Dos meses de barbarie | El Nuevo Siglo
Viernes, 22 de Abril de 2022

* Occidente dejó sola a Ucrania

* La debilidad patente de la ONU

 

Al cumplirse hoy dos meses de la invasión rusa a Ucrania son varias las conclusiones que se pueden extrapolar de la que es, sin duda, la mayor tragedia humanitaria de la última década, no solo por la dimensión del conflicto armado en sí, sino por los varios millones de desplazados que ha producido, las miles de muertes de uniformados y civiles así como el inestable escenario geopolítico mundial derivado de una conflagración en la que se han llegado a mencionar asuntos tan graves como “una tercera guerra mundial localizada”, “emplazamiento de arsenal nuclear estratégico”, “crímenes de guerra similares a los de los nazis” y “genocidio disfrazado”…

En primer lugar, es evidente que la “operación especial” que Vladimir Putin lanzó el pasado 24 de febrero estaba planificada para ser una acción militar contundente que llevaría rápidamente a deponer o subordinar al gobierno del presidente ucraniano Volodimir Zelenski, forzando así a Kiev a renunciar a la opción de ingresar a la OTAN. Sin embargo, Moscú no solo se encontró con una resistencia local muy fuerte, sino que Occidente, que si bien ha evitado intervenir directamente en el plano militar, logró conformar  un bloque de condena mundial a la invasión, que ha servido de mediana barrera de contención. Así las cosas, lo que se planificó como una guerra de corta duración, ahora está apuntando a un conflicto de varios meses.

En segundo término, es claro que la posibilidad de una salida negociada a la confrontación bélica no parece cercana. Moscú es inamovible en que no quiere a la OTAN cerca de ninguna de sus fronteras, mientras que este bloque, si bien ya ve lejana la posibilidad de reclutar a Ucrania, sí ha ganado la alternativa de que Suecia o Finlandia analicen ingresar a su esfera de influencia geomilitar. A hoy los diálogos entre las partes siguen estancados porque Kiev difícilmente puede responder positivamente las drásticas exigencias planteadas por Moscú en su última oferta para un acuerdo que cese la confrontación.

Igualmente resulta obvio -tercera conclusión- que Occidente no solo dejó a Ucrania sola en el campo de batalla ante un enemigo superior, sino que optó, en su lugar, por una estrategia de combinación de sanciones a Rusia en las esferas política, económica, financiera, cambiaria, diplomática, petrolera e incluso deportiva y artística… Esa andanada de medidas de castigo ha tenido un resultado relativo, en la medida en que Moscú no ha morigerado sustancialmente su ofensiva militar en Ucrania, en tanto que el aislamiento total que se pretendía sobre la cúpula del poder de la nación agresora no se pudo concretar, debilitándose la estrategia de forma sustancial con el paso de las semanas. Hay una alta afectación al Kremlin, la economía y población rusas, pero insuficientes todavía para forzar la capitulación de Putin o sacarlo del poder. Por el contrario, lo que sí crece día tras día el coletazo inflacionario mundial derivado de este conflicto.  

En cuarto término es innegable, una vez más, que la asimetría entre el poderío militar ruso y el arsenal ucraniano ha permitido a las tropas invasoras avanzar sobre gran parte del país, destruyendo buena parte de la infraestructura castrense, de transporte, abastecimiento y servicios públicos así como arrasando ciudades enteras, con saldo mortal muy alto y millones de personas huyendo al exterior. A hoy parece claro que Rusia apunta al control de extensas zonas del sur y el este de Ucrania, sobre todo las áreas estratégicas de Donetsk y Lugansk, corazón de la región del Donbás, con la península de Crimea, anexionada ya por Moscú en 2014. Incluso, más allá del largo y cruento asedio a Kiev, resistido por la valiente y sacrificada defensa de los locales, al final pareció evidente que los rusos no quisieron tomarse la capital.

No menos concluyente -quinto elemento- es que, una vez más, quedó patente la debilidad de la Organización de Naciones Unidas (ONU) como instancia cuyo fin prioritario y primigenio es mantener la paz mundial y propiciar la resolución pacífica de las diferencias. Limitada a un rol de denuncia sin mayores ‘dientes’ para frenar el drama humanitario de millones de ucranianos, con un Consejo de Seguridad inmóvil por el poder de veto de las potencias y desplazada como mediadora por los gobiernos francés o turco, la considerada entidad más poderosa del planeta funge como una especie de espectadora de la crisis. Apenas la semana que entra el Secretario General irá a las naciones en conflicto, en una diligencia por demás tardía y con pocas expectativas.

Finalmente, es claro que en esta guerra, como en todas, son los inocentes y desarmados los que ponen la mayoría de las víctimas. La barbarie protagonizada por Rusia en ciudades como Bucha y, sobre todo, en Mariúpol, incluso con crímenes de lesa humanidad y de guerra que se creía el mundo no volvería a presenciar tras el holocausto judío, pone de presente que el respeto por la vida y la dignidad humanas continúa siendo mínimo en esta tercera década del siglo XXI.