Quintana, sobreviviente del maltrato que revoluciona las letras | El Nuevo Siglo
Foto Agence France Press
Jueves, 12 de Abril de 2018
Santiago Torrado*

Solo cuando temió por su vida, Pilar Quintana encontró el impulso para huir de su marido y dejar atrás la casa que habían construido en un remoto paraje del Pacífico colombiano. 

Superar esa historia de maltrato la convenció del feminismo que hoy, cuando emerge como la revelación de las letras colombianas, pregona sin tapujos.

Los nueve años que vivió en esa selva impregnan "La Perra", su aclamada novela, ganadora en enero del Premio Biblioteca de Narrativa Colombiana.

Fue en una cabaña rústica de madera llena de ventanales sobre un acantilado con vistas soberbias, cerca del poblado de Juanchaco, donde Quintana padeció el abuso que recién se atrevió a contar en un artículo publicado casi en paralelo con el premio.

"Siento que no puedo volver y que tengo una herida muy grande, y 'La Perra' era mi manera de volver a estar allá", dijo sobre la obra que le ha dado fama.

En la novela, Damaris, una mujer negra y pobre a punto de cumplir cuarenta, "la edad en que las mujeres se secan", encuentra una cachorrita sobre la que vuelca su frustrada maternidad.

La selva

Quintana (Cali, 1972), que hace una década fue parte de Bogotá 39, la lista de los escritores menores de 40 años más prometedores de Latinoamérica, tardó en decantar su experiencia en la selva.

Había dedicado sus libros anteriores "Coleccionista de polvos raros" (2007), "Conspiración Iguana" (2009) y "Caperucita se come al lobo" (2012) a atmósferas esencialmente urbanas.

La naturaleza hermosa del Pacífico, donde el mar rompe con fuerza y llueve casi todos los días "con una sevicia bíblica", se encargó de hacerla sentir como "una cosita minúscula y pueril a merced de los elementos".

En el acantilado se encontró con una perra enferma. La vio retorcerse y creyó que estaba convulsionando. Su mente de escritora comenzó a operar y fue el germen de su novela de 108 páginas. 

Se obsesionó por meses sobre cómo construían los escritores la selva en Colombia, y recurrió a clásicos como "Cien años de soledad". Recuerda que en un pasaje de la obra cumbre de Gabriel García Márquez, los Buendía avanzan destajando la selva, pero detrás de ellos crece de nuevo.

"Parece que fuera una exageración pero eso era lo que yo sentía (...) para poder sobrevivir en la selva tenía que ser agresiva como la selva, tener el machete listo todo el tiempo. Éramos o ella o yo".

El maltrato

A Juanchaco llegó junto a su marido irlandés-australiano. Levantaron su cabaña y vivieron con velas y lámparas de aceite hasta que les regalaron un panel solar.

Para muchos su vida era una postal y su musculoso esposo un Tarzán. 

Desconocía su lado oscuro. "Durante las peleas, pasó de gritarme a empujarme, perseguirme si yo quería escapar, agarrarme duro y estrellarme contra la pared. Al final siempre era yo la que pedía excusas porque de alguna manera me convencía de que era yo quien había empezado la pelea o tenía la culpa", cuenta.

En un momento, la ahorcó hasta casi asfixiarla. "Tuve que tener miedo por mi vida para entender que yo tenía que irme y que ese hombre era mi enemigo".

No es una situación aislada. En 2016 hubo en Colombia 50.707 casos de violencia conyugal (una tasa de 126 por cada 100.000 habitantes) y el 86% de las víctimas fueron mujeres, según Medicina Legal.

Aun con las marcas sobre su menudo cuerpo, Pilar no se atrevió a denunciar. Hoy admite que despreciaba el feminismo porque lo asociaba con "amargadas" que peleaban por una igualdad que, en teoría, ya había sido conquistada.

Incluso prefirió perder lo que había construido durante una década, "quedarme sin una cucharita", porque temió un fallo injusto. Entendió entonces el peso de la desigualdad.

"Ese fue el primer momento en que a mí me pareció que el feminismo era necesario. Y ahora cada vez me parece más necesario".

El año pasado vendió su parte del terreno, el último vínculo con su maltratador, y escribir su testimonio fue una manera de darle un cierre.

"'La Perra' es parte de ese proceso, pero es ficción, y la ficción sirve para mantenerse uno cuerdo, pero no basta", afirma sin amargura. "También tuve que hacer terapia y enfrentarme a mis monstruos. Y mirarlos a los ojos para poder sanar".

Finalmente la autora señala exalta al movimiento “Me Too” el que, dijo, le dio valentía para hablar y se sintió cobijada.  Cuando salió mi artículo (donde denunció el caso) no faltó en redes sociales gente que me decía "culpa suya por haberse quedado ahí tanto tiempo", o "para qué se metió con ese tipo". Pero creo que esos comentarios fueron tres o cuatro. La gran mayoría eran de apoyo, y eran abrazos, y creo que eso solo ha sido posible gracias a esta nueva ola feminista.

*Periodista de AFP