Por varios días se han extendido las protestas y los actos violentos en 170 ciudades y localidades de los Estados Unidos -incluida la capital, Washington-, mediante las cuales verdaderas multitudes han expresado la ira y el dolor que estallaron tras la muerte de George Floyd, un afroamericano de 46 años, quien fue vilmente asesinado por un policía en Minneapolis, al parecer por haber pagado algo en un supermercado con un billete de veinte dólares que se consideró -sin haberlo demostrado- falso.
El crimen fue registrado en un video que no deja lugar a dudas sobre la crueldad y la sevicia del uniformado, y que fue ampliamente difundido en redes sociales. El policía blanco, quien ya había dominado a Floyd -en el suelo y boca abajo-, mantuvo su rodilla durante casi nueve minutos sobre el cuello de la víctima -totalmente indefensa y sin posibilidad de respirar-, hasta que se produjo el deceso, ante la impotencia de varias personas que no tuvieron alternativa distinta a filmar la escena, pues aunque reclamaban por el abuso, eran neutralizadas por tres agentes policiales más, quienes custodiaban y protegían al asesino.
El impacto del video fue inmediato y se extendió como pólvora en todo el país y en el mundo, probando una vez más el inmenso poder de las redes, que algunos, pese a la evidencia, se niegan a reconocer.
Las protestas comenzaron en Minneapolis y se extendieron rápidamente hasta llegar inclusive a la Casa Blanca, cuyas luces se apagaron el pasado domingo en la noche mientras el presidente Trump era protegido en el búnker de la misma. Según las agencias internacionales de noticias, durante la madrugada del lunes la policía usó gases lacrimógenos para dispersar a los manifestantes enfurecidos, que atacaron pese al toque de queda, prendieron hogueras en las zonas adyacentes a la Casa Blanca, incendiaron comercios y hasta un baño público adyacente, y apedrearon las fachadas de numerosos establecimientos.
La violencia policial y el racismo han tenido allá muchos antecedentes, con una generalizada impunidad que ha colmado la paciencia de las comunidades, integradas no solamente por negros. Son muchos los blancos que participan del descontento y la rabia. La muerte de Floyd fue la gota que llenó el vaso, y las protestas son las más graves desde el asesinato de Martin Luther King el 4 de abril de 1968.
Sobre todo esto cabe reflexionar. El abuso de autoridad y el uso excesivo y desmedido de la fuerza por quienes, ejerciendo autoridad, deberían ser razonables y respetuosos de la dignidad, las garantías y los derechos de las personas, no tienen justificación alguna.
Y, por otro lado, la justificada reacción de las comunidades no debería ser violenta, pues como dijera el líder espiritual del budismo tibetano, el Dalai Lama, “La violencia sólo trae violencia”. También lo dijeron Juan Pablo II y Francisco: “La violencia no se resuelve con violencia”.
Lo dicho es válido para Colombia, en donde también hay abusos de autoridad, en donde el respeto a la vida ya no existe y la violencia campea, como seguimos viendo con horror ante la campaña de exterminio de líderes sociales.