El uróboros es una serpiente que, en los jeroglíficos del antiguo Egipto, y, luego, en diversas culturas, aparece engulléndose su propia cola.
Como en el mito de Sísifo, este símbolo se refiere al eterno retorno, a lo que siempre vuelve y empieza, es decir, a los esfuerzos inútiles, porque algo que ya está a punto de lograrse, se desmorona, obligando así a un nuevo comienzo.
De hecho, el uróboros hace parte del escudo de armas del gobierno Santos. Es su emblema, su principal característica y su mejor definición posible.
En efecto, después de los notables esfuerzos contra el terrorismo y las organizaciones antisistémicas violentas durante el periodo comprendido entre el 2002 y el 2010, el urobórico Gobierno socavó todos los logros y comenzó una larga cadena de complacencia a los violentos que todavía no termina.
La obnubilación llegó a tal extremo que, delirante y alienado, el Ejecutivo, en su cleptomanía, alcanzó a creerse aquello de que “Colombia es una guerra menos en el mundo”, que se había logrado “el fin del conflicto” y que ahora “Colombia vive en paz”.
Por supuesto, cuando los extremistas violentos recrudecen sus acciones y se salen de sus parámetros criminales, el Gobierno hace la pantomima de sancionarlos con actos mediáticos intrascendentes.
Actos intrascendentes como, por ejemplo, “llamar a consultas” a un equipo negociador, tan solo para enviarlo de nuevo a la mesa de concesiones programadas pocas horas más tarde.
Para ponerlo en otros términos, el Jefe del Estado está padeciendo (deliberadamente ) las angustias del ya mencionado Sísifo, y clama a Dios para que termine pronto el suplicio pues, al haber firmado el papel del teatro Colón a finales del 2016, se ha visto ahora atrapado en año y medio de trampas, protestas, zancadillas y empujones.
En su fabulación fantástica, ¿no hubiese sido preferible firmar poco tiempo antes de haberse despedido de la Casa de Nariño para no tener que asistir, como está asistiendo, al derrumbamiento de su obra magna?
En cualquier caso, lo único cierto es que el país se desangra en medio de las mentiras, la complicidad, los brazos armados, la guerra subsidiaria y los privilegios conferidos a quienes son más eficientes en el campo del crimen organizado.
Por cierto, la Fiscalía ha revelado las cifras que confirman los resultados de una gestión cuyo pragmatismo (“todo es negociable”) tendrá que ser urgentemente revertido a partir de agosto.
Para no ir muy lejos, en 13 regiones y 27 municipios, que son la mejor muestra de lo que acontece en materia de seguridad y violencia, pululan los grupos armados que se disputan extensos territorios y recursos escasos con tasas de homicidios superiores a 100 (como en las guerras más sangrientas).
En pocas palabras, la tarea que se avecina para derrotar el “efecto uróboros” es, ciertamente, gigantesca e ineludible.
Basta con echarle un vistazo a lo que está sucediendo en Medellín y Cartagena, en 14 municipios específicos de Antioquia, 8 del Valle, 6 del Cauca, 5 de Nariño, 4 del Chocó ; o en San José del Palmar, Briceño, Tibú, Policarpa, Tumaco, Unguía, Mesetas, Saravena, el ‘Corredor de la Macarena’, el ‘Ferrocarril del Cesar’, Montañita, Uribe, Cartago y Mapiripán.