Entretelones de los ballets de Trocadero | El Nuevo Siglo
Miércoles, 4 de Abril de 2012

Por Emilio Sanmiguel

Cuando viajó a Rusia, no turisistiando sino en su permanente safari por el mundo para armar la programación del festival, a Fanny Mickey la llevaron a ver un espectáculo de ballet clásico de hombres en travesti. Pero no le gustó.

Entonces cuando tomó la determinación de que si algún día el Iberoamericano presentaba un ballet así sería con El Trocadero, o nada. Hizo lo posible y lo imposible para conseguirlo, habló mil veces con el manager de la compañía, pero resultaba imposible llegar a un acuerdo, esta vez por los honorarios y la otra porque la compañía tiene una agenda que se maneja con años de antelación.

Pasaron los años y el asunto no logró concretarse. Fanny, viajó a Cali, se enfermó y en la cama del hospital, entre los cables de la Unidad de Cuidados Intensivos el día anterior al viaje definitivo cantó los últimos tangos de su vida y se fue, con el XII Festival en plena organización y miles de planes en su cabeza, entre ellos el del Trocadero.

El año pasado Elisa, una vieja amiga suya, se encontró en Europa con el mánager de la compañía y en medio de la conversación salió a bailar el nombre de Fanny -quién sería capaz de olvidar a Fanny- y la noticia de su muerte que impresionó al representante del grupo, que unos meses más tarde se puso en contacto con Ana Martha, se reanudaron las viejas conversaciones -la negociación debió ser como de alquilar balcón- fijar las fechas fue toda una odisea pero, desde donde se encuentre, Fanny ganó otra batalla: el Trocadero llegó al Festival Iberoamericano. De manera que su parte del éxito se debe a Ana Martha, que demuestra que su amistad con Fanny trasciende egoísmos,  y protagonismos.

 

El espectáculo, que subió la noche del martes al escenario del Teatro Mayor, tiene un significado que va más lejos de la trasgresión de ver un grupo de bailarines vistiendo tutú y calzando zapatillas de punta.

 

Porque justamente está más presente que nunca el alma de Fanny, una actriz y una ejemplar ejecutiva de la cultura, pero también una mujer tolerante a ultranza y una trasgresora, que lo era sin proponérselo: dejó su país para seguir a un hombre, posó desnuda para Hernán Díaz, bailó sin saciarse salsa en Cali, de la nada se inventó en un viejo cine de barrio el Teatro Nacional, fue la única judía devota de la virgen y los «maestros de la luz», mezcló en su casa banqueros con Drag Queens y cuando hizo del Festival el más grande del mundo resolvió que entre Shakespeare e Ibsen también cabría El Trocadero.

 

Teatro con el lleno hasta la bandera la noche del martes, con el público más heterogéneo imaginable: bailarines clásicos que se delataban por su andares de pato, entre ellos Ana Consuelo Gómez y Jaime Díaz y otros de la danza moderna, el gran José Salgar con Inés su señora, el ex rector de Los Andes Arturo Infante y Sonia Durán la primera alcaldesa que ha tenido Bogotá, el dramaturgo Sandro Romero, coreógrafos, actores, socialittés, no muchas por fortuna, lagartos desde luego, y pocos, muy pocos hipócritas de esos que resolvieron en el intermedio posar de intelectuales para salvar su pellejo al ser sorprendidos en un espectáculo trasgresor y sin ribetes de intelectualidad sabanera.

 

Parece una crónica social. Pero no lo es. Lo del martes fue un triunfo de la tolerancia, una nueva batalla ganada por Fanny Mickey con la anuencia de Ana Martha de Pizarro su escudera y compañera de batallas para hacer de este un mundo mejor: porque el público que reía el martes con las parodias de los bailarines del Trocadero está mejor preparado para afrontar un mundo que es diverso.

 

 

Sería injusto pasar por alto el espectáculo en si mismo. Ampliamente conocido en el mundo, los bailarines del Trocadero bailan en travesti, eso se sabe de antemano, algunos ostentan sobrepeso, actúan bajo toneladas de maquillaje, los hay musculados y anoréxicos, unos lampiños otros de pelo en pecho que brota insolente del alba del escote,  los hay que exhiben sobrecargas de testosterona y otros podrían engañar al mismo Casanova.

Fanny, donde quiera que esté, seguramente lo habrá disfrutado.