Biden va por Putin | El Nuevo Siglo
Jueves, 24 de Febrero de 2022

* Manotazo sobre Ucrania

* Guerra militar versus guerra comercial

 

 

El ataque militar a gran escala de Rusia sobre Ucrania demuestra, ante todo, el verdadero rostro de Vladimir Putin frente a los ojos atónitos del mundo. Mucho tiempo se tardaron las fuerzas del bloque democrático en develar las intenciones reales del autócrata ruso.

Hemos sido reiterativos, en otros editoriales, en señalar que la situación de Putin sobre Ucrania podía asemejarse a la de Adolfo Hitler sobre Checoslovaquia en los prolegómenos de la Segunda Guerra Mundial. Hoy esa percepción parece un lugar común. En esa ocasión, Hitler se tomó intempestivamente la región de los Sudetes, aduciendo que había una mayoría de origen alemán desprotegida. Y luego, pese al pacto de Münich, procedió militarmente contra todo el país y más tarde contra Polonia. Vino entonces todo el despliegue nefasto para llevar a cabo su tesis de un “mayor espacio vital” para la raza germana, que condujo a la conflagración universal, con resultado de más de 70 millones de muertos (en un comparativo, la actual pandemia del coronavirus ha producido 6 millones de decesos). Ahora Putin no habla, desde luego, de “espacio vital”, pero sí de la seguridad de su pueblo, sin que este sea atacado o amenazado en modo alguno. Y esa es la razón fantasiosa de acudir a una “guerra relámpago”, similar a las de Hitler, sobre Ucrania. Al fin y al cabo, pueden ser dos conceptos no tan distintos, cuando ambos tratan esencialmente de una expansión territorial y un gran manotazo geográfico.     

En ese sentido, cuando ya la invasión es un hecho cumplido, ha sido pasmoso observar cómo los principales dirigentes occidentales se mantuvieron en un estado de alerta paralizante, puesto que, si bien fueron prendiendo las alarmas a la vez que intentaban una salida diplomática, nunca pensaron que Putin llegaría a una decisión bélica de semejantes magnitudes. Cuyo propósito, ciertamente, es engullirse de un solo golpe a Ucrania (uno de los países más grandes de Europa), ya para instalar un gobierno títere, ya para anexarlo directamente, lo cual en la práctica es lo mismo, y bajo la justificación de asegurar el separatismo de las provincias prorrusas, en Dombás, donde hay una guerra civil fomentada por Rusia desde hace ocho años, al tiempo que anexaba la provincia crucial de Crimea. Y quién sabe si de ahí en adelante, ya con la totalidad de Ucrania en el bolsillo, seguirá con otros estados fronterizos, como los pequeños de la zona del Báltico, o los demás a la redonda, como Polonia, Eslovaquia, Hungría, Rumania y Moldavia, varios de ellos miembros de la Alianza del Atlántico Norte (OTAN).

En todo caso, el punto central es que se ha llegado a la situación impensable de una guerra convencional abierta en Europa, que no solo amenaza todo el este del continente, sino que es indicativa del drástico viraje geopolítico del orbe. Bajo el estruendo de los misiles rusos y la enfermiza prepotencia de Putin, propia de los dictadores brutales, se ha producido un ataque descomunal contra un país soberano, castigado por sus buenas relaciones con los países democráticos de Europa y el mundo, no solo retando el principio sagrado de autodeterminación de los pueblos, sino infiriendo una lesión enorme a la paz mundial.

Por descontado, el interrogante persiste en cuanto a la dimensión de la estrategia que Putin tiene en mente a mediano y largo plazos. Como ahora es fácil deducir, la toma de Ucrania estaba preparada de hace tiempo y no fue un pálpito de última hora. Al corto plazo la capital, Kiev, caerá muy pronto.

Incluso, a esa agresión inconcebible el bloque democrático, encabezado por el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, no ha contestado militarmente, sino con una guerra comercial y financiera, buscando estrangular de forma paulatina a Putin (tal vez hasta su caída) y hacerlo perder el ambivalente respaldo interno a través de un portafolio de bloqueos y rotundas sanciones económicas. Como puede colegirse, el bloque se ha abstenido de una confrontación directa, salvo por ayudas humanitarias a Ucrania y un cordón militar de la OTAN en las fronteras. Esto señala que, en no poca medida, este país puede darse por perdido, pese a la retórica en contrario, o al menos dejado a la suerte de su ejército y la resistencia interna de su pueblo, sumido en el desconcierto.

Bajo esa hipótesis, Putin podrá contar con un tiempo adicional para seguir fijando su estrategia. Es probable que las sanciones económicas, cuya efectividad no será inmediata, lo hagan recostarse, aún más, en su alianza con China. Pero también es cierto que la apuesta de Biden es por su cabeza, como lo hicieron Stalin, Roosevelt y Churchill con Hitler en su momento. Y es lo que está por verse.