En un mundo que avanza a pasos agigantados, dominado por la tecnología y la inmediatez, las reuniones familiares se han convertido en espacios valiosos que trascienden lo cotidiano. Recientemente, tuve el privilegio de reunir en mi hogar a cuatro generaciones de mi familia paterna y materna, así como a los miembros de la familia materna de mi esposa. Este encuentro fue una experiencia enriquecedora que me llevó a reflexionar sobre la importancia de rescatar la cultura del encuentro y no relegarla exclusivamente a velorios o matrimonios.
El papa Francisco, en múltiples ocasiones, ha destacado el valor de las familias como escuela de humanidad. En su discurso durante el Encuentro Mundial de las Familias en Filadelfia (2015), enfatizó: “Los abuelos son la memoria viva de un pueblo; ellos nos transmiten la sabiduría del pasado y nos enseñan a mirar hacia el futuro con esperanza”. Esta frase resuena profundamente en el contexto de encuentros multigeneracionales, donde las historias, los consejos y las enseñanzas de los mayores se convierten en un tesoro invaluable.
La cultura del encuentro implica más que la reunión física; es un acto de escucha activa y diálogo sincero. Al compartir con mis familiares, redescubrí nuevas narrativas: historias de resiliencia de mis tías, anécdotas de juventud y reflexiones profundas de los más jóvenes, en medio de la jovialidad de verse, al menos una vez al año. Este intercambio generacional no solo fortalece los lazos familiares, sino que también construye un legado cultural y emocional.
En su encíclica Fratelli tutti, el papa Francisco subraya que “una sociedad que descuida a los mayores, que no les da lugar, que no les permite ser portadores de su sabiduría y experiencia, es una sociedad rota”. Escuchar a los mayores no solo es un acto de respeto, sino también un deber para mantener viva la memoria colectiva. En un encuentro como el que viví, pude ver cómo las palabras de los mayores despertaban la curiosidad de los jóvenes, creando un diálogo intergeneracional que enriqueció a todos los presentes.
Por otro lado, el filósofo Martin Buber hablaba de la importancia del encuentro en su obra Yo y Tú. Para él, la relación humana genuina se fundamenta en el reconocimiento del otro como un “Tú”, un ser con dignidad y experiencia propia. En este sentido, una reunión familiar se convierte en un espacio para reconocer y valorar la unicidad de cada integrante.
Fomentar encuentros familiares es también una manera de contrarrestar la soledad y el aislamiento, especialmente en una época en que muchos mayores viven alejados de sus seres queridos. Según estudios, el contacto familiar frecuente puede mejorar la salud mental y emocional de las personas, fortaleciendo el sentido de pertenencia.
En conclusión, rescatar la cultura del encuentro es un acto de amor que nos permite construir puentes entre generaciones, preservar la memoria y fortalecer los lazos familiares. Como sociedad, debemos promover estas reuniones más allá de los eventos formales y hacer de ellas una práctica habitual. En palabras del papa Francisco: “No tengamos miedo de ser una familia de puertas abiertas; el encuentro y la acogida son el camino hacia una humanidad más plena”.