Dolor de patria | El Nuevo Siglo
Viernes, 27 de Diciembre de 2013

* Escandalosa impunidad

* El crimen sin castigo

Una  de esas tantas noticias que suelen desconcertar a los colombianos se recibió en Navidad en ocasión de los entuertos que han rodeado el ominoso y vil asesinato del periodista y subdirector del diario La Patria, Orlando Sierra Hernández, un intelectual, un destacado periodista y literato que se sabía de memoria algunas obras de Gabriel García Márquez, impactado por aquello del Premio Nobel. En alguna oportunidad en un restaurante tuvo la fortuna de encontrarse con el famoso autor y le comentó eso; que él se sabía de memoria varias de sus obras, fuera de ser un gran admirador suyo. García Márquez puso cara de perplejidad y lo miró con una sonrisa irónica, como si tuviese ganas de decirle no digas pendejadas, yo no soy tan crédulo como para creer ese cuento un tanto macondiano. Orlando Sierra se sintió herido porque este dudara de su afirmación y en respuesta comenzó a recitar el primer capítulo de Cien años de soledad. García Márquez, quien había escrito la obra, no se la sabía de memoria y quedó muy impresionado. A partir de ese momento  surgió una relación entre el admirador y el famoso escritor que se quedaron por un rato hablando no solamente de novela latinoamericana sino, en particular de literatura estadounidense y la magia deWilliam Faulkner y Joseph Conrad,los cuales eran de los preferidos  de ellos. Este hecho muestra un hombre abierto, generoso y un tanto ingenuo en su admiración por el reconocido novelista.

Orlando Sierra no solamente era un erudito y un intelectual, tenía la garra del verdadero periodista, que desde el diario La Patria solía fustigar de manera implacable la corrupción que se había convertido en una cloaca por la que se salían los fondos públicos, también, dirigía las investigaciones de su equipo de jóvenes. Las ventas del periódico crecían en la medida que el osado periodista se enfrentaba a los caciques políticos de turno y denunciaba sus trapisondas. Esos informes especiales conmovieron a la opinión pública regional y, en ocasiones, repercutieron en los medios nacionales.  Las investigaciones se sucedían una tras otra y el acucioso investigador, casi con la misma secuencia recibía amenazas de aquellos que tenían las manos sucias y querían permanecer en el anonimato y la impunidad. Entre más lo amenazaban Sierra se mantenía firme en sus arraigadas convicciones morales y sus amigos más íntimos comentaban que no vendería su conciencia de hombre libre, ni tampoco lo arredraban las cobardes amenazas. Sin duda se convirtió en un ejemplo del periodismo incorruptible. Como la justicia cojeaba y parecía no aplicar para esos delincuentes de cuello blanco, la sociedad lo apoyaba con la esperanza de que los escándalos que publicaba en La Patria conmovieran la magistratura y se  consiguiera que avanzaran las investigaciones contra los delincuentes que usaban su influencia y dinero mal habido para torcer el brazo de la justicia.

Sus colegas sostenían que eran tan conocidas y de tal gran gravedad las acusaciones que se hacían desde La Patria, que por lo mismo esta situación conocida por el público le garantizaba la vida a Sierra, pues en caso de que atentaran contra él ya se sabía quiénes habrían dado la orden para silenciarlo. Esta armadura de respeto a su vida por temor a que se descubriera con relativa facilidad a los autores intelectuales no pasó de ser más que un buen deseo, una esperanza frustrada de quienes lo admiraban y lo apreciaban, puesto que a esos criminales no les importa la opinión ajena, más bien prefieren aplicar la ley de la mafia y que les teman, así que ordenaron su ejecución el 30 enero de 2002 y todos los indicios  y testimonios que se conocieron en la investigación recayeron sobre un reconocido político liberal del Departamento de Caldas que manejaba un electorado cautivo. El sicario que disparó contra el inerme periodista fue capturado y lo condenaron a 19 años de prisión, un poco menos de lo que se dispone en la nueva ley para el caso de que una persona embriagada que conduzca un vehículo atropelle y despache al otro mundo alguna persona.

Otra personaje siniestro que había dejado una estela de sangre por cuenta de sus actividades delictivas, conocido como Tilín, después de ser capturado aceptó colaborar con la justicia y les contó a las autoridades de la banda a que pertenecían los sicarios y dio los nombres de los políticos involucrados en el crimen. Por esas declaraciones de él y de sus otros compinches la justicia determinó capturar al cacique liberal de Caldas para que respondiera por el crimen; debieron pasar 10 años más para que el oscuro personaje fuese juzgado. El influyente político siempre negó ser responsable en la eliminación del reconocido periodista, ni de otros crímenes de los que se le acusan. En ese largo proceso desaparecieron varias de las pruebas y murieron algunos testigos y pese a haber sido condenado, inicialmente, ahora un juez de Pereira consideró que no había pruebas para que siguiera detenido. Los del diario La Patria, los colegas de Sierra, la opinión pública de Caldas, los amigos y familiares están consternados, lo mismo que sus colegas de todo el país, que perciben que a los que matan periodistas los ampara una misteriosa e inexplicable fuerza que desde la oscuridad parece garantizar la impunidad a los criminales.