Olivier Messiaen, el músico de las aves | El Nuevo Siglo
Foto cortesía
Sábado, 7 de Abril de 2018
Antonio Espinosa Holguín
Sólo hablar de sus pupilos, Stockhausen y Boulez, merece elogios. Profesor del Conservatorio de París por casi 40 años, este músico francés se dedicó a explorar los sonidos de la naturaleza

________________

EL COMPOSITOR francés Olivier Messiaen (1908-1992) es una figura excepcional y solitaria dentro de la música del siglo pasado. Como profesor en el Conservatorio de París desde 1941 hasta 1978, fue el predecesor y tutor de los vanguardistas más notorios que pasaron por Francia, entre ellos el excéntrico alemán Karlheinz Stockhausen y, quien fuese quizás el más reconocido entre los radicales, Pierre Boulez. Pero Messiaen nunca se confinó al pensamiento que llamaba históricamente inevitables a las técnicas más radicales de la vanguardia, como Boulez, y en cambio utilizó éstas como un color más dentro de su amplia paleta, en la que cabían influencias que iban desde la música antigua de las iglesias (Messiaen era un católico devoto), a los ensambles gamelan, ensambles tradicionales predominantemente percusivos del sureste asiático. La búsqueda del compositor francés aceptaba la posible validez y utilidad de cualquier fuente, sin importarle las narrativas históricas que manejaban sus contemporáneos y discípulos.

Entre las muchas influencias que Messiaen integró en su música, una de las más importantes fue el canto de las aves. Desde los años 50 Messiaen comenzó una serie de viajes de observación ornitológica que continuaría casi hasta su muerte. Se adentraba en los bosques de Francia con equipos de grabación y con un cuaderno, para documentar y transcribir las canciones de las diversas especies, diferenciando con la cuidadosa precisión de un verdadero observador científico los cantos de cada especie que ocurrían a distintas horas del día y por distintos propósitos. La primera pieza que escribió Messiaen basándose totalmente en este material fue La merle noir (La mirla negra), compuesta en 1952 como pieza de prueba para los flautistas del Conservatorio con material extraído de las transcripciones que había hecho Messiaen del canto de la mirla.

 

Aves y Dukas

De ahí en adelante seguirían surgiendo piezas basadas enteramente en estas grabaciones y cuadernos llenados en los bosques, siendo la cumbre de éstas la obra para piano de 1958 Catalogue d’oiseaux (Catálogo de aves), en la cual Messiaen explora las posibilidades musicales de muchas de las especies de aves que había observado y catalogado en su país. Empezando en los años 60 sus viajes ornitológicos empezarían a expandir sus horizontes, llegando incluso hasta el Japón y los Estados Unidos.

Las aves no sólo aparecían en las piezas de Messiaen en las cuales eran el sujeto principal, sino que sus sonidos se convertirían en un emblema inconfundible del compositor. Por ejemplo, en la enorme pieza orquestal de 1974 Des Canyons aux étoiles… (Desde los cañones hasta las estrellas…), inspirada en un viaje al Cañón Bryce en Utah (Estados Unidos), los pájaros habitantes del mismo juegan un papel importante dentro la composición, con sus cantos funcionando como material temático dentro de una obra en la que se incorporan también muchos otros elementos del paisaje y de inspiración religiosa.

Se adentraba en los bosques de Francia con equipos de grabación y con un cuaderno, para documentar y transcribir las canciones de las diversas especies, diferenciando con la cuidadosa precisión de un verdadero observador científico

Este interés por las aves parece habérselo inculcado desde una temprana edad su maestro Paul Dukas, famoso compositor y pedagogo francés, resultando interesante notar cómo las aves aparecían en la obra de Messiaen incluso antes de que comenzara su trabajo ornitológico con seriedad.

En su famosísimo Quatuor pour la fin du monde (Cuarteto para el fin del mundo), compuesto mientras era prisionero de guerra de los alemanes en 1940, son dos los movimientos que incluyen imitaciones de cantos de aves mediante solos de un clarinete que parece improvisar con la misma frescura y libertad que la mirla o el ruiseñor. Si bien estas instancias tempranas de sonidos de ave carecen de la minuciosa exactitud científica que Messiaen después se esforzaría en desarrollar, nos demuestran que las aves fueron siempre una preocupación sonora del compositor, y que debido a este sincero interés luego lograron integrarse de manera tan absoluta y orgánica dentro de su lenguaje.

Hay muchas instancias anteriores a Messiaen de imitación de los sonidos de la naturaleza dentro de la música Occidental. El melómano que esté explorando al gran compositor flamenco del Renacimiento Josquin des Prés quizás se sorprenda al encontrar la divertida composición Il Grillo, una canción laica en la cual las voces tienen un patrón saltarín que nos recuerda al sonido del humilde insecto del cual hablan las letras.

En el Siglo XIX los ejemplos son muchísimos, desde el ambiente “pastoral” de la sexta sinfonía de Beethoven hasta la rauda tormenta marítima que abre el Otello de Verdi. Pero en todos estos casos lo que se busca es un efecto; la presencia de la imitación de un sonido “natural” es un juego que contrasta con la naturaleza decididamente humana de la música, que siempre se ha diferenciado entre las artes por lo poco que ha dependido su desarrollo de la imitación o documentación de fenómenos que ocurren por fuera del ser humano.

He ahí la excepcionalidad de Messiaen, quien con rigurosidad científica se dedicó a estudiar esta fuente extra-humana de sonido que tanto le fascinaba, para utilizarla no como un efecto dentro de sus obras, sino como una parte esencial de su inspiración y su lenguaje. El interés de Messiaen por las aves se puede enmarcar parcialmente dentro de la búsqueda en la que embarcó la totalidad de la música occidental tras el colapso de la tonalidad por nuevas fuentes y por nuevos sistemas que pudieran crear y alimentar una nueva gramática musical.  Pero es también un interés hondamente personal de un artista con una visión individual que no buscó compromisos ni concesión alguna con lo que ocurría en su entorno, utilizándolo cuando le servía y descartándolo cuando no.

Es precisamente por este origen individual, por este sincero amor que Messiaen tenía por el mundo sonoro de las aves, que logró integrar a su lenguaje esta influencia tan aparentemente lejana a la música como una parte necesaria del mismo. La experiencia de Messiaen con las aves nos muestra cómo el artista sincero y determinado puede integrar todos los aspectos de su realidad para darnos un retrato único del mundo como él lo ve.