No son pocas las implicaciones que tiene el que la demanda mundial de carbón esté cerrando este año con un máximo histórico. Por un lado, porque los 8.770 millones de toneladas requeridos a nivel global en este 2024 no son una circunstancia aislada. Ya en el 2023 se había marcado un récord de 8.530 toneladas. Es decir, que pese a lo que algunos estudios y dirigentes en todo el planeta pronosticaron en torno a que la utilización de este mineral entraría en declive definitivo en esta década, lo que se está evidenciando es lo contrario.
En segundo lugar, es claro que el mercado minero-energético ha experimentado en los últimos años una serie de factores económicos, geopolíticos y de contingencia climática que hacen muy complejo hacer planificaciones de largo plazo.
Las consecuencias de la guerra ruso-ucraniana, los altibajos de la economía china, la evolución de los sistemas productivos de países emergentes, el incremento del parque automotor eléctrico y los coletazos de los fenómenos de la Niña y el Niño en distintas partes del planeta, agravados obviamente por el calentamiento global, han llevado a que los cronogramas nacionales y mundiales que se tenían en torno a una disminución planificada del parque de generación termoeléctrica a base de carbón, se hayan alterado. Lo mismo ha ocurrido con el flujo de la demanda de otros combustibles de origen fósil, como el petróleo y el gas.
De hecho, la misma Agencia Internacional de Energía, que había previsto tiempo atrás la curva a la baja en la demanda del carbón, incluso señalando una disminución muy drástica hacia mediados de la centuria, ayer indicó que pese a lo ocurrido en estos dos últimos años se esperaría que hacía 2027, ahora sí y por cuenta de una aceleración en la transición energética en todo el planeta, se estabilice el consumo de este combustible y luego comience a disminuir.
Como se dijo, este pronóstico está sujeto a que no se presenten hechos que alteren el mercado minero-energético. Por ejemplo, este 2024 es considerado desde ya como el año más cálido jamás registrado, lo que ha llevado a que en regiones de Europa, América y otros continentes el uso de aparatos de cadena de frío y aires acondicionados haya crecido de forma sustancial, obligando a una mayor demanda de energía, ya sea de fuentes tradicionales (petróleo, gas y carbón), alternativas (hidroeléctrica, eólica, solar e hidrógeno) o nuclear.
Pero no solo aumentó la demanda de carbón, hasta los ya mencionados 8.770 millones de toneladas, sino el comercio mundial del mineral, puesto que en 2024 se alcanzó un volumen inédito de 1.550 millones de toneladas, con precios 50% más altos que el promedio registrado cinco o siete años atrás. Asia, con China a la cabeza, está imperando en el mercado de consumo y compraventa.
Para Colombia, que tiene varios de los yacimientos a cielo abierto más grandes del planeta, lo que ocurre con el precio del carbón debería ser una buena noticia, sobre todo por divisas, impuestos y regalías. Prueba de ello es que de los 1.070 millones de toneladas que se movieron por el comercio internacional el año pasado, nuestro país aportó 54,5 millones de toneladas.
Aparte de lo anterior, a nivel interno el carbón ha sido clave. Es más, de no haber sido porque las termoeléctricas han venido funcionando al cien por ciento en los últimos meses (alimentadas por este mineral y gas, que ya está empezando a escasear e importarse), el país podría haber sufrido un apagón debido al menor rendimiento de la cadena hidroeléctrica.
Sin embargo, hay limitantes y obstáculos. Por un lado, como se sabe, este gobierno tiene la controvertida política de marchitar la industria minero-energética, razón por la cual ha bloqueado la firma de nuevos contratos de exploración, espantó la inversión sectorial e incrementó la carga impositiva sobre este rubro productivo. Asimismo, en una decisión controversial y por razones típicamente ideológicas, el Ejecutivo decidió suspender exportaciones a Israel meses atrás. A ello se suma, el aumento de los casos de conflictividad social alrededor de la minería informal y su choque con la normatividad ambiental, así como por el avance de la minería criminal en muchas zonas del país en donde los grupos armados ilegales están en plena expansión y combatiendo a sangre y fuego por el dominio de las economías ilícitas.
Como se ve, contra todos los pronósticos y el dogmatismo radical ambiental alrededor del cambio climático, y siendo innegable y prioritario que el mundo debe avanzar hacia la transición energética de forma decidida, pero ordenada y gradual, el carbón continúa siendo un actor principal en el mercado global, obligando a que los cronogramas de migración a combustibles más limpios se adecúen a los altibajos en la demanda y el consumo de esta y otras fuentes de energía.