¿A qué edad deberían ir los niños al colegio? Esto recomiendan los expertos | El Nuevo Siglo
Las investigaciones demuestran que someter a los niños a aprendizajes para los cuales no están listos afecta la motivación. / Foto: Cortesía Prensa
Domingo, 21 de Enero de 2024
Redacción Cultura

Actualmente existen diferentes creencias respecto a cuál es la edad ideal en la que los niños deben pasar de la educación inicial –es decir, la que se recibe en el jardín infantil– a la educación formal, en un colegio. Hay quienes defienden que esto debería suceder antes de los cinco años y otros, después de esta edad. Entonces, ¿cuál es la realidad?

En el marco de una investigación liderada por profesores del University College de London (UCL, por sus siglas en inglés), se revelaron hallazgos significativos sobre la necesidad de replantear el inicio de la educación formal en la infancia.

La investigación resalta que el inicio de la educación formal antes de los cinco años puede afectar el desarrollo de los niños, ya que en esos años los menores deben priorizar el desarrollo de sus habilidades blandas a través del juego sin exponerse a la lectoescritura y al cálculo. 

Juliana Triana López, psicóloga, magíster en neuropsicología y experta en crianza, manifiesta que “la creencia de que el inicio temprano de la educación formal les da una ventaja a los niños pierde fundamento, pues diferentes investigaciones a nivel mundial evidencian que, por el contrario, iniciar la vida académica formal antes de los cinco años puede afectar el lenguaje, las habilidades sociales y las tres A: autonomía, autoestima y autorregulación”.

Beneficios

Decidir la edad a la que un niño o niña debe dejar el jardín infantil depende de múltiples factores; sin embargo, la experta –quien además es directora del jardín infantil Eureka– presenta los beneficios que trae mantenerlos en este tipo de institución hasta los cinco años:

El jardín infantil da la oportunidad de desarrollar las habilidades sociales, estructurar adecuadamente el lenguaje expresivo y comprensivo, así como forjar la confianza y autonomía de los niños. Estas habilidades se desarrollan mejor a través del juego y la guía de adultos que estimulen el desarrollo por encima de los conceptos y los logros académicos.

Estas instituciones promueven el desarrollo social y comunitario al enfrentar a los niños a situaciones que deben resolver fuera de casa y en compañía de adultos externos a su familia. Uno de los mayores beneficios del jardín infantil es formar niños autónomos con hábitos y rutinas, en la etapa donde se desarrolla el 85% de la plataforma cerebral. 

Las habilidades socio-emocionales se enseñan en el jardín infantil. Es por esto que el acompañamiento y modelamiento del ser humano durante los primeros seis años de vida es vital, ya que marca sus patrones conductuales la formación de su personalidad y la de resolución de conflictos que se refleja en su vida adulta.

La evidencia científica muestra que los niños que asisten al jardín infantil hasta finalizar su etapa de primera infancia desarrollan habilidades como la autorregulación, la cual les permite iniciar, mantener y finalizar una actividad cumpliendo con una instrucción previamente establecida. Esto beneficia enormemente actividades formales como la redacción de textos, la resolución de problemas aritméticos y mayores períodos de atención.

Culminar la etapa de jardín infantil le ofrece la posibilidad al niño de alcanzar su máximo potencial de desarrollo, para que sobre esas bases los niños puedan aprender de manera fluida conceptos como la lectura, escritura y el cálculo.  En países como Finlandia, líder en educación, los niños ingresan al colegio a los siete años, cuando han culminado su etapa de jardín infantil y las necesidades de aprendizaje cambian de acuerdo a la edad y al desarrollo cerebral.

De acuerdo con Triana, “el cerebro está preparado para aprender conceptos como la lectura, la escritura y el cálculo a partir de los cinco años de edad. Introducir estos conceptos a edad temprana genera alteraciones en su adquisición y a su vez desencadena dificultades socioemocionales, puesto que se está exigiendo a los niños algo para lo cual no están biológicamente preparados. En la escolaridad formal se establecen objetivos que no todos los alumnos pueden alcanzar, lo que socava su confianza, afectando así la motivación hacia el aprendizaje”.