Las ciudades ocupan en los asuntos globales un lugar -y tienen una relevancia- que, paradójicamente, suele ser prácticamente invisible para los gobiernos nacionales, las organizaciones internacionales, los líderes locales, y sus propios habitantes.
El 56 % de la población del planeta habita en ciudades y esa proporción podría llegar al 70 % en dos décadas. Por lo que respecta a la economía, las ciudades representan el 80 % del PIB mundial. Algunas megalópolis tienen una población y un peso económico que excede con mucho la de varios países. Concentran, además, los principales nodos de educación, investigación, e innovación. Las ciudades experimentan de un modo particular el impacto de fenómenos como la violencia, la migración, la pobreza y la vulnerabilidad, la sobreexplotación del suelo y los recursos hídricos, la dependencia de infraestructuras críticas, los desastres naturales, y el cambio climático (entre otras cosas, el 70% de los gases de efecto invernadero es emitido en las áreas urbanas).
En ese sentido, su invisibilidad no podría ser más sorprendente e inverosímil. Por fortuna, poco a poco se ha despertado alguna conciencia sobre el absurdo que esto supone. Un reporte elaborado el año pasado por un comité de expertos recomendó al secretario general de la ONU la “inclusión significativa de ciudades y regiones en el sistema multilateral” como un aspecto clave para recuperar la confianza en el multilateralismo. El Departamento de Estado de los Estados Unidos creó en 2022 una Unidad para la Diplomacia Subnacional. Desde hace tiempo se han configurado redes, foros y asociaciones permanentes de ciudades. En varios encuentros internacionales éstas convocan y protagonizan actividades paralelas, e incluso han celebrado sus propias cumbres. Algunas han creado sus propias instancias para impulsar sus intereses con interlocutores externos de diversa naturaleza.
El turno es ahora para Bogotá. Aunque anteriores alcaldes no fueron indiferentes a la dimensión internacional de la ciudad, esta vez podría llegarse más lejos. Por primera vez, “lo internacional” está incorporado al Plan de Desarrollo Distrital. La antigua Dirección Distrital de Relaciones Internacionales se ha transformado en una consejería vinculada directamente al despacho del alcalde, con el propósito de enfocar y coordinar esfuerzos dispersos y hacer de “lo internacional” un elemento transversal en la visión y la acción de los diversos sectores de la administración distrital. La estrategia de internacionalización Bogotá: una ciudad de puertas abiertas al mundo, presentada la semana pasada, señala la ruta que debe transitarse para hacer visible la ciudad y promover su inserción efectiva en el escenario global.
No será fácil. Esa consejería tendrá que vencer resistencias y celos burocráticos, lograr acuerdos y negociar compromisos (que, por definición, no dejarán satisfechos a todos), desarrollar capacidades estructurales, convocar e involucrar eficazmente distintos actores -empresas, academia, organizaciones cívicas, medios de comunicación-, y establecer al menos un diálogo fluido con la Cancillería (usualmente reacia a cualquier cosa que pueda implicar una intromisión en lo que considera su feudo). Además, en esta materia la opinión pública tiende a ser indiferente, escéptica, y crítica gratuita -quizá más por desconocimiento e inadvertencia que por cualquier otro motivo-.
No será fácil, pero es la dirección correcta y merece la pena intentarlo.
*Analista y profesor de Relaciones Internacionales