Sueños artificiales: un algoritmo imagina Nueva York | El Nuevo Siglo
ESCULTURAS DE datos del artista turco Refik Anadol, quien usa un algoritmo para visualizar millones de fotos de Nueva York.
/AFP
Viernes, 11 de Diciembre de 2020
Gabriel Ortiz Van Meerbeke

Gabriel Ortiz van Meerbeke

Especial para El Nuevo Siglo

Una de las exposiciones de arte más interesantes del año pasado proyectó una visualización de la Estatua de la Libertad ligeramente inquietante. Los espectadores podían reconocer la silueta clásica con la mano alzada y el verde icónico, pero la imagen se alteraba constantemente sin nunca terminar por definirse del todo. No es exactamente un video, porque está compuesta por miles de fotos tomadas desde diferentes ángulos que son procesadas por un programa que usa machine learning para convertirlas en una especie de collage virtual. El resultado termina siendo una obra viva, donde se juntan un sinfín de perspectivas para recrear orgánicamente el mismo objeto. 

Esta suerte de cuadro cubista en tiempo real hace parte de la obra Machine Hallucinations (Alucinaciones de Máquinas) del artista turco Refik Anadol, quien usó más de 100 millones de memorias fotográficas, un eufemismo de fotos públicas encontradas en redes sociales, de la ciudad de Nueva York. Esta instalación sumerge al espectador en una visualización en altísima definición, que pretende crear una “narración sinestésica por medio de su manipulación en varias capas de un vasto archivo visual que vaya más allá de los límites convencionales de la cámara y la técnicas cinematográficas existentes”. Es una obra poderosa porque logra cuestionar la obsesión por exhibir nuestras vidas en internet y al mismo tiempo usa esos datos para que una serie de algoritmos creen una visión de la Gran Manzana que ningún artista humano podría llegar a imaginar.



En otro de sus proyectos Anadol usó el archivo digital de la Orquesta Filarmónica de Los Ángeles, que incluye los videos, audios, fotos y metadatos de 16.471 presentaciones, para convertirlas en la conciencia metafórica del famoso Walt Disney Concert Hall. Procesó toda esta información con una red neuronal que es capaz de “memorizar” lo que ningún cerebro humano jamás podría y mostrar conexiones profundas en los datos. El resultado se plasmó sobre las curvas metálicas características de los edificios de Frank Gehry, usando 42 proyectores de una resolución de 50K, ocho canales de sonido distintos y una banda sonora, que también fue diseñada usando inteligencia artificial. Estas dos instalaciones demuestran cómo Anadol está utilizando la inteligencia artificial para expandir la imaginación y el campo de visión de los espectadores.

Refik Anadol hace parte de AIArtists, la organización más grande de creadores que están “explorando el impacto de la inteligencia artificial en el arte y la sociedad”. Entre sus miembros están Wayne McGregor, un coreógrafo británico que usa esta tecnología para captar la esencia de ciertos bailarines y después crear coreografías diseñadas a partir de sus movimientos característicos. Stephanie Dinkins, una artista transmedia que busca crear un diálogo sobre la intersección de la inteligencia artificial, la raza, el género, la edad y las historias futuras. Una de sus obras más interesantes es Not The Only One (No Es La Única) una instalación, parte escultura y parte audio interactivo, que narra la historia multigeneracional de una familia negra de Estados Unidos. Para ello Dinkins entrenó a un programa para responder a las preguntas de los espectadores, pero lo hizo usando un archivo muy particular: las historias de tres generaciones de mujeres solteras cabeza de familia. Su intención fue crear una experiencia artística que tenga en cuenta las necesidades e ideales de la comunidad Latina y afroamericana, las cuales brillan por su ausencia en Silicon Valley.

Mario Klingemann, otro miembro de este colectivo, creó Memories of a Passerby I (Memorias de un Transeúnte I) usando una red neuronal que proyecta en dos pantallas un flujo infinito y que nunca se repite de retratos de personas que no existen. Se volvió famosa por ser una de las primeras obras de arte en usar inteligencia artificial en ser subastadas en el mercado de arte tradicional. Su creador sostiene que la pieza, que Sotheby's estimó por 40.000 libras esterlinas, es el algoritmo como tal. Esta instalación empieza a cuestionar la noción de autoría, porque en un punto Klingemann no vuelve a tocar la máquina que produce estos retratos.

Sougwen Chung es una pintora que también está empujando estos límites filosóficos. Nació en China pero creció en Canadá, hizo parte del MIT Media Lab y fundó el departamento de Experimentos de Arte y Tecnología en el New Museum de Nueva York. Su obra insigne es Drawing Operations (Dibujando Operaciones) que realiza colaborativamente con la Unidad de Operaciones de Dibujo: Sistema Autónomo en Vivo, al cual le dice cariñosamente Doug por sus siglas en inglés. Este sistema es un brazo robótico que ha evolucionado desde su primera versión en 2015. Chung lo entrenó con sus dibujos para que fuera capaz de imitar los gestos de sus manos y componer conjuntamente un cuadro. Ella insiste en aclarar que los cuadros los realiza colaborativamente con Doug. En muchas ocasiones han pintado en vivo en un performance donde se ve claramente que el brazo robótico actúa independientemente de Chung.



Los escépticos dirán que Klingman y Chung crearon este sistema a su imagen y semejanza, y que, por lo tanto, ni un algoritmo ni el brazo robótico pueden ser realmente autónomos, pero ¿cuándo antes una cámara le había sugerido un ángulo a un fotógrafo? Esta pregunta es el fundamento para otorgarle algún grado de agencia a estos sistemas y máquinas. Sin importar la respuesta a este fascinante dilema, lo que sí es claro es que muchos de estos artistas sostienen una actitud colaborativa con la inteligencia artificial. Para muchos en esta organización artística, los algoritmos no son meras herramientas que hacen exactamente lo que el artista quiere, sino que son capaces de sorprender a sus creadores, mostrarles un trazo distinto o una nueva forma de ver una ciudad.

Uno de los grandes peligros de estas nuevas tecnologías es que muchas veces los programadores no saben cómo los algoritmos que crearon toman sus decisiones. Lo que es más preocupante es que todavía no hay maneras de exigirles que expliquen sus razonamientos. A esto se le conoce como la caja negra de la inteligencia artificial. Dentro del mundo del arte este velo de ignorancia permite a muchos artistas argumentar que los sistemas que están programando sí toman sus propias decisiones y, dado que en algunos casos son capaces de sorprender a sus creadores, son de hecho creativos. Hay otros que toman la ruta opuesta, al sugerir que tal vez estos procesos artísticos donde los algoritmos tienen que crear algo, y no solo encontrar una solución, nos abren un camino para comunicarnos mejor con estos sistemas tecnológicos. Tal vez las alucinaciones artificiales de Refik Anadol sí nos muestran cómo los computadores se imaginan Nueva York, lo cual a su vez abre la puerta de imaginarnos nosotros cómo será el futuro de esta ciudad y del mundo.

Solo un último detalle sobre esa instalación: para hacer esta obra Anadol borró todas las personas que aparecían en cada una de las millones de fotos. Es decir, la máquina soñó a la ciudad que nunca duerme completamente vacía.