La semana pasada fue semana de viajes. Blinken en Pekín, Li Quiang en Berlín, Modi en Washington. (Hasta el presidente colombiano en París, pero esa es otra historia).
La sucesión, e incluso simultaneidad, de estos viajes -considerados en conjunto- es, por sí sola, signo de los tiempos. Signo de los tiempos: una expresión que, en su sentido teológico, remite a “las esperanzas, las aspiraciones y el dramatismo”. Por analogía, valga una licencia aquí para darle un sentido más profano: el geopolítico. A fin de cuentas, en cuestiones geopolíticas, lo que sin duda abunda actualmente son “los acontecimientos, las exigencias, los deseos”, en los que, quiérase o no, todo el mundo participa y a todo el mundo conciernen. No sólo a sus protagonistas.
Por separado, cada uno de estos encuentros tiene, además, su propia relevancia, su propio simbolismo, y su propio significado. Son signo, si se quiere, de sus propios tiempos. Tal es el caso del que sostuvieron el primer ministro chino Li y el canciller alemán Scholz, cuyo telón de fondo es aún más interesante que el encuentro mismo.
Pocos días antes de la visita, Alemania adoptó formalmente su primera -sí, su primera- estrategia de seguridad nacional, en cuyo diseño venía trabajando desde el año pasado, cuando el señor Scholz anunció que había llegado un “momento crucial” para la política exterior alemana. Que el documento afirme sin edulcorante alguno que “Rusia es por ahora la mayor amenaza para la paz y la seguridad en la zona euroatlántica” no es ninguna sorpresa. En ello hay consenso en el llamado “Occidente geopolítico”, y quizá debería haberlo, más extendido, en relación con la paz y la seguridad internacionales. Lo que llama la atención es lo que dice sobre China, probablemente porque ningún otro de los Estados principales de la escena internacional ha definido hasta ahora con tal claridad lo que China representa.
En el contexto internacional -señala la estrategia alemana- “China es un socio, competidor, y rival sistémico”. Un socio, evidentemente, en el terreno económico (China es la principal contraparte comercial de Alemania, y Europa en general no puede darse el lujo de prescindir de sus relaciones económicas con China (ni ésta de las suyas con aquella). Socio también, asaz forzoso, “sin el cual no podrán resolverse muchos de los retos globales más acuciantes”.
Por otro lado, un competidor, igualmente en lo económico, pero además en lo tecnológico, en un momento que ya algunos califican -no sin generar alguna polémica- de “tecnopolar”. Y finalmente un rival sistémico, en el marco de una creciente multipolaridad en la que “algunos países intentan remodelar el actual orden internacional”, lo que tratándose de China se refleja en la sintonía de Pekín con Moscú, y en su visión crítica de las reglas y las instituciones internacionales y -sobre todo- del papel que en ellas juega Occidente.
No está mal considerarlo: sin que haya contradicción, China puede ser para Alemania, para Occidente, y para el mundo, varias cosas distintas al mismo tiempo. En medio de la confusión, la responsabilidad política exige el mayor discernimiento. Y hace rato que el mundo no era tan confuso como ahora.
*Analista y profesor de Relaciones Internacionales