Aquel antiguo pensamiento según el cual la violencia es la continuación de política, perdió vigencia desde el siglo pasado.
Lo expresado por Von Clausewitz en su obra “De la Guerra” (1830) quedó desueto hacia mediados del siglo XX. Decía este historiador que “la guerra, como expresión máxima de la violencia” es manera legítima de dar continuidad a la política, aunque por otros medios. Luego Lenin calificó a la violencia, expresada en guerra, como la partera de la historia. Revisando el pasado, tal vez ello haya sido cierto. No obstante, dejó de serlo desde que la no violencia, el diálogo y el ejemplo de vida de algunos líderes, demostraron que las grandes revoluciones son más eficaces y sus resultados imperecederos, si para hacerlas se utilizan métodos diferentes de la agresión y la destrucción. La evidencia indica que la expresión de ideas con amor y no con odio, contundentes pero reflexivas, genera grandes cambios y atrae a millones de personas.
Importantes fenómenos políticos que cambiaron la historia, el destino de pueblos y la configuración geopolítica son prueba de ello. ¿Cómo explicar el acercamiento entre la China de Mao y los Estados Unidos bajo la presidencia de Nixon, o la liberación de Polonia a partir del levantamiento pacífico de los sindicatos de Solidaridad o el colapso de la Unión Soviética a fines de los 80, sino a través de diálogo, resistencia pacífica o la persistencia de la juventud presionando para salir de la represión?
Ello fue entendido por algunos icónicos líderes mundiales. Gorbachov y Rajiv Ghandi, por ejemplo, al suscribir una declaración conjunta finalizando el Siglo XX, señalaron que “la vida de la comunidad humana debe fundamentarse en la ‘no violencia’. Cualquier fiolosofía y política basada en la violencia y la intimidación, en la desigualdad y la opresión o en la discriminación por la raza, el credo o el color de la piel, es inmoral e inadmisible”.
Ahora, la violencia no es sólo agresión física hacia personas o infraestructuras; también se ejerce mediante la palabra dirigida a destruir vida y honra de personas. Los supuestos liderazgos sobre una sociedad, ejercidos mediante la incitación al ataque, al odio, para generar caos, ingobernabilidad o terror, lo único que producen y deben generar es rechazo y sanción social, política y, cuando quepa, electoral.
Resulta paradójico que quienes se jactan de defender la paz, acuerdos y diálogos, a la hora de actuar inviten a la acción violenta y a la ofensa personal, sin exposición de ideas y desechando aquello que, como seres humanos, nos diferencia de otras especies, es decir el intelecto y el verbo.
En el siglo XXI, cuando las verdaderas revoluciones son la de las comunicaciones, la tecnología, la conquista del espacio, observar que quienes pretenden liderar causas para transformar, o para disminuir brechas, utlizando violencia verbal, agresión y destrucción, permite concluir que se contradicen palmariamente y por ende carecen de legitimidad y credibilidad. Su objetivo no es mejorar la sociedad y mucho menos el bienestar o la equidad. Su propósito es la aniquilación per se.
En definitiva, la violencia no es un método para el progreso y mucho menos para hacer política y liderar cambios. Su ejercicio degrada a la sociedad, a la política y a los políticos. Quien acude a ella debe ser expulsado de las organizaciones a las que pertenece, recibir un rechazo de toda la sociedad y ser sancionado conforme a leyes aplicables.
@cdangond