El país está saliendo de una crisis que nos afectó, como al mundo, en muchos aspectos de la vida, especialmente el económico. El gobierno ha logrado que los indicadores actuales sean de los mejores en América Latina y a nivel mundial. Estamos entre los países con mayor crecimiento de la OCDE. Durante el primer trimestre de 2022, el PIB creció 8,5%, cuando en la prepandemia no llegaba al 5%. En marzo de este año, la tasa de desempleo fue del 12,1%. Es cierto que antes de la pandemia la tasa era inferior al 10% pero por el covid19 subió hasta 16%. La mejora es principalmente en el empleo femenino. La pobreza bajó a 39.3% (en 2020 era 42.5%) y la pobreza monetaria bajó de 15.1% a 12.2%, cubierta en buena parte por los ocho subsidios del gobierno y teniendo en cuenta la población inmigrante. La inversión extranjera creció 36.3% entre 2021 y 2022, como lo hicieron las exportaciones, especialmente las no mineras. Todo lo anterior no impidió que, en materia de infraestructura, educación y otros aspectos, las mejoras fueran impresionantes. No obstante, los índices de apreciación de Duque, aunque han mejorado, no reflejan lo que en realidad se ha hecho.
Por otra parte, Petro sigue liderando las encuestas, a pesar de que la experiencia de otros países (Cuba, Venezuela y Nicaragua, entre otros) no lo ayuda, como no lo hace su propia gestión como alcalde de Bogotá en la que lo de las basuras fue solamente la tapa. Los déficits en salud, educación y pobreza, los escándalos de contratos y del SITP, la máquina tapahuecos etc. lo consagran como el peor alcalde de la ciudad en décadas. Su administración fue la que más recursos tuvo, pero la que menos obras hizo.
Sus programas presidenciales parecen un chiste. No solamente por proponer que se suprima la explotación y exportación petrolera y gasífera y se sustituya por la de aguacates, sino porque quiere parar el proyecto de Hidroituango, que de su costo estimado en 18 billones de pesos le falta solamente el 30% y está a punto de empezar la generación de energía. Construir un tren elevado entre el Pacífico y el Caribe; o prometer a cuanto corrupto, terrorista y narcotraficante está preso, un “perdón social” a cambio de votos; o anunciar la estatización de los fondos privados de pensiones; o ser enemigo declarado de la producción de azúcar o aceite palma o de los huevos, que dice que son importados de Alemania, son algunos de sus proyectos. Sus propuestas impositivas (según él los ricos -que son los que pagan los impuestos, no pagan)- espantan la inversión extranjera y la nacional porque nuestras tarifas tributarias son de las más altas del mundo.
El “señor de las bolsas” (ustedes saben a qué me refiero) ha tenido que salir a explicar o a desmentirse de tanta barbaridad o ir a notarías a prometer que no va a expropiar. Pero a la izquierda no hay que creerle y para ello basta revisar la historia de Chávez.
Hay quienes dicen que no debemos preocuparnos porque no tendrá las mayorías en el Congreso. Si Petro gana se dará mañas para doblegar esas mayorías, así sea echando las turbas a la calle en lo que experto, y convocaría una constituyente, como lo hizo Chávez y están buscando hacerlo Castillo y Boric. Podremos despedirnos de este país que, con todos sus defectos, nos ha permitido vivir con libertad.
Este país no lee, si lee no entiende y si entiende se obnubila políticamente. Esperemos que eso no se refleje en las elecciones. Sería un suicidio.