Va quedando en evidencia, y tan claro como el vodka, que algún logro ha obtenido Rusia con la guerra de agresión que emprendió hace ya 81 días contra Ucrania. Aunque, al menos por ahora, ninguno de los que fácilmente creyó que alcanzaría, sobreestimando sus propias capacidades y subestimando las de Ucrania (entre otras, el tesón de los propios ucranianos y el formidable desempeño de Zelenski), así como la magnitud de la reacción del Occidente geopolítico. Es lo que suele suceder con toda política imprudente, hija de la testarudez y el autoengaño, de la que abundan los ejemplos en la historia -que es tan buena maestra como malos estudiantes son algunos líderes políticos-.
El ingreso de Finlandia y Suecia a la OTAN está hoy a la vuelta de la esquina.
En un giro radical, los finlandeses pondrían así punto final a una de las doctrinas cardinales de su política exterior: la neutralidad, o más bien -como empiezan ellos mismos a explicar con matices- el “no alineamiento militar”. No se puede decir que sea un capricho del gobierno de Helsinki. El 20 de enero, la primera ministra declaró que, sin perjuicio del derecho de Finlandia a hacerlo en el futuro, era “muy improbable” que ello ocurriera durante su mandato. Pero, al ritmo de la agresión rusa a Ucrania, el futuro parece haberse convertido en presente. El apoyo de la opinión pública finesa a la adhesión de su país a la alianza ha aumentado contundentemente: del 28 % a comienzos del año al 76 %, según una encuesta divulgada apenas el lunes pasado. Si Finlandia y la OTAN dan el paso definitivo en esa dirección, Rusia habrá ganado… 1.340 kilómetros más de frontera inmediata con su némesis euroatlántica.
La sintonía de los suecos con los finlandeses no podría ser mayor. El dictamen de un comité interinstitucional convocado por el gobierno hace dos meses, en el que participaron todos los grupos parlamentarios, y dado a conocer el viernes, lo dice con todas las letras y justifica una cita completa: “La pertenencia de Suecia a la OTAN elevaría el umbral de los conflictos militares y, por lo tanto, tendría un efecto disuasorio en el norte de Europa. Si tanto Suecia como Finlandia fueran miembros de la OTAN, todos los países nórdicos y bálticos estarían cubiertos por garantías de defensa colectiva. Disminuiría la incertidumbre actual sobre qué forma tomaría la acción colectiva si ocurriera una crisis de seguridad o un ataque armado”.
Mérito de Putin y crédito que sólo a él corresponde. En noviembre de 2019 el presidente francés, Emmanuel Macron, diagnosticó a la OTAN con muerte cerebral. El 17 de marzo de este año advirtió que, al atacar a Ucrania, Rusia le había aplicado a la alianza comatosa un electrochoque que la había hecho despertar.
Putin: todo un taumaturgo. O, más bien, un aprendiz de brujo, como el niñato del poema de Goethe: “Los espíritus que convoqué / no puedo deshacerme de ellos ahora”. Aunque no falte quien diga que la culpa es de la escoba.
*Analista y profesor de Relaciones Internacionales