¿Existen todavía libros felices? | El Nuevo Siglo
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Domingo, 26 de Julio de 2020
Gabriel Ortiz Van Meerbeke

En una situación tan compleja como la actual, muchas personas han recurrido a la literatura contemporánea para imaginar otras realidades posibles pero, ¿encontrarán en ella un mundo feliz?

Siempre me ha gustado hablar de libros. He tenido más de una conversación con desconocidos en librerías y lo primero que hago al entrar a una casa es ver la biblioteca. Para mí, la mejor manera de burlarme de la burocracia y filas interminables en este país es con un libro en mis manos. Por lo general, regalo, intercambio y recomiendo libros.

De hecho, en mi último trabajo intenté promover la lectura: prestaba colecciones de cuentos cortos a los pasantes, y de tanto hablar de nuestras novelas favoritas con una compañera de trabajo, nuestra ala de la oficina se entusiasmó por la lectura. Es más, esta reflexión está inspirada en una pregunta que una amiga me hizo durante esa época: ¿qué libro feliz me recomiendas?

A primera vista es una pregunta sencilla. Cuando alguien me pide que le recomiende algo para leer me parece un ejercicio fascinante, que exige pensar en la persona y sus posibles intereses. Casi nunca recomiendo algo que no haya leído y si es alguien que no suele leer pienso en novelas contemporáneas, relativamente cortas que tengan prosa limpia y buen ritmo. Dentro de esta categoría normalmente sugiero “La luz difícil” de Tomás González, sobre un artista colombiano que vive en Nueva York con un hijo parapléjico, o “Mãn” de Kim Thuy, una novela autobiográfica de los amores y desamores de una inmigrante vietnamita que se convierte en toda una celebridad gastronómica en Canadá. 

Pero en ese caso no supe qué decir. “-¿A qué te refieres con un libro feliz?” “-No sé, algo que me alegre la vida”. Hice un repaso mental de mis lecturas favoritas y no catalogaría ninguna como feliz. “Los ingrávidos” de Valeria Luiselli es de lejos una de las novelas que más me han gustado, pero es sobre fantasmas existenciales. “El dios de las pequeñas cosas” de Arundhati Roy usa una sonoridad propia para hablar de amores prohibidos, lo complicada que es la familia y las contradicciones políticas del sistema de castas en la India. Ambas historias dejan un nudo denso en la garganta.

“-Bueno, está bien, algo que me haga reír”, -siguió ella ante mi cara de confusión-. Ahí me enredé aún más. Si bien, he leído novelas cómicas, por lo general, tienen personajes odiosos como en “La conjura de los necios” de John Kennedy Toole, donde un hombre hecho y derecho, que todavía vive con su mamá, trata de salvar a diferentes miembros de la  sociedad libertina de Nueva Orleans con las enseñanzas del filósofo medieval Boecio. También está “La metafísica de los tubos” de Amélie Nothomb sobre una niña recién nacida que está convencida de ser Dios y de que todos en su hogar le deben pleitesía, pero poco a poco se va enterando de la triste condición humana. Otro buen ejemplo es “Dientes blancos” de Zadie Smith, una radiografía de la multiculturalidad de Londres y, que entre otros personajes, tiene a dos hermanos que crecen en una familia musulmana: uno se convierte en un científico recalcitrantemente ateo y el otro se une a una secta radical islámica. Creo que el éxito de estas novelas, entre otras cosas, depende de lo absurdo de sus personajes y no de que sean inherentemente alegres.

-No puede ser tan difícil, estoy pasando por un momento complicado y necesito algo que me haga sonreír. Junto con mi otra compañera de trabajo nos decantamos por “La elegancia del erizo” de Muriel Barbéry, que a pesar de comenzar con una niña de doce años que toma la decisión de suicidarse y quemar el edificio donde vive con su familia, tiene personajes encantadores y termina siendo un manifiesto filosófico de la importancia de la literatura, el cine y la buena comida para una vida feliz. ¡Un candidato ideal! Pero, para nuestra sorpresa, a nuestra amiga le pareció un libro deprimente.

En ese momento vislumbré que sería casi imposible dar una respuesta satisfactoria a esa pregunta, pero pronto olvidé la cuestión. Ahora que mucha gente está buscando nuevas formas de entretenimiento que no estén mediadas por una pantalla, volví a pensar sobre qué libros felices podría recomendar.

Empecé preguntando en mi club de lectura. Nada. Incluso nos fuimos al otro extremo y terminamos discutiendo obras fascinantes que retratan realidades dolorosas. Pienso en “Celebraciones” (editado magistralmente por Himpar Editores), en la cual Leonardo Gil Gómez logra darle una mirada distinta al tema de los falsos positivos; o la colección de cuentos “Pelea de gallos”, en la que la ecuatoriana María Fernanda Ampuero explora diferentes formas de violencia contra la mujer. También están las distopías como “El cuento de la criada” de Margaret Atwood o “¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?”, el clásico de ciencia ficción de Philip K. Dick que inspiró la película “Blade Runner”. Lecturas que gozamos mucho, pero donde no hay un ápice de alegría.

Resolví acudir a diferentes personas incluyendo una poeta, mi librero, una periodista que tiene un libro de cuentos cortos, un amigo con un doctorado en escritura creativa, una amiga que pertenece a varios clubes de lectura, y en general, a cualquier persona cercana que le gusta la literatura. Me sugirieron toda clase de libros, pero para no extender más mi letanía de recomendaciones, me parece más interesante reflexionar sobre el patrón que noté en sus respuestas.

Para empezar, muchas de ellas no pudieron dar una respuesta o dijeron que tenían que pensarlo porque no suelen leer libros felices. Otras, en cambio, cuestionaron la premisa de la pregunta diciendo algo así como “la felicidad es relativa”. Luego, las que sí me dieron recomendaciones, típicamente se enmarcaron en dos categorías precisas: autobiografías contemporáneas o novelas de aventura del siglo XIX (tipo Alexandre Dumas, Jules Verne o Robert Louis Stevenson) las cuales casi siempre tienen finales felices. Por último, hubo quienes sí me sugirieron novelas contemporáneas que no conocía, pero que una revisión rápida de sus sinopsis deja entrever que no son exactamente felices. Asumo que sus lectores las habían gozado profundamente, pero no eran exactamente lo que estaba buscando.

Sé que estoy entrando en el terreno pantanoso de la interpretación, pero tengo la extraña sensación de que no existe literatura feliz, por lo menos no desde comienzos del siglo XX. El hecho de que la pregunta por un libro feliz resulte difícil de contestar para mis contemporáneos, muestra como mínimo que no es una cuestión obvia. Por otra parte, que las historias de tesoros escondidos, piratas, viajes a la luna y mosqueteros sean los referentes inmediatos a los que recurrieron mis conocidos, indica que las historias felices ya no son propias de nuestra época. Ya casi no hay espacio para héroes que triunfan al final de grandes batallas, y los personajes inequívocamente bondadosos o malvados no terminan de convencernos. O, por el contrario, tienen que ser historias reales donde sabemos que fueron personas de carne y hueso que lograron superarse, y siento que su interés radica en la posibilidad de nuestra propia realización: “si esa persona lo logró, seguramente yo también puedo”.

El caso es que sigo sin saber qué recomendarle a mi amiga. La buena literatura, creo yo, tiene que indagar la realidad, y para ello necesita ser tan ambigua y complicada como nuestra cotidianidad. Esto no quiere decir que las novelas no puedan generar un inmenso placer, pero una historia contemporánea absolutamente feliz sería igual que una vida perfecta: tan irreal como aburrida.