El embrujo de Orff | El Nuevo Siglo
Foto cortesía L'Explose
Viernes, 29 de Junio de 2018
Emilio Sanmiguel

Claude Rostand, una de las grandes autoridades musicales del siglo XX, al referirse a la Carmina Burana, reconoció la popularidad de la obra de Carl Orff. No obstante, se lamentaba de que dicha reputación “había convencido a muchos que se trataba del primer músico alemán contemporáneo”. Le censuraba su “arte falsamente audaz que le daba al público conservador la impresión de que le gustaba, a pesar de todo, la música “moderna””. Añadió que 2su armonía era voluntariamente pobre”. Pero, inteligente como era, también pudo reconocer que «esa invención armónica, limitada a “ostinati” interminables, producía un efecto de hechizo seguro, en un público poco atento”.

Pese a esa opinión, que tiene mucho de verdad, su popularidad no ha decaído desde el estreno, que ocurrió en Frankfurt en 1937. Con poquísimas excepciones –Karajan, Mutti, Abbado, por ejemplo- muchos de los más grandes directores la han llevado al disco, desde la versión de Jochum en los 60’s con Janowitz, Stölze y Fischer-Dieskau, hasta más recientes, como la de Rattle con la Filarmónica de Berlín.

Ni hablar del público, porque basta con anunciarla para saber que la boletería se va a agotar en cuestión de horas. Esa es la realidad. Carmina Burana se presenta más que Il prigionero de Dallapicola que es del año siguiente o que la Pasión según san Lucas de Penderecki, del año 1966.

Acaba de ocurrir la semana pasada en el Teatro Mayor, que anunció la reposición de la puesta en escena de Tino Fernández de 2014 con la Orquesta Filarmónica de Bogotá, dirección de Leonardo Marulanda y cuatro representaciones. Las cuatro con boletería agotada.

Cortesía

Una Carmina Burana escénica

Puesta en escena, porque desde cuando la Scala resolvió presentarla, como si de una ópera se tratara, en 1942, la obra se convirtió en favorita de coreógrafos y directores de teatro.

Lo más importante del hecho, con lo ocurrido en el Mayor, a mi juicio desde luego, es la construcción de algo que en el país no tiene antecedentes: un repertorio. En Colombia, al contrario de lo que acontece en el mundo desarrollado, se hacen inversiones millonarias en producciones que se presentan dos o tres veces y jamás regresan a escena. Es verdad, por la razón que sea, que no todo lo que se presenta lo amerita, pero también tendría que haber excepciones

La producción de Tino Fernández acaba de demostrar que efectivamente sí es posible. Al fin y al cabo se trata de un coreógrafo poco convencional que ha demostrado estar en posesión de un lenguaje personal, coherente y audaz que llega de una manera directa a la audiencia por su estética contemporánea y revela que Fernández está en posesión de un conocimiento profundo, que es producto de un trabajo a conciencia, en cuyo proceso participa Juliana Reyes y, claro, la experiencia del grupo L’Explose.

Con un ingenio asombroso es capaz de amalgamar en escena, sin que el público pueda detectarlo, el grupo de los bailarines con el coro y los solistas; eso suena sencillo, pero no lo es; desde luego es mucho lo que aporta la dirección de arte de Laura Villegas y las luces, que van más allá de lo puramente estético, hasta con ese cierto toque de ironía al utilizar, como escenografía, al revés, el aparato acústico del teatro.

La música

Ahora bien, en cuanto a lo musical, es decir, el desempeño de la Filarmónica, el Coro y los solistas, bajo dirección de Leonardo Marulanda, fue satisfactorio pero lejos de algo memorable.

La popularidad de la obra es un arma de doble filo. Por una parte el ajuste sonoro entre el foso y la orquesta no siempre fue del todo logrado; no hubo la riqueza de matices necesaria para compensar eso que glosaba Ronstand, las voces del Coro de la ópera eran un conjunto ajustado, pero no se sentía eso que ya parecía superado: color y uniformidad coral.

En cuanto a los solistas, el barítono Patricio Sabaté, tuvo momentos afortunados y otros menos; el tenor Santiago Burgi bien, versátil y desenvuelto; también la soprano Julieth Lozano que tristemente no consiguió salir airosa del exigente sobreagudo del Dolcissimi, que es uno de los clímax de la partitura

Termino con la actuación del Coro Filarmónico infantil de la Filarmónica que dirige Sandra Rodríguez. Fue, musicalmente hablando, la cumbre de la noche: cuánta afinación y refinamiento, qué tersura en la emisión, qué unidad de color.

En honor a la verdad, porque así fue, la recepción del público fue la que suele acompañar las presentaciones de la Carmina Burana: fantástica. Una vez más el embrujo de Orff sedujo al auditorio, al menos la noche del sábado 23. Y vea usted, que lograrlo en medio de la resaca electoral y el furor mundialista, es toda una faena.