La atención del mundo parece estar concentrada en Ucrania. Es apenas lógico: se trata del episodio más crítico en materia de seguridad europea de las últimas décadas. No es una hipérbole: lo que está en juego no es sólo la suerte de Ucrania (lo cual no les hace ningún favor a los ucranianos). Y, además, quién sabe hasta qué punto el actual preludia otros episodios por venir del gran drama geopolítico que está en pleno desarrollo.
El presidente Biden advierte que es posible una intervención rusa en Ucrania, el próximo mes. Su homólogo ucraniano, que por obvias razones no quiere echarle más leña al fuego, sale a matizar: la amenaza existe, pero no es más inminente que hace algunos meses. El jefe de la inteligencia alemana “cree” que Rusia no ha tomado aún ninguna decisión. Francia intenta revivir el cuarteto de Normandía y de paso, definir el lugar que le corresponde a la Unión Europea en el escenario. Los finlandeses reiteran que, aunque por ahora su adhesión a la Otan no está en la agenda, “es una posibilidad futura”. China, que observa expectante el curso de los acontecimientos, y toma atenta nota, ha fijado su posición: “las preocupaciones de seguridad de Rusia deben tenerse en cuenta” (¿y las de Ucrania?).
Pero la cuestión ucraniana es sólo un árbol en el frondoso bosque de la geopolítica contemporánea.
El reciente golpe de Estado en Burkina Faso (que significa “tierra de hombres honorables”), se añade a los otros cuatro que han tenido lugar en África Occidental durante el último año y medio. Más allá de lo que ello podría significar en el contexto de un aparente “retroceso democrático” en el mundo, del que dan cuenta distintos reportes e informes, no puede soslayarse el hecho de que esa región se ha convertido en una zona roja, en la que el yihadismo se ceba con la población civil a medida que Al Qaeda y el Estado Islámico ganan terreno a las fuerzas estatales, y no obstante el despliegue de contingentes extranjeros.
Corea del Norte va ya por su sexta prueba de misiles este año (del que apenas ha transcurrido un mes). Unos balísticos y, según Pionyang, al menos un par hipersónicos, término al que hay que irse habituando, y no sólo por cuenta de las recurrentes transgresiones de Kim Jong-un al severo régimen de sanciones y prohibiciones establecido por el Consejo de Seguridad (y no siempre respetado por algunos de sus miembros).
En Afganistán parece estarse fermentando una crisis humanitaria, que habrá que ver si ayuda a contener la flexibilización condicionada de la posición de Estados Unidos y los europeos, recién anunciada.
Y en Yemen se sigue librando -e intensificando- una guerra civil, no sólo entre las facciones progubernamentales y los rebeldes hutíes, sino entre Arabia Saudí (y sus socios del Golfo) e Irán, al mejor estilo de las guerras transitivas entre las superpotencias durante la Guerra Fría.
A veces el árbol no deja ver el bosque. Quizá por eso es tan peligrosamente fácil extraviarse.
*Analista y profesor de Relaciones Internacionales