Conciliación con Ecuador | El Nuevo Siglo
Miércoles, 28 de Agosto de 2013

LA  diplomacia de tiempos de crisis no es la misma que a la antigua se aferran algunos países,  con fundamento en creer que el contrario respeta las reglas de juego, el derecho,  los pactos, los tratados, las fronteras, la tradición y la fraterna amistad entre pueblos hermanos. Esa visión idealista del mundo diplomático está revaluada por los hechos, en tiempos en los cuales sectores que se dicen seudo-revolucionarios desconocen lo que denominan el derecho burgués. Se burlan de la palabra empeñada, de los acuerdos internacionales, desconocen fronteras milenarias y no les importan sino sus intereses. Los pequeños países también pueden ser arrogantes, valerse de su relativa debilidad para interponer demandas contra los más poderosos, seguros de que en un mundo convulsionado, en donde las potencias siguen siendo rivales, así manifiesten lo contrario, pueden sacar provecho… Nicaragua, con fundamento en ese criterio aventurero  de conseguir solidaridades demanda a los poderosos o los más grandes, segura del apoyo de los países gobernados por sistemas afines de izquierda, como de atraer la solidaridad que instintivamente algunas naciones sienten por los más pequeños, con cierta candidez protectora.

Nicaragua supo moverse en el litigio con los  Estados Unidos en la Corte Internacional de Justicia de La Haya, que gana. Ese hecho debió sopesarlo mejor la diplomacia colombiana, que se mueve dentro de los esquemas simplistas de considerar que todos los países siguen a rajatabla el apego al derecho, los buenos modales y el consabido besamanos. Siendo que la geopolítica en tiempos de crisis se mueve de la tormenta a la incertidumbre, por lo cual reclama el concurso de los más recios, sutiles y visionarios políticos, por encima de los consabidos y miopes  burócratas de salón.

El presidente Belisario Betancur, defensor de la solidaridad internacional y de los No Alineados, en ocasión de un terremoto en Managua, les entrega en “préstamo” varios millones de dólares, como se ayuda a un hermano menor en apuros. Virgilio Barco trató de recuperar la cuantiosa suma y su colega de Managua le contestó que eso había sido un regalo. En nada se ablandó la decisión de Nicaragua de seguir el injusto pleito contra Colombia, que en el Tratado Esguerra-Bárcenas de 1928, le había regalado con torpeza angelical nuestras costas en el Atlántico  a cambio de nada. Las mismas desde las cuales incoa el pleito para disputarnos nuestro mar, con la finalidad de ir por el Archipiélago de San Andrés y Providencia, quizá hasta Cartagena.  Ocasión en la que sostuvimos  que  debíamos aceptar la nulidad del Tratado y exigir que nos devolvieran las costas.

No es dado equiparar el acuerdo  de Colombia para conciliar un demanda del Ecuador contra el país en la Corte Internacional de Justicia de La Haya, pactando una reparación en metálico,  cuyo monto se desconoce, con el proceder en el caso de Nicaragua. Sin desconocer que en algunos casos es mejor “un mal arreglo en vez de un buen pleito”. Lo mismo que, en principio, habla bien de la diplomacia de Colombia y Ecuador, como del mismo presidente Rafael Correa, que se concrete un acuerdo directo entre las partes. A sabiendas de que en La Haya nos habrían condenado a pagar reparaciones.

Asimismo,  acordó el Ecuador retirar otra demanda en La Haya, en la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, por el bombardeo al campamento de ‘Raúl Reyes’, en el cual murió  un ciudadano ecuatoriano. Pleito en el que Colombia habría podido probar el apoyo del Ecuador a las Farc, dado que después se supo en un debate en la Asamblea de ese país, por cuenta de un alto funcionario oficial, de la tolerancia con más de una docena de campamentos subversivos en su territorio. Por lo que se presume que con buenos litigantes se podría haber ganado el caso y probado el apoyo de los vecinos a las Farc. Aun así compartimos el beneplácito editorial por llegar a un acuerdo mediante el cual nos comprometemos a pagar los honorarios a los abogados del Ecuador como se estila en esos casos, ignorantes del monto de la cuenta. Sin por eso llegar a equiparar las tensiones entre Colombia y Nicaragua, a raíz del fallo inicuo de La Haya, con el arreglo con Ecuador. Ya vimos lo que pasó con las costas que les regalamos y con el “préstamo” de Belisario Betancur, que más generoso no pudo ser y la ingratitud que generó.  

La política internacional de hoy día se ha enrarecido y se ha vuelto en extremo peligrosa, es un verdadero campo minado, en particular para un país que tiene grandes extensiones de territorio que no domina e inmensa riqueza en dos mares, incluso por las reservas ecológicas y  de agua. Otras naciones que han sido vulneradas por fallos de La Haya se han negado a cumplirlos, por la sencilla razón de que no pueden renunciar a defender a los suyos en casos de derecho humanitario, como sería para nosotros abandonar a su suerte a los isleños colombianos de San Andrés.

Al ser el fallo de La Haya  inaplicable en un mundo desquiciado en el cual la relación entre Colombia y Nicaragua es un incidente menor entre países,  pasarán años y años en los cuales las cosas seguirán como están, sin por eso minimizar ni desconocer que Nicaragua puede intentar rearmar a la guerrilla y amparar el contrabando e intentar hacer concesiones petroleras en nuestro mar. Lo que está a prueba es la firmeza de nuestra  voluntad política para defender la soberanía y la eficacia de la Armada colombiana. Lo que más favorece la causa nacional y le permite al presidente Santos actuar en defensa de la soberanía nacional es el compromiso con la minoría colombiana en San Andrés, que Nicaragua pretende asfixiar, deber que es irrenunciable y que el fallo de La Haya desconoció. Lo mismo que tenemos compromisos de amistad y solidaridad con Costa Rica que debemos hacer valer ahora que Nicaragua la amenaza y busca expandirse por su territorio.