión. Rusia lo niega, pero Biden insiste en que Putin quiere “intervenir” en Ucrania, pero no quiere una “guerra en toda la regla”. En esa apreciación lo acompañan la UE, la OTAN y la OSCE. Las reuniones entre Blinken y Lavrov no han conducido a nada.
Ucrania ha insistido en una gran cumbre del “cuarteto de Normandía” (formado por Rusia, Ucrania, Alemania y Francia) para resolver el conflicto en el sureste de Ucrania, similar a la que alcanzó el Acuerdo de Minsk en 2015 que incluyó un cese al fuego incondicional, prohibió la entrada de armas pesadas al frente, ordenó la liberación de prisioneros de guerra y una reforma constitucional en Ucrania, todo bajo la supervisión de la OSCE. A eso se ha referido Macron en sus llamadas a Putin.
Putin juega a la debilidad de Biden, pero esa debilidad no existe en la OTAN que ha dicho que defenderá a Ucrania a como dé lugar.
¿El problema actual será, ciertamente, el principio del fin para Ucrania y el comienzo de la nueva Rusia? Podría ser, si la OTAN afloja. Pero de guerra nuclear, nada. Ni Putin, ni Biden corren el riesgo.