El concepto de verdad ha sido objeto de innumerables reflexiones a lo largo de la historia. Filósofos, juristas, politólogos, matemáticos, entre otros, todos de gran talla intelectual, se han ocupado de develar lo que, en su criterio, significa “verdad”.
En términos sencillos, se encuentra que ella implica la correspondencia entre lo que pensamos, sabemos o decimos, con la realidad. Sin embargo, esta simple definición obliga a formular varias preguntas. Entre otras, si eso que denominamos “realidad” es a su vez cierto y por tanto ¿cómo contrastar lo que se piensa, dice o sabe con la realidad? Es allí donde cobra valor lo evidente y la evidencia, pues cuando uno y otra revelan el camino puede incluso sostenerse que al final se tendrá una “verdad de perogrullo”; aquella que es incontrastable y que negarla o esquivarla resulta disparatado. Como las que de manera graciosa y en verso manifestaba Sancho Panza al Don Quijote de Cervantes.
La verdad así entendida es un valor vinculado a la honestidad. Implica la actitud de mantener en todo momento la veracidad en las palabras y acciones, y va atada a otro atributo: el de la transparencia que a su vez entraña sinceridad, independientemente del escenario en que se encuentre quien está exponiendo el relato de los hechos de que se trate.
La verdad entonces no es algo que pueda manipularse al antojo de cualquiera y mucho menos depende de los gustos, convicciones o intereses de algunos.
Bien decía Aristóteles que verdadero es “decir de lo que es que es, o de lo que no es, que no es”.
Lo cierto es que, tratándose de sociedades, la búsqueda de la verdad y de la certeza en todos los ámbitos de la vida humana, constituye un valor ético en la medida que las personas del conglomerado adquieren un sentido de respeto ante los demás y ante las instituciones y autoridades que existen para garantizar los principios de justicia y de equidad y sobre las que se erige un halo de protección.
Así, la mentira, aunque sea PIaDOSA, se rechaza y condena en cuanto se entiende que con ella se burla la confianza del y en el sistema social. “Decir de lo que es que no es, o de lo que no es que es”, bien para evitar un mal mayor, para manosear a la autoridad, o para desviar la atención, es desleal, incorrecto e inadecuado. Por ello, aunque verdad y mentira son conceptos que se entrelazan, una sociedad debe despreciar la segunda para privilegiar la primera. Por muy escabrosas y escandalosas que sean las consecuencias de la verdad, los pueblos se fortalecen en sus cimientos mas profundos si se edifican sobre la solidez que ofrece la verdad.
Lo que es cierto y verdadero no admite interpretaciones ni otros significados. Tan simple como que “las cosas son como son” y no de otra manera. La mentira, en cambio, busca vericuetos para disimular o esconder las debilidades en que reposa; es torcida, oscura de principio a fin; y aunque puede alivianar el peso de los hombros de algunos, genera desequilibrios, corroe hasta los tuétanos y finalmente destruye. Eso si, siempre quedará en la conciencia íntima del tramposo una sombra (la culpa) imposible de borrar, que indefectiblemente terminará por disolver su corazón y su alma.
@cdangond