El abecé o el “Do, re, mi” de la música | El Nuevo Siglo
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Domingo, 30 de Agosto de 2020
Emilio Sanmiguel

Es verdad que desde el siglo XIX, cuando se planteó su sacralización, flota en el aire un temor reverencial hacia la música. Parecería que se trata de algo misterioso a lo cual sólo tienen acceso los iniciados que conocen sus secretos y están en posesión de las claves para ir a sus entrañas y entenderla.

Esa es una verdad a medias. Mozart, que fue uno de los genios de la historia, en una carta a su padre Leopold, haciendo referencia a uno de sus conciertos, decía que lo había escrito para que estuviera igualmente al alcance del más profano y del más avezado conocedor.

Así es. Sólo hay que dejarse llevar y disfrutar. Claro, hay variables: no es lo mismo una Sinfonía de Haydn que una de Mahler. A los veinte minutos que en promedio dura una de Haydn, la de Mahler, salvo una excepción, sobrepasa ampliamente la hora de duración. Cuestión de tiempo.

Un Concierto de Vivaldi no va más allá de los quince minutos, los de Mozart alcanzan la media hora y los de Brahms sobrepasan la hora.

Desde luego, contar con ciertos conocimientos facilita el disfrute. Saber por ejemplo lo de los movimientos, cuántos son y porqué o la manera como cada uno se organiza internamente, ayuda.

Ayuda, pero no es cosa de vida o muerte. Por ejemplo, los movimientos lentos de la Novena Sinfonía o de la Sonata Hammerklavier de Beethoven, tan extensos y profundos, se hacen más sencillos si se sabe que son tema y variaciones. Pero es música tan bella y tan infinitamente gloriosa, que sólo oírla es un placer.

Entre Sinfónica y Filarmónica

Es una de las preguntas más frecuentes: la diferencia entre Sinfónica y Filarmónica. La respuesta: ninguna. No la hay.

En el pasado las Filarmónicas tocaban por amor -Phylos- a la música y se presume no eran tan profesionales como las Sinfónicas. Ahora, las orquestas profesionales, como las conocemos hoy en día, son una invención relativamente reciente: la Gewandhaus de Leipzig es una de las más antiguas, pero no se trataba de una agrupación que hiciera conciertos permanentes, esa tradición es en realidad de mediados del siglo XIX; la Filarmónica de Berlín es de 1882 y la de Viena de 1842.

Cuando una ciudad tiene dos orquestas el asunto se resuelve bautizando una como Sinfónica y la otra como Filarmónica: la Filarmónica de Bogotá y la Sinfónica de Colombia, esta última borrada del panorama por el que sabemos. En las grandes capitales musicales hay Sinfónica, Filarmónica, Nueva Filarmónica, etc.

La música “clásica”

A falta de otra denominación, a la buena música se la denomina Clásica, sea del compositor que sea. Este asunto no ha sido zanjado y hay música clásica y popular. En el pasado nadie se planteaba este problema cuya raíz debe remontarse a 1791, cuando Mozart escribió La Flauta mágica, que debe haber sido la última vez cuando clásica y popular estuvieron juntas.

Si hemos de ser categóricos, Clásica es la que va de mediados a fines del s. XVIII. Son pocos sus representantes: Christoph Willibald Gluck, Franz Joseph Haydn, Wolfgang Amadeus Mozart y el primer estilo de Ludwig van Beethoven que termina en 1799.

Cámara y Sinfónica

Otro asunto sencillo de resolver. La Sinfónica es la concebida para ser interpretada por una orquesta que es la reunión de un grupo instrumental. Las hay de todos tamaños, desde diez instrumentos hasta los casi mil de la Sinfonía nº8 de Mahler. Lo más representativo de su repertorio son las Sinfonías, pero habría que agregar la mayor parte de los Conciertos con solista, las Oberturas, los Poemas sinfónicos, en fin, todo lo escrito para ellas.

La de Cámara es la escrita para conjuntos reducidos, a lo sumo siete, ocho, nueve máximo. Se la denomina así porque se la interpretaba en los salones -cámaras­- de los palacios o al interior de las casas de los compositores. Es por ello que se da una especie de paradoja con ella, hay la compuesta para acompañar la vida social de los palacios como parte de la decoración y el entretenimiento y esa que los compositores tocaban en familia o con sus colegas. Cuando era escrita por genios de la talla de Bach, Händel, Telemann, Mozart, Haydn o Beethoven, resultan obras maestras, cuya trascendencia pasaba inadvertida por los nobles. Pero esa es otra historia.

Dúos, tríos y cuartetos

Este capítulo deriva del anterior. Son las formas más familiares de la Música de cámara: un Dúo es para dos instrumentistas, un Trío para tres y así sucesivamente.

Sin embargo, se sobreentiende que el Dúo más frecuente es el para violín y piano seguido del para Violonchelo y piano.

Con el Trío, salvo que se especifique lo contrario, se trata para violín, violonchelo y piano. Aunque, Trío, también, es la sección central del Minueto clásico y del Scherzo romántico: durante el Trío cambia la dinámica para permitir una especie de oasis de tranquilidad en medio del furor del Minueto o del Scherzo.

Se da por descontado que un Cuarteto es para dos violines, viola y violonchelo, pero, como se trata de la más refinada combinación de la música de cámara, los expertos advierten que no toda composición para esta combinación merece el título de Cuarteto¸ pues este demanda la más absoluta solidaridad entre los intérpretes. Esto tal vez sea hilar muy delgado.

Las seis voces fundamentales

Que las voces humanas sean seis, es relativamente reciente. Hasta la segunda mitad del s. XVIII eran cuatro: soprano, contralto, bajo y tenor y las cantaban los hombres, porque a las mujeres las tenía la iglesia fuera del juego. Aunque cantaban, pero medio a las escondidas.

Con el clasicismo y el Código de Napoleón, los castrati salieron de la escena y fueron reemplazados, para suerte de ellos, por las mujeres. Cuando llegó el bel canto el abanico vocal se amplió.

De la más aguda a la más grave, las femeninas son Soprano, Mezzosoprano y Contralto. Las masculinas: Tenor, barítono y bajo. No es verdad que donde termina la soprano empieza la mezzosoprano y así sucesivamente. En realidad las diferencias, que las hay, son menos dramáticas de lo que pudiera pensarse, lo que cambia, fundamentalmente es el Color: el de la Mezzo es más oscuro que el de la Soprano, el de la Contralto más que el de la Mezzo. Lo mismo con los hombres.

El rango que una voz cubre cómodamente, desde la nota más grave hasta la más aguda, es su Tesitura, el que se cubre con esfuerzo es su extensión.

Ahora bien, en cada una de las voces hay clasificaciones: líricas, dramáticas etc. Pero eso es tan amplio que no se puede explicar aquí.

La música “no muerde”

Así decía la carátula de un compacto que fue muy exitoso: la música no muerde. Porque a los compositores, al menos a los grandes, sólo les anima compartir su arte. Lo propio puede decirse de los instrumentistas que son sus intermediarios.

La música se hizo para disfrutarla y punto.

Olvidé decir que no hay nada qué entender. Sólo hay que oír.