Iberoamericano de teatro, patrimonio nacional | El Nuevo Siglo
Miércoles, 30 de Marzo de 2016

Por Emilio Sanmiguel

Especial para El Nuevo Siglo

 

CADA EDICIÓN del Festival Iberoamericano de Teatro, que terminó la noche del pasado domingo tiene sus pros y sus contras. Eso es apenas natural.

 

De esta, que fue la XV, me temo que los asuntos de prensa no funcionaron. Así fue y ya no hay nada qué hacer. Jamás llegó ni la programación, ni la posibilidad de hacer el cubrimiento crítico como en anteriores ediciones, en resumen, fue un Titanic en lo periodístico. Sin embargo, gracias a la mismísima Ana Martha de Pizarro, logré hacer la reseña de una obra, apenas una, pero tan extraordinaria que hasta paso por alto los disparates de la oficina de prensa.

 

Porque fue un descuido, lamentable, sí, pero involuntario al fin y al cabo. Nada de vetos, o cosas por el estilo, tema sobre el que puedo decir, no con orgullo pero sí con amplio conocimiento, soy un experto.

 

Pero no son los vetos el tema de esta columna. Sino el extraordinario Fausto del Teatro Nacional de Eslovenia Ljubljana la noche del sábado. En cierta medida una especie de triunfo anunciado, porque a lo largo de muchos festivales, la propuestas dramatúrgicas de Tomaž Pandur han constituido verdaderas cumbres artísticas. Faust, francamente, desbordó las expectativas.

 

Mejor ir por partes.

 

El Fausto de Pandur

 

Fausto, una de las cumbres del teatro dramático, se sobrentiende como el drama de Johann Wolfgang von Goethe de la segunda mitad del siglo XVIII. Pero otros, además de Goethe, han abordado el personaje histórico del siglo XVI alemán, entre ellos el británico Christopher Marlowe a principios del XVII, para no desviarnos, pese a la tentación, con los compositores que han trabajado el mismo tema: Schumann, Liszt, Gounod o Boito. Pero, como siempre, esa es otra historia.

 

De modo que el visto fue el Fausto de Pandur. Porque, si bien es cierto la gran fuente de inspiración de la puesta en escena de los eslovenos es Goethe, y muy parcialmente Marlowe, la adaptación de Livjia Pandur escoge las escenas que sin duda son las que le interesan, para adentrarse en aspectos existenciales del personaje, pero, como si se tratara del rodaje de una película, algunas escenas hasta se repiten, incluso con toques de humor, como la muerte de Valentín, que sólo en su tercera repetición consigue concluir con la maldición a Margarita.

 

Imposible hacer el recuento de todos y cada uno de los detalles de la producción. Además innecesario. Por lo que ya se sabe, la crónica escrita no puede transmitir la fuerza de la representación. Claro, hay detalles simplemente geniales, como la decisión de no tener temor en extender la primera escena que es  la que plantea el conflicto existencial del protagonista y, en cambio, resolver la Noche de Walpurgis con la proyección de un fragmento de Nosferatus de Murnau.

 

Puedo afirmar que la escenografía de Sven Jonke con sus muros monumentales y el estanque de agua que cubrió todo el escenario del Mayor, está tan íntimamente ligada a la dramaturgia que sería imposible pensar en una sin la otra. Lo propio para el vestuario de Felype de Lima y las luces de Pandur, con mucha insistencia en el tono lunar y algunos toques, pocos, de calidez incandescente.

 

Desde luego para conseguirlo hay que contar, como ocurrió el sábado, con un elenco de actores que son de primera categoría. Igor Samobor resultó tan convincente como Faust que el artilugio de presentarlo anciano en la primera escena para rejuvenecerlo con los ardides de Mefistófeles no fue necesario. Branco Ŝturbej fue el Mefisto que logró balancear el desparpajo y el humor con la esencia diabólica, gran actor. Y gran actriz Polona Juh que hizo una Margarita que dice una cosa y expresa otra, contradictoria en la escena de la kermese, pero sinceramente trágica en la escena de la muerte.

 

Ahora bien; no hay que pasar por alto al público. Es evidente que el festival es más, mucho más que la titánica tarea de organizar dos semanas con cientos de funciones en todos los teatros de Bogotá. Su fruto es lo visto la noche del sábado, un teatro con el lleno hasta la bandera, que estaba en comunión con la escena; de eso se tratan las artes representativas, también la música, de conseguir un lazo invisible e intenso entre el auditorio y la escena, porque la primera parte duró casi dos horas, una obra tensa, con un texto denso, en esloveno y un contenido dramático devastador. Ese es el fruto del Iberoamericano: un público maduro y en condiciones de subir a las altas esferas del arte.

 

El festival es de todos

 

Es verdad que Ana Martha de Pizarro ha sido la persona que consiguió que el festival sobreviviera a la siempre lamentada desaparición de Fanny Mickey. Pero no hay que equivocarse, el Iberoamericano es Patrimonio Nacional, es una gran responsabilidad del país. No hay que ser un genio para imaginar las angustias financieras que deben vivirse al interior de la organización. El festival es, repito, Patrimonio de la Nación, y, para bien o para mal, la organización necesita ser protegida por el Estado Colombiano.

 

Mariana Garcés, la actual ministra de Cultura lo sabe mejor que nadie; ella era secretaria general de Colcultura cuando se creó, con esfuerzos inimaginables la Compañía Colombiana de Ballet (para apenas citar un ejemplo) que en 1986 fue borrada de un plumazo por el gobierno de turno: 36 años después es evidente que el daño fue irreparable y hoy Colombia no cuenta, como todos los países civilizados y cultos, con una compañía de Ballet.

 

Que quede claro, insisto: el Iberoamericano no es responsabilidad de Ana Martha de Pizarro, ella es su directora, es Patrimonio Nacional, tan patrimonio como el Teatrito Colón, cuya remodelación llegará a los ciento cincuenta mil millones de pesos.