Víctor Corcoba Herrero* | El Nuevo Siglo
Domingo, 11 de Enero de 2015

El desprecio a la vida humana

 

El desprecio a la vida humana lleva consigo sanguinarios efectos. Un ser desenfrenado es insociable. Carece de afectos. Su pasión no es la razón de vivir, sino la razón de matar para satisfacer sus caprichos altaneros. La desolación lo contamina todo, y es tan brutal el contagio de locuras, que las pupilas de nuestros ojos empiezan a sentir miedo a poco  que caminemos por la vida. El aluvión de estampas crueles es tan fuerte que nos deja sin aire para respirar. La producción de absurdos es galopante. Todo este campo de salvajismos nos desborda, pero lo realmente nefasto es que nos acostumbremos a convivir con este tipo de violencias.

Esta siembra del terror no puede dejarnos indiferentes. Ha llegado el momento de la acción conjunta. Si en verdad nos sentimos una gran familia, estos dolorosos acontecimientos han de cesar. Hay que derrotar como sea, los crímenes contra el aprendizaje y contra la inocencia de tantos niños que asisten a la escuela. De igual modo hemos de vencer a los malhechores que autorizan, protegen o tapan, cualquier monstruosa hazaña. Asimismo es una profanación de la religión proclamarse terrorista en nombre de un Dios creador, que precisamente es todo lo contrario, amor verdadero. Y en cualquier caso, la ley del talión no es el camino más adecuado para incentivar una convivencia en paz.

Hace falta espigar otros abecedarios que nos abran la mente hacia climas de convivencia. Quizá el lenguaje de lo armónico pueda ser el gran instrumento de unión. Sabemos todos que el mutuo respeto es vital en toda relación humana, especialmente entre personas que profesan una determinada cultura o creencia religiosa. Lo acaecido en París contra el semanario satírico Charlie Hebdo es un verdadero ataque contra la libertad de pensamiento y de expresión. Las opiniones y las ideas han de fluir libremente. Cualquier libertad, la de amar, o la de movimiento, no es menos sagrada que la libertad de pensar. De lo contrario, sin ese poder de pensamiento, nos convertiríamos todos en auténticos fanáticos.

Pobre de aquella sociedad que no le dejan pensar, o no sabe pensar, o no quiere pensar, tampoco sabe vivir. En el fondo son las relaciones entre todos nosotros lo que da sentido a la vida; a una existencia en la que estamos inmersos y llamados a respetarnos, desde una actitud de consideración y estima hacia el otro, por muy dispar que nos parezcan sus ideas. Bajo estos sentimientos pienso que las religiones pueden generar mucho bien, haciendo crecer interiormente a la persona. Para alcanzar este objetivo, las familias, las escuelas, la enseñanza religiosa, pueden ser clave, pero también los medios de comunicación  social tienen un papel fundamental que desarrollar, y para ello, han de sentirse libres e independientes.

Por otra parte, jamás pensemos que una guerra, por necesaria o justificada que parezca deja de ser un crimen. Igual sucede cuando herimos a alguien en su dignidad o traficamos con su persona, no deja de ser un crimen. Por consiguiente, no sólo habrá que neutralizar a quien lo ha cometido, al fin todos nos vemos obligados a participar incondicionalmente en favor del ser humano, de una vida digna, de una vida que respete toda existencia humana. Todos tenemos derecho a vivirla y nadie puede truncarla.

corcoba@telefonica.net

*Escritor