Un amigo al que le conté que iba a escribir este artículo me dijo: no lo hagas; eso de la constituyente no es más que otro globo de distracción que lanza Petro. No vale la pena. Él lo que quiere es ponernos a todos a hablar del tema.
Sin embargo, pensándolo bien -globo o no globo- el asunto es demasiado serio como para no ocuparse de él.
La Constitución del 91 es suficientemente clara cuando en su artículo 374 dice: “La Constitución Política podrá ser reformada por el Congreso, por una Asamblea Constituyente o por el pueblo mediante referendo”
Hay pues tres y solo tres caminos para modificar la Constitución: por el Congreso que lo hace mediante actos legislativos; por una Asamblea Constituyente cuya reglamentación está bosquejada en el artículo 376 de la Carta: Mediante ley aprobada por mayoría de los miembros de una y otra cámara que podrán disponer que el pueblo en votación popular decida si convoca una Asamblea Constituyente, con la competencia, el periodo y la composición que la misma ley determine; o por un referendo constitucional como lo señala el artículo 378 de la Constitución cuya reglamentación y temario también corresponde definirlo al Congreso antes de someterlo a votación popular. Este fue el camino que promovió con mala fortuna por cierto el presidente Uribe durante su primer gobierno.
Son pues tres, y solo tres, los caminos posibles para modificar la Carta Política: Acto legislativo, Asamblea Constituyente o Referendo. Y en la preparación y autorización de todos ellos debe participar necesariamente el Congreso.
Ahora bien: Petro ha dicho que lo importante son los contenidos de la reforma, no las formas que se utilicen para hacerla. Dando a entender que entre las formas que se utilicen y los contenidos deben preferirse los segundos y presidirse de las primeras. Es decir, que, según él, los procedimientos no son importantes y pueden utilizarse caminos extralegales distintos de los señalados expresamente en la Constitución misma.
Parece sugerir el presidente en las ambiguas explicaciones que ha dado hasta el momento de la reforma constitucional o el ejercicio del “poder constituyente” como ahora lo llama, que no le preocupa el camino que se escoja así este sea ilegal o inconstitucional. Y esto es lo repite como un estribillo en cuanta reunión pública convoca por estos días.
El presidente tiene el deber ético de explicar a la ciudadanía qué es lo que está pensando exactamente, y cómo se implementarían sus novedosas ideas constitucionales si se llevan a la práctica.
Mientras no lo haga, los fragmentarios indicios que ha soltado apuntan a que está preparando “un golpe de Estado desde el interior del Estado mismo”. Pues no otra cosa sería una reforma a la Constitución tramitada por caminos distintos a los que contempla el título XIII de la Carta Política.
El dilema formas o contenidos que ha esbozado es además un falso dilema y contrarió a la Constitución que él juró respetar y defender cuando tomó posesión del alto cargo que ostenta.
Si echa por la arbitraria vía de desconocer las formas claras y explicitas que la misma Constitución ha indicado como los caminos que deben observarse para que la Carta se reforme, estaría cometiendo- como he dicho más arriba- “un verdadero golpe de Estado fraguado desde el interior del Estado mismo”. Él, que tanta alharaca hizo hace algún tiempo dizque por un golpe de estado blando que se estaría fraguando.
Pero que ahora- mientras no aclare su acalorado pensamiento constitucional- es el mismo presidente de la República el que parece estar preparando un golpe contra la esencia misma del Estado de derecho que es la Constitución.