Ahora sí la COP16 | El Nuevo Siglo
/ Foto Parques Nacionales.gov.co/
Viernes, 11 de Octubre de 2024

Finalmente llegó la hora de la COP16, a inaugurarse en los próximos días en Cali. Si bien mucho de los prolegómenos se han ido en disponer la seguridad y otros aspectos indirectos, como las noticias sobre la organización del evento en lo que por anticipado es factible decir que se lucirá la capital vallecaucana, a partir de ahora la concentración en los temas ambientales deberá encabezar el orden del día.

No es para menos cuando, en efecto, hay cuatro puntos centrales a destacar en la jornada internacional, cuyo epicentro es la biodiversidad planetaria.

Habría que comenzar, por supuesto, señalando que se aspira a que al final de la Conferencia se pueda concluir que se cumplió con el cometido esencial de asegurar la financiación mundial para el amparo y recuperación de la biodiversidad, en especial los 20.000 millones de dólares anuales que se requieren para que los denominados países en desarrollo puedan desempeñarse acorde con los objetivos prescritos. Porque una cosa es la retórica que suele presentarse en este tipo de eventos y otra el compromiso efectivo orbital, especialmente de los llamados países desarrollados, en el propósito de salvar a la biodiversidad de la degradación actual y el peligro que se cierne hacia el futuro con una naturaleza que se va a pique y amenaza con quedar reducida a sus mínimos en no muchas décadas.

Como se sabe, la COP16 tiene de programa fundamental el ajuste y consolidación de los protocolos presupuestales que se discutieron previamente en la Conferencia de Montreal y que una vez decantados en Cali serán motivo de aprobación en la COP17. No en vano existe una dramática brecha entre lo que se requiere y las exiguas realidades financieras mundiales. Solamente en el tema de la deforestación, por ejemplo, el orbe pierde alrededor de 10 millones de hectáreas al año, algo así como el territorio de los departamentos de Cundinamarca y Boyacá sumados, y enfrentar semejante fenómeno pernicioso no se logra por arte de magia. Por el contrario, exige ingentes recursos y en la COP16 podrá verse si en verdad hay un compromiso generalizado, es decir, de todos los países, en particular los de mayores recursos, para lograr la cultura de una vida amigable con la naturaleza y que definitivamente se entiendan los bosques como un antídoto insoslayable contra el cambio climático.

Otro aspecto básico es, por descontado y como lo señala el programa, el manejo de los recursos genéticos connaturales a la biodiversidad. Desde la COP de Nagoya, en 2010, sobre el tema, el punto exige un tratamiento definitorio. La riqueza colombiana en esta materia, en especial por tener dentro de sus límites la Amazonía profunda, predetermina que se llegue a soluciones claras. Y para ello es indispensable que de una vez por todas se establezca por consenso, en especial con las tribus aborígenes de tan extensa área suramericana, cuáles serían los protocolos con el fin de que los recursos genéticos sirvan a propósitos universales en la ciencia y la medicina. Ciertamente nada podría avanzarse sin que se llegue a un punto de encuentro, en el que se impida la ruina de la naturaleza, pero tampoco es dable que se mantenga una parálisis. Salvo que se llegue a la conclusión, no descartable, de que se deje la zona en sus condiciones nativas, con el fin de amparar a los “pulmones del mundo”, pero asimismo se aprecie el costo que ello tiene para los países del área amazónica y se reconozca mundialmente el retorno. En todo caso, y en general, es menester avanzar en las secuencias digitales de los recursos genéticos y el tratamiento adecuado.   

Por otra parte, se habla de que sería prioritario unificar la agenda de la biodiversidad con la agenda climática. Si bien hay conexiones evidentes, con esto podría correrse el riesgo, sin embargo, de que la biodiversidad quede subsumida y no se atienda con autonomía y en todos sus factores y problemas multifacéticos. Está bien afianzar los vasos comunicantes, pero en modo alguno dejar de lado los fenómenos propios que sufre la biodiversidad, como la reprobable extinción de las especies y la depredación de los ecosistemas y sus servicios por agentes diferentes del clima.

Igualmente, para un país como Colombia, seleccionado para ser sede de la COP16 por su potencia megadiversa luego de la negativa de Turquía, sería imperdonable no poner a la naturaleza también de víctima del conflicto: la contaminación de la minería criminal, la deforestación por los cultivos ilícitos, la insania para con el agua, el infausto contrabando de madera y de especies, en suma, la tenebrosa degradación que han sufrido el país y otros con similares problemas específicos o de conjunto. Y que, incluso a partir de temas adicionales, tiene al mundo repleto de encrucijadas socio-ambientales.

A pocos días de arrancar la COP16 habrá, pues, mucho por decir. Pero ante todo lo que interesa es no desviarse de los propósitos primordiales y lograr que, sin retórica ni esguinces, se haga por fin realidad el compromiso mundial, positivo, práctico y tangible, con la biodiversidad, so pena del punto de no retorno.