El legado de Darmstadt | El Nuevo Siglo
Foto Montaje El Nuevo Siglo
Domingo, 6 de Mayo de 2018
Antonio Espinosa*
Desde 1946 hasta 1970, se llevó a cabo en Darmstadt, ciudad intermedia al sur de Frankfurt, los “Cursos internacionales de verano para la nueva música,”. Rápidamente los cursos se ganaron una reputación de apertura total hacia las técnicas más radicales de la vanguardia, y su audiencia comenzó a ampliarse, incluyendo Pierre Boulez, Karlheinz Stockhausen, Luciano Berio y Luigi Nono

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EL FENÓMENO de las “escuelas,” o grupos de actores culturales coincidentes en el espacio y en el tiempo unificados por preocupaciones ideales o estilísticas, ha sido esencial en el desarrollo de la civilización occidental. Los ejemplos más notorios son evidentes, sean ya formales como la Academia de Atenas o configurados de manera menos rigurosa, como la “escuela” de pintores renacentistas italianos en los siglos XV y XVI, o los poetas y escritores del Siglo de Oro español.

 

En la historia de la música están presentes las escuelas al igual que en cualquier otro ámbito cultural: los compositores franco-flamencos del Renacimiento temprano y los italianos del tardío, el Barroco Alemán y el Impresionismo Francés. París, Venecia, Praga, Viena (dos veces, primero con Haydn, Mozart y Beethoven, luego con Schoenberg, Berg y Webern) han cumplido todas como anfitrionas para grupos de compositores geniales que enriquecieron mutuamente su trabajo, y por ende nuestra cultura en su totalidad, gracias a su cercanía espacial y temporal.

 

En el contexto de la música académica Occidental, quizás no haya habido escuela más importante desde 1945 que la de Darmstadt. Desde 1946 hasta 1970, se llevó a cabo en Darmstadt, ciudad intermedia al sur de Frankfurt, lo que se llamarían los Internationale Ferienkurse für Neue Musik, o “Cursos internacionales de verano para la nueva música,” iniciativa del pedagogo alemán Wolfgang Steinecke. Rápidamente los cursos se ganaron una reputación de apertura total hacia las técnicas más radicales de la vanguardia, y su audiencia comenzó a ampliarse, incluyendo ya a comienzos de los años 50 a algunos de los más importantes representantes de la vanguardia musical europea como Pierre Boulez, Karlheinz Stockhausen, Luciano Berio y Luigi Nono, siendo este último quien en 1958 utilizaría el término “Escuela de Darmstadt” para referirse a las particularidades estilísticas de los compositores que allí se reunían y eran seguidores estrictos de las técnicas serialistas establecidas por Arnold Schoenberg, cuya característica principal es la organización de la composición en torno a “series” de doce notas.

 

La oposición

 

Pero ninguna escuela importante está constituída por un coro de voces incansablemente concordantes, y a Darmstadt la oposición llegaría del otro lado del Atlántico, en forma de la vanguardia estadounidense que comenzaría a frecuentar sus sesiones. El hecho de haber encontrado y enfrentado  varias veces a las vanguardias europeas y estadounidenses a través de los años 50 y 60, fue quizás el aporte más importante de Darmstadt en la historia de la música, permitiendo que estos compositores compartieran técnicas, ideas e información. Fue John Cage, el mayor y el más cosmopolita entre aquella primera generación de vanguardistas neoyorquinos, quien llevaría a compositores como Milton Babbitt y Morton Feldman a Darmstadt.

 

En Darmstadt se encontraron los compositores que estaban desarrollando las ideas de lo que se llamaría el “serialismo total,” técnica mediante la cual los principios serialistas, aplicados por Schoenberg a las notas, se aplican a todos los elementos de una composición: el ritmo, las dinámicas, las articulaciones, etc. Fue también en Darmstadt donde, enfrentados a un sistema tan inamovible y estricto, y a la creciente dogmatización historicista de dicho sistema como “el camino,” que muchos compositores desencantados decidieron buscar avenidas distintas para su música. Entre ellos se contaba el gran compositor francés Olivier Messiaen, quien fuera maestro de muchos de los serialistas que lo tildarían de reaccionario, y sobre todo se contaban los compositores estadounidenses, en particular John Cage y Morton Feldman. Aunque ambos se iniciaron en el serialismo, y particularmente Cage compuso bastante con dicha técnica, se desencantaron rápidamente con la rigidez no sólo de la técnica, sino de sus adeptos. Inspirado en su interés en la filosofía oriental, en particular en el clásico confuciano I Ching, Cage lideró la oposición al determinismo del sistema serialista, innovando el uso de procesos aleatorios en la composición e interpretación, que transformarían totalmente la música moderna.

 

La oposición entre las dos corrientes que se encontraban en Darmstadt, oposición que como tal nació en Darmstadt, ya que los estadounidenses no hubieran tenido a qué oponerse de no haber existido este espacio, queda perfectamente representada por una anécdota que gustaba de contar el siempre elocuente y cómico Feldman (se recomienda a cualquier amante de la música moderna leer la excelente colección de conferencias y ensayos del mismo llamada Give My Regards to Eigth Street). Según contaba el compositor neoyorquino, un día en Darmstadt el gran vanguardista alemán Karlheinz Stockhausen le preguntó: “¿cómo hace usted para escoger sus notas?,” a lo que Feldman respondió “simplemente no empujo los sonidos.” Tras un extendido silencio Stockhausen preguntó, “¿ni un poquito?” Esta historia, por cómica que sea, ilustra perfectamente la división que se generó entre las dos vanguardias con el pasar de los años en Darmstadt, y nos demuestra el hondo aporte que este espacio, esta posibilidad de “escuela” transatlántica que crearon estas conferencias contribuyó al desarrollo de la música occidental en la posguerra.

 

Las acusaciones de ortodoxia se extendieron rápidamente hacia la crítica, y para los años 70, con la aparición del accesible minimalismo neoyorquino (producto de una nueva generación de compositores que vivían en aquella ciudad) caracterizado por sus armonías tradicionales sencillas y sus melodías agradables y repetitivas, junto con la explosión de la música popular mediante el rock y el pop, Darmstadt perdió buena parte de su anterior prestigio, y aunque desde aquel entonces hasta nuestros días la conferencia continúe llevándose a cabo cada dos años, su importancia ha sido considerablemente reducida. Pero fue Darmstadt como escuela donde tendrían su origen muchas de las preocupaciones y discusiones que marcarían el camino de la música occidental a partir de la segunda mitad del siglo XX. El aislamiento e incluso la hostilidad de la vanguardia más radical frente al público, las divisiones estilísticas e ideológicas entre los compositores de Europa Occidental y los de Estados Unidos, la canonización de figuras como Edgar Varèse y Anton Webern en el panteón de la vanguardia, todo esto comenzó con Darmstadt, y no hubiera podido darse de no ser por la red de intercambio creativo que dichas conferencias representaron durante casi dos décadas.

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Músico de Berklee Colleague of Music