Diplomacia por la paz | El Nuevo Siglo
Viernes, 13 de Febrero de 2015

*El proceso es fuerte por sí solo

*Ingenuidad vs. realidades geopolíticas

Una oportunidad de oro. Así puede calificarse el escenario que se abre tras la gira internacional del uribismo para dar a conocer su posición crítica frente al proceso de paz en Colombia. Más allá de la polémica de los últimos días entre los sectores que defienden a toda costa la búsqueda de una salida negociada al conflicto, y aquellos que insisten en dispararle a esa posibilidad desde todos los ángulos posibles, acudiendo incluso a proyectar hipótesis insólitas y ajenas por completo a los resultados de la negociación en La Habana con las Farc, es claro que lo más conveniente para el Gobierno y las facciones afines al proceso, es dar el debate también en nivel externo. En modo alguno se puede dejar progresar en los ámbitos internacionales la falsa sensación de que existe una intención para acallar las voces críticas y menos permitir que éstas aprovechen la controversia para tratar, hábil pero subrepticiamente, de victimizarse como supuesto blanco de presuntas persecuciones políticas y judiciales, con el evidente fin de deslegitimar procesos penales vigentes en contra de sus dirigentes y afines.

En ese orden de ideas, lo procedente es dejar que el uribismo siga desarrollando su agenda internacional con todas las garantías que se requieran, con la asistencia diplomática que soliciten o sea del caso, como es un derecho de todos los colombianos en el exterior, y más aun tratándose de quienes ostentan dignidades como la parlamentaria y el rango expresidencial.

Si bien es entendible la reacción emocional de amplios sectores locales que no digieren cómo es posible que la oposición al proceso de paz ahora lleve su discurso a instancias internacionales, sobre todo en momentos en que la prioridad estatal es buscar apoyos externos para financiar el posconflicto, lo cierto es que la reacción del Gobierno, los partidos de la coalición y muchas otras instancias públicas y privadas debe regirse por la cabeza fría, sobre la base objetiva de que la negociación con las guerrillas no sólo está amparada en un sólido marco jurídico y apoyada por amplios sectores del país, sino que, además, es liderada por un Ejecutivo que fijó una serie de líneas rojas sobre aquello que por ningún motivo será objeto de discusión o pacto con la subversión.

También debe entenderse que desde las grandes potencias, los entes multilaterales y un sinnúmero de gobiernos la vigilancia y acompañamiento al proceso de paz en Colombia ha sido permanente y activa. Tanto en Estados Unidos como en la Unión Europea, América Latina y otras latitudes existe un conocimiento profundo de las implicaciones de lo que se está haciendo en nuestro país así como de los desafíos que el proceso implicará en materia de verdad, justicia y reparación. De allí que los espaldarazos unánimes dados en todo el mundo durante los últimos meses, no se han producido por la mera expectativa de un diálogo con las guerrillas, sino sobre la base del análisis que muchos gobiernos y entes multilaterales realizaron sobre las implicaciones de los preacuerdos ya alcanzados en La Habana y la valoración de los sacrificios que tendrán que hacer el Estado y la sociedad colombiana para acabar la guerra. En ese orden de ideas, raya en la ingenuidad y casi que en el provincialismo creer que ese ambiente geopolítico proclive al proceso en Colombia, que se alimenta de múltiples informes diplomáticos, visiones de expertos y observatorios del más alto calibre, no está al tanto de las reservas que tienen algunos sectores en nuestro país frente a la negociación, o que va a cambiar de opinión frente a la misma por cuenta de una gira del uribismo. Incluso, pese a que los contradictores de las tratativas con la guerrilla han tratado de sobredimensionar los pronunciamientos de la Corte Penal Internacional sobre los límites de la justicia transicional, esa misma instancia ha advertido que solo cuando se concreten los acuerdos podrá emitir una opinión cierta sobre los mismos.

Así las cosas, la gira del uribismo es una oportunidad de oro para que el Gobierno, la Cancillería, el cuerpo de embajadores, los partidos de la coalición y el sector privado puedan ir ahora no sólo a replicar fundada y objetivamente las críticas y aclarar las reservas frente al proceso, sino, con base en esas explicaciones, allanar más apoyos políticos y financieros al mismo, sobre todo ahora que se entra en la recta final. El proceso de paz es fuerte por sí solo, más allá de defensores y contradictores.