Filarmónica de Viena: conciertazo | El Nuevo Siglo
Viernes, 4 de Marzo de 2016

Por Emilio Sanmiguel

Especial para El Nuevo Siglo

 

Si hace 25 años nos hubieran dicho que la Orquesta Filarmónica de Viena se presentaría en Bogotá, ese habría sido un mal chiste o un disparate.

 

En esos tiempos lo habitual era enterarnos, gracias a las revistas internacionales de música, de las giras que hacían las grandes orquestas, y saber que agrupaciones, como la Gewandhaus de Leipzig, sobrevolaban el país… rumbo al Colón, pero de Buenos Aires.

 

Al fin y al cabo lo que recordaban los melómanos de anteriores generaciones, como algo histórico, era la presentación de la Filarmónica de Nueva York y la visita de Igor Stravinski a dirigir la Sinfónica de Colombia.

 

Ahora, una cosa va de la Filarmónica de Nueva York a la de Viena. Sí, gran orquesta la de Nueva York, nadie va a ponerlo en entredicho. Pero es que allá arriba, en la cumbre de las grandísimas orquestas del mundo apenas hay cupo para dos, las Filarmónicas de Viena y la de Berlín.

 

La de Viena tiene algo que la vuelve única, y es su arraigado sentido de independencia, que se materializa en su decisión innegociable de no tener una cabeza visible.

 

LA ORQUESTA SIN DIRECTOR

 

La Filarmónica de Viena no tiene director titular. Porque sus miembros saben mucho, muchísimo, demasiado, de cómo es el mundo de la dirección y entienden que es el único medio musical en el cual pueden deslizarse farsantes. Los Filarmónicos los detectan en cosa de segundos y suelen actuar de dos maneras: ignorando flagrantemente a quien ocupa el podio, o haciéndole la vida imposible; eso depende del talante en el que se encuentren esa mañana.

 

Casi nada los deslumbra. Dicen que antes de que un director alcance el podio para el primer ensayo, su instinto les advierte qué hay que hacer.

 

Como la organización es tan poderosa, y se basa en su indiscutible categoría musical, entienden bien que a veces hay que ceder terrenos, y aceptar que algunas estrellas lleguen al podio. Pero de ahí a dirigirlos hay un trecho muy largo.

 

Esta orquesta apenas se deja dirigir de quien consideran ellos tiene la autoridad, la formación, la jerarquía y, sobre todo, la capacidad de inspirarlos. Porque es una orquesta que, dirigida aun por el peor, suena estupendamente. Ahora, cuando lo hace un genio, de la talla, por ejemplo, de un Carlos Kleiber, se deja llevar y lo que tocan se vuelve historia (no quiero ni acordarme de que un Carlos Kleiber muy joven pasó por Bogotá y no encontró trabajo en el provincianísmo medio musical local, como recordaba Fernando Gómez Agudelo).

 

Pues bien: la Orquesta Filarmónica de Viena tocará mañana sábado, a las 8 de la noche en Bogotá, bajo la conducción del ruso Valery Gergiev.

 

Gran director Gergiev, hasta me parece, es el más importante de los directores rusos modernos; desde luego después de Mravisnky.

 

UN PROGRAMA DISTINTO

 

Si se le preguntara a cada melómano qué programa querría oír con la orquesta vienesa, cada uno tendría uno diferente. Bastante probable que los nombres de Mozart y Beethoven quedaran a la cabeza. Y sí, qué tal la Sinfonía concertante para violín y viola de Mozart en la primera parte y la Séptima de Beethoven en la segunda. Yo tomaría partido por una sinfonía de Haydn en la primera y una de las de Brahms en la segunda… ¿la Tercera?... tal vez.

 

Pero como quien viene en el podio es Valery Gergiev, el programa tiene a Wagner en la primera parte y Tchaikovski en la segunda. Si eso -para seguir en las especulaciones innecesarias- hubiera ocurrido hace los mismos 25 años de que hablaba hace un momento, algunos de quienes moldeaban entonces el gusto musical en Bogotá se habrían rasgado las vestiduras, porque ¡detestaban a Tchaikovski! Bueno, a Rachmaninov ¡lo odiaban!

 

Gergiev ha puesto a prueba su talento dirigiendo en el Mariinsky de San Petersburgo el Anillo del Nibelungo, que es toda una prueba de su resistencia, su seriedad y su inclinación por Wagner; que también es una de las muchas fortalezas de la orquesta vienesa. El programa mañana incluye en la primera parte el Preludio y el Encantamiento del Viernes Santo de Parsifal.

 

La segunda parte debería extrañar menos. Un director ruso dirige una obra del más grande compositor de su país: Piotr Ilich Tchaikovski. Lo interesante es que la Sinfonía Manfred, que es absolutamente contemporánea de la Quinta tchaikovskiana, revela una de las caras más turbulentamente románticas del compositor.

 

ESTE SÍ ES EL CONCIERTO DEL SIGLO

 

Bogotá anda consternada con la visita del grupo de rock The Rolling Stones; y con ese sentido de la exageración que caracteriza a los medios locales… irremediablemente tan locales nuestros medios, se perdió cualquier sentido de las proporciones y el evento lleva la etiqueta de Concierto del siglo.

 

Bueno, no me aparto de que ver a  las septuagenarias estrellas roqueras tenga su encanto. Pero prefiero el concierto de la Filarmónica de Viena como El concierto del siglo, porque tras más de cien años de hacer alquimia musical, la orquesta mantiene una eterna juventud, porque cada cierto tiempo, imperceptiblemente cambia de piel. Francamente no me atraería en lo más mínimo asistir a un concierto de la Orquesta, con los músicos originales y un Otto Niccolai de 215 años al frente de ella. El de los roqueros debería ser el Milagro del siglo.