Este libro es un estudio antropológico sobre lo que encierra este movimiento que nació en los años 80.
La carga sociológica que la cultura pop generó en el arte se vio minimizada cuando a este género se le otorgó el nombre de música para planchar, indicando que sólo las empleadas del servicio escuchaban estas canciones mientras realizaban sus oficios.
Partiendo de este hecho el Grupo de Estudios sobre las Subjetividades y las Creencias (Gesco), el Centro de Estudios Sociales (CES) y la Facultad de Ciencias Humanas de la UN en Bogotá adelantaron un estudio que hace parte de la llamada “antropología de las ficciones sociales contemporáneas”.
De este análisis surgió el libro Tiempos para planchar, en el cual realizaron un estudio antropológico sobre lo que encierra la cultura pop de la década de los 80 y uno de sus reflejos en la música.
Su editor y compilador, el profesor Fabián Sanabria, afirma que la obra no es un libro de musicología ni se queda en analizar lo que comercialmente se ha dado en llamar “música de plancha”, las baladas en español que dominaron el mundo hispanoamericano durante los años 70 y 80.
Para este libro fueron analizadas 18 canciones de España, México, Argentina y Colombia, entre otros países, como Esta tarde vi llover, La felicidad, Una muchacha y una guitarra.
Que canten los niños, de José Luis Perales, fue examinada por el profesor Jorge Iván Bula, decano de la Facultad de Economía de la UN, quien colaboró en la investigación.
“El trabajo de campo que se hizo fue preguntarles a las madres, tías, madrastras o hermanas mayores cómo les sonaba cada una de las 18 canciones escogidas, y luego a muchachos. Las respuestas fueron muy diferentes, porque lo que significa para unos no les dice lo mismo a otros”, dijo Sanabria.
El libro también hace una contextualización sobre la época fuerte de las baladas, como “la movida madrileña”, y los momentos de dictaduras que vivían la mayoría de países hispanoamericanos a finales de los 70. “Había tiranitos que presentaban un modelo de amor, un modelo afectivo. Y descubrimos cómo con el paso del tiempo la gente se apropia de esos temas y les da un significado muy diferente. Un ejemplo claro fue todo lo hecho por Palito Ortega, en Argentina, quien fue utilizado por la dictadura y después lo premiaron. Él representaba el kitsch que la gente quería asumir, entendiendo el término como el modelo, el cuadro que nos imponen y no se cuestiona”, dijo.
Según el diccionario, kitsch “es el arte menor, que puede llegar a ser pretencioso, extravagante y hasta de mal gusto”. Palito cantaba La felicidad en los momentos más cruentos de la dictadura de Jorge Videla y compañía y las torturas en la Escuela de Mecánica de la Armada, el Pozo de Quilmes, y el Mundial de Fútbol de Argentina (1978) a finales de los 70.
Según Sanabria, el libro también analiza a fondo ese tema del kitsch y cómo las mismas sociedades necesitan de esos modelos autoimpuestos de belleza, amor, libertad y democracia.
“Este es otro diccionario, otros retazos del ‘discurso amoroso’ que identificó Roland Barthes. Es un homenaje a las muchachas de servicio que tienen que atravesar la ciudad durante más de dos horas todos los días para tenernos listo el desayuno a las siete de la mañana, realidad a la que se le ha llamado ‘cartografías movedizas’. Es un homenaje a Bertica, la muchacha de mi casa”, dijo Sanabria.
El trabajo duró un año por parte de los 22 investigadores del Gesco, y muchos de ellos están en Europa haciendo doctorados y más estudios. El libro se consigue en las librerías y próximamente tendrá una edición virtual.