Correa contra la prensa | El Nuevo Siglo
Sábado, 24 de Agosto de 2013

Pareciera  que en Ecuador casi todos los sectores políticos se han allanado a la voluntad del gobierno de Rafael Correa, sometidos a toda suerte de presiones, la vieja política dividida y propensa a plegarse a los distintos gobiernos, agoniza. Desde que el Correa tomó la iniciativa política, empuja a sus adversarios a la desesperación y el abismo del ostracismo. Las presiones indebidas se suceden unas a otras, para la oposición no existen garantías democráticas válidas, ni reglas de juego creíbles. El Presidente se mueve como si fuese el dueño del casino y da la impresión de que su única finalidad es desplumar a los clientes, por lo que le gusta jugar con cartas marcadas. Es así como defenestró a la Asamblea, la magistratura, y derrotó uno a uno a dirigentes de los distintos partidos que han osado desafiarlo. Mediante la propaganda oficial presenta su gobierno como el de un Mesías, al que el pueblo le perdona sumiso los errores más garrafales y las incumplidas promesas.

Los sin empleo figuran en las estadísticas oficiales como trabajadores y no se atreven a quejarse ni manifestar, puesto que eso sería atentar contra el gobierno. Lo mismo se repite con los logros del gobierno que ciertos o falsos nadie del común osa desvirtuar. Modificó a su antojo la Constitución, eligió una Asamblea de bolsillo y una magistratura que se distingue por ser su cómplice. Y somete a las Fuerzas Armadas a su capricho alimentando las ambiciones de los oficiales unos contra otros. Mantiene una espada de Damocles sobre los empresarios y los agentes de las altas finanzas, que de no someterse a sus caprichos y aceitar los fondos de su partido son perseguidos por las autoridades, que por cualquier motivo real o ficticio los hostilizan y multan. Por esa vía y el populismo ha conseguido amaestrar la opinión pública. El arma secreta de Correa es usar todo el poder del Estado para movilizar lo opinión y forzar a la oposición a participar en sucesivas y costosas elecciones. Como la oposición se mantiene dividida y se mueve dentro de los viejos antagonismos partidistas heredados, no consigue confrontar con posibilidades de éxito al gobierno, en tanto deja de tener influjo en los cuerpos colegiados o pierde las consultas de tipo plebiscitario, al tiempo que se arruina.

Es así como Rafael Correa ha conseguido valerse de las instituciones de la democracia para acumular un poder descomunal. Y en su esfuerzo por someter a los ecuatorianos a su voluntad, avanzar y consolidar un proyecto político de  partido único de izquierda, cuantos se le oponen terminan mordiendo el polvo de la derrota. Los desacredita, persigue, hostiliza, calumnia y dado el caso criminaliza. Ha conseguido intoxicar a la población mediante la continua propaganda que exalta su gestión y lo presenta, según las circunstancias, como estadista, sabio, benefactor, santón, amigo de los  humildes, salvador, verdugo de la oligarquía, nacionalista o paladín de la justicia social. En realidad, no es nada de eso, no es ni siquiera un hombre de carácter, ni un doctrinario, ni de  ideas fijas: es un actor. Hace su papel según sus objetivos y las cambiantes circunstancias. Y cuando lo ejerce lo hace cínicamente bien, puede aparentar un día ser amigo fraterno de Colombia y mañana entablar un juicio contra el país.

Nadie duda ya de la habilidad política de ese actor que se presenta en el Vaticano y se postra a llorar al lado del Papa, con cara de arrepentimiento, Quien por unos instantes no musitó palabra al notar la farsa. Correa jura amar al pueblo más que su vida. Lo mismo que le jura lealtad a Fidel Castro y hasta al diablo si le conviene. A la clase dirigente del Ecuador la engañó, para después cargarla de impuestos y debilitar su poder. Manipuló a los indígenas y luego los divide y persigue. Se apodera deliberada y continuamente de las radios y los medios televisivos del país, que deben exaltarlo o perecer. En estos momentos el Estado es un virtual monopolio de la propaganda oficial, que no tiene competidor del sector privado. Sometió a la Academia por hambre y las universidades se pliegan a sus dictados o las cierra y les niega el permiso de funcionar o acreditarse. En medio de ese triunfo del populismo rampante y la construcción del partido único, la prensa libre ha sido el gran baluarte de la libertad y la democracia. El análisis diario de sus medidas demagógicas al descubierto le indigna. Por eso ensaya toda suerte de estrategias para corromperla, someterla, asfixiarla. Al no poder silenciarla por la persecución económica, puesto que el sector privado le da avisos para que no se apague la antorcha de la libertad y evitar que el país se hunda en el charco del pensamiento oficial. Por tanto, Correa se disfraza como el gran ecologista, después de otorgar una concesión petrolera en una zona de reserva ecológica, y sostiene que se debe abolir la impresión en papel de los periódicos, por lo que convocaría a un referendo a sabiendas de que el papel se importa. Es un pretexto con la finalidad de crear un impuesto ruinoso para los diarios que los llevaría a la quiebra.