Tiene razón el presidente ucraniano Volodomir Zelenski. Si algo ha quedado en evidencia durante los últimos meses es el desdén de Rusia (de Putin) por las instituciones internacionales, por los principios fundamentales del orden global contemporáneo. Lo dijo durante la visita del secretario general de la ONU, António Guterres, primero a Rusia y luego a Ucrania, y al fragor del ataque aéreo lanzado por Moscú sobre Kiev, que calificó como una muestra más de “los esfuerzos del liderazgo ruso para humillar a la ONU y todo lo que representa”.
También afirmó que semejante conducta “requiere la más fuerte respuesta”. Y en eso también tiene razón. No porque sea Rusia, ni porque sea Putin. Sino por la gravedad, formal y material, de las transgresiones al derecho internacional de las que son responsables. Que, en otras ocasiones, otros Estados hayan violado el derecho internacional en forma similar (y habría que ponderar qué tan similar, sin que ninguna ponderación los exculpe) no es eximente ni atenuante. Apelar al tu quoque -que ahora llaman whataboutism- es puro funambulismo argumentativo. Eficaz para confundir incautos, pero tan perverso como las acciones mismas que, con esa maroma, algunos pretenden excusar.
La repulsa ante la agresión rusa es universal. Porque son universales las instancias que la han expresado, como la Asamblea General de las Naciones Unidas -incluso con arreglo a un procedimiento extraordinario de emergencia-, o la Corte Internacional de Justicia, en una providencia que ordenó a Rusia la inmediata suspensión de sus operaciones militares en territorio ucraniano. Ni las abstenciones de algunos Estados en la primera -que obedecen a muy diversas razones, y no entrañan de suyo convalidación ni licencia de la conducta rusa-, ni los votos en contra de dos de los quince jueces de la segunda -cuyo Estatuto vincula a todos los Estados miembros de las Naciones Unidas, con independencia de que reconozcan o no la jurisdicción de ese tribunal- bastan para poner en duda esa universalidad.
Con frecuencia se abusa de la expresión “comunidad internacional”. Se apela a ella como si fuera un comodín o un fetiche. Acaba dando la impresión de no ser sino un significante vacío, una notion-valise en la que cabe todo y de la que puede sacarse cualquier cosa. El escepticismo sobre la existencia de la tal “comunidad internacional" no es del todo gratuito ni un mero prejuicio.
Pero la tal “comunidad internacional” existe. No como un conjunto homogéneo de Estados -por lo demás improbable-, ni mucho menos como expresión de su imposible unanimidad; sino como resultado de un vínculo jurídico que, en lo más esencial y necesario, no está sujeto a las voluntades individuales de aquellos.
Ese mismo vínculo que ha puesto en entredicho la agresión rusa contra Ucrania que, por eso, no es sólo contra Ucrania. El vínculo que da razón y fundamento a la repulsa universal que ésta ha provocado, y que no deja de serlo por el silencio y la ambigüedad de algunos, el equilibrismo de otros, o el extravío de los más pocos.
*Analista y profesor de Relaciones Internacionales