Periodismo: “La verdad de lo que somos” | El Nuevo Siglo
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Domingo, 7 de Junio de 2020
Diana Sofìa Giraldo
El hiperconsumo de medios te aplasta, te arrincona, te sume en la oscuridad y no te permite vislumbrar la esperanza. Nueva entrega de la alianza entre EL NUEVO SIGLO y la Procuraduría General

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Escribir sobre periodismo, justo  en esta época de pandemia, cuando todo cambió y se desplazó de su lugar, es un desafío para el pensamiento y la capacidad de observación.

Di muchas vueltas por mi casa, planeando por dónde empezar este artículo y siempre pasaba de largo por una montañita creciente de periódicos y revistas acumulados al lado de la puerta de entrada, pero sin abrir. Y ¿por qué no los boté? Porque estaba esperando que el virus muriera en el papel, planeaba leerlos luego para no perderme de "lo importante".

Pero, en medio de tanto trajín por la multiplicidad de nuevas actividades, la montaña de papel crecía y crecía ¿Qué pasó? El instinto de supervivencia nos cambió forzosamente el hábito de salir corriendo cada mañana a tomar los periódicos y las revistas de debajo de la puerta y leerlos en la cama, antes de levantarnos. 

Sin darnos cuenta habíamos reemplazado el periódico por los noticieros de televisión, nacionales e internacionales, y olvidamos encender la radio, como lo hacíamos automáticamente todos los días cuando nos desplazábamos a nuestros lugares de trabajo, escuchando a los que "todo el mundo escucha" y que creíamos imprescindibles para la toma de decisiones.

La ansiedad inicial por noticias sobre el Covid-19 nos llevó a consumir desenfrenadamente noticieros de televisión ¡Que vértigo! Empezamos a  vivir y a sufrir como si todo lo padeciéramos en carne propia. Nos "contagiamos" de cada uno y de todos los sufrimientos de la humanidad. Cada muerte solitaria, cada duelo sin elaborar, cada nueva injusticia solo acrecentó nuestros sentimientos de impotencia y desesperanza. Nos empezamos a aficionar a consumir dolor, miedo y muerte. Esas imágenes aéreas de centenares de ataúdes, en Brasil, se grabaron en lo más profundo del inconsciente, nos pusieron a pensar en la propia muerte.

Al mismo tiempo, internet genera adicción a recibir y reenviar toneladas de información sin procesar, donde la verdad y la mentira se fusionan de forma tal que ya no se diferencian. Es un frenético carrusel emocional que no se detiene y que deja siempre la sensación en el emisor-receptor de estarse perdiendo de algo, por falta de tiempo.

El hiperconsumo de medios te aplasta, te arrincona, te sume en la oscuridad y no te permite vislumbrar la esperanza. Demasiada información y desinformación que el consumidor promedio no está en capacidad de decantar y contextualizar por sí mismo. No tiene las herramientas, tampoco las tiene el consumidor especializado. 

Hasta que me hicieron unas preguntas inteligentes: ¿Cree que pensando mucho va a resolver el problema del coronavirus? ¿Está en sus manos el descubrimiento de la vacuna o el manejo de la enfermedad? "No. Desde luego que no", respondí. Entonces ¿para qué le sirve ver tantas y tan malas noticias? “Para disparar la ansiedad”…

Después del interrogatorio me quedé pensando en qué dependía de mí y qué no, en esta pandemia. 

Óptica del consumidor

Decidí escribir este texto, no como periodista, sino como consumidora de medios, a la que le han cambiado, por fuerza, los hábitos de consumo y es ahí, precisamente ahí, en el movimiento que genera el cambio, donde se abren infinitas posibilidades para quienes tienen la misión de velar por la verdad y el derecho a la información. Es insuficiente el modelo de periodismo que se ha venido ejerciendo hasta hoy. Ya no llena las expectativas de los usuarios y este ayuno obligado de medios nos despierta a la libertad de elegir qué consumir y qué no.

 

Desde el desconcierto que produce todo lo nuevo e inesperado de esta situación, me aventuro a plantear esta hipótesis: El coronavirus se llevará, también, a un sector del periodismo tal y cómo lo conocemos. Erosionará pedestales fabricados de audiencias masivas, que han crecido exponencialmente gracias a la incitación y al contagio de emociones tan primarias como el odio. Por ahora, se sostienen los egos, hechos de un material tan efímero como la vanidad, pero no el respeto debido a la integridad de la verdad, que a fuerza de utilizarla de manera amañada para promover y defender múltiples intereses personales, ideológicos y económicos llega a percibirse opaca, dudosa y débil, casi hasta invisibilizarse ¿Qué la debilita? Las segundas intenciones de encender la chispa que busca provocar el incendio. Las reacciones emocionales que multiplican pasiones y suman rating. Y la indiferenciación que se ha hecho entre el bien y el mal, haciéndolo depender del sujeto a quien se incrimina.

En este momento de reacomodamiento de las capas tectónicas en la historia de la humanidad, la información adquiere una importancia extraordinaria para la subsistencia misma de la democracia. No solo importa el qué se transmite en los medios de comunicación y cómo se transmite, sino fundamentalmente quién lo transmite. Más que grandes empresas de comunicaciones, necesitamos líderes de opinión en quienes confiar.

Ahora que se agudizan las razones objetivas para la revolución, por la angustia de las necesidades básicas insatisfechas y la ansiedad que provoca el no poder atender de manera inmediata todos los hábitos de consumo, como veníamos acostumbrados, el terreno está propicio para el incendio. Un ciudadano hiperinformado y desesperanzado solo necesita una chispita de incitación para explotar. ¿Qué tipo de periodismo se debería ejercer en estos momentos? ¿El de la polarización? ¿El que incentiva los odios?

La confianza

¿Cuál es el nicho? Periodistas coherentes, seres humanos integrales en quien CONFIAR, para que sean ellos los que decanten y contextualicen la información y eviten la avalancha de basura que amenaza con sepultarnos bajo el peso y la oscuridad de la desesperanza. Seguramente ya no serán grandes audiencias, ni hablaremos de globalización, pero sí de pequeñas comunidades que buscarán subsistir, de otra manera, buscando referentes que contribuyan, con educación, al rediseño de la vida en comunidad. Serán nuestros editores de la realidad. Más profundos, con vocación de servicio, pedagogos y ajenos al espectáculo.

Crece hoy en el mundo una gran audiencia huérfana de registro en los medios y que a fuerza de ser ignorados, dejará de consumirlos. Hay un viaje invisible, de millones de hombres y mujeres, en busca de su dimensión trascendente, que empiezan a organizarse en pequeñas comunidades. La cercanía de la muerte, que nos trajo la pandemia, ha hecho ver como banales los juegos de poder, donde están también los medios. Es posible que desaparezca la globalización tal y como la conocemos, pero al recuperar la libertad de elegir, retornarán también los valores y relaciones esenciales del ser humano, como la familia, los amigos y el amor a la verdad.

En palabras del Papa Francisco, necesitamos nuevos narradores  “que saquen a la luz la verdad de lo que somos”.