Una cumbre. La “Cumbre de las Democracias”, convocada por el presidente Joe Biden, en lo que parece un esfuerzo por recuperar para Washington el papel autoasignado de “líder del mundo libre”, mientras la democracia liberal parece atravesar uno de sus momentos más difíciles, incluso en casa del anfitrión mismo. Una cumbre a la que algunos han sido invitados y de la que otros han sido excluidos, sin que esté del todo claro el criterio elegido para ello; que parece confirmar que la tensión entre democracia y autoritarismo no será ajena a la emergente rivalidad entre grandes potencias que se está configurando en la escena geopolítica global, y que sería un error reducir a una “nueva bipolaridad” protagonizada únicamente por Estados Unidos y China.
Una videollamada. Entre el mismo presidente Biden y su contraparte rusa, al fragor del ruido que suena desde Ucrania, y de la que una cosa ha dicho la Casa Blanca y otra el Kremlin, que en lo único que parecen coincidir es en que habrá subsiguientes conversaciones -lo cual no es poca cosa, cuando el ruido puede fácilmente convertirse en furia-. Una videollamada que a unos ha sonado a apaciguamiento, a otros a acomodamiento, y que a muchos ha dejado en ascuas: en Berlín, que estrena gobierno; en Kiev, cuyo futuro se juega (una vez más) en un tablero ajeno; en Bruselas y, especialmente, en el este de la Alianza Atlántica.
Un cerco diplomático. El que ha venido construyendo China alrededor de Taiwán desde hace varios años, y que viene a estrechar aún más la decisión nicaragüense de reconocer a Pekín como “el único gobierno legítimo que representa a toda China”, incluyendo a Taiwán, que “forma parte inalienable” de su territorio. Ya son ocho los Estados que en el último lustro han cambiado Taipei por Pekín, en una desbandada que no compensa su participación en la mentada “Cumbre de las Democracias”, para molestia y rápido desquite del régimen de Xi Jinping.
Un boicot. El del “mundo anglosajón” -Estados Unidos, Reino Unido, Australia y Canadá- a los Juegos Olímpicos de invierno que se celebrarán en Pekín el próximo febrero, y que por ahora es sólo diplomático -habrá que ver si acaba siendo también, y hasta qué punto, deportivo-, y que sus promotores han justificado como apenas previsible ante el “genocidio en curso y los crímenes contra la humanidad” de los que a su juicio China es responsable en la región de Xinjiang, pero al que subyace mucho más que una condena humanitaria.
Y un interinato. El de Juan Guaidó -orador que tuvo tiempo propio, quince minutos de fama, quizá canto del cisne, ante el pleno de las democracias-, y cuyo barco parece estar haciendo aguas, abandonado por sus escuderos de antaño, bajo la mirada satisfecha de Maduro que, con el libreto ensayado en otras ocasiones, parece haberse salido nuevamente con la suya.
Son unas cuantas cosas de las que están pasando en el mundo. El que tenga oídos para oír, que oiga. Dichoso el que, además, entienda.
*Analista y profesor de Relaciones Internacionales