El arte de negociar | El Nuevo Siglo
Miércoles, 17 de Octubre de 2012

*Caminos conocidos y realidades cambiantes

*La pura doctrina conservadora y la paz

Desde  el momento  en el cual   Enrique Santos Calderón -quien hace años reunió sus artículos sobre el conflicto en un libro que lleva por titulo La Guerra por la Paz, con prólogo de Gabriel García Márquez y editado en 1985- entró a manejar los hilos del acercamiento del Gobierno del presidente Juan Manuel Santos con las Farc, el mutismo prevaleció. El ensayo refuerza la importancia de la discreción en la negociación diplomática, dado que en el prólogo, García Márquez, le hace un reconocimiento a Otto Morales Benítez y un reproche, por sus declaraciones enigmáticas, en las que señala a los enemigos de la paz, sin dar nombres. Esto durante el Gobierno del entonces presidente Belisario Betancur, que avanza como ninguno en las negociaciones de paz.

Decía entonces Gabriel García Márquez que: “había razones para pensar que las fuerzas contrarias, desde dentro y desde fuera del Gobierno, tenían bastante poder para derrotar no sólo a nuestro Presidente de mejor voluntad, sino también el anhelo común de una nación aburrida por 170 años de guerras civiles embolatadas”. Pues bueno así ha sido. Y agrega, dando la razón a Morales Benítez: “Los enemigos ocultos actuaron con más rapidez, con más poder, con más astucia, e inclusive, con más inteligencia que los partidarios de la paz. Pero el sabotaje empezó mucho antes que el proceso mismo”. El presidente Belisario Betancur, en carta dirigida a Otto Morales Benítez, para aceptarle la renuncia a la Comisión de Paz, menciona la Ley de Amnistía que se había aprobado, que muestra “el profundo empeño del proceso de paz en que estamos todos”. Y se firmó un acuerdo de paz con las Farc, así como se llegó al cese el fuego, en el cual las Farc desautorizan el secuestro, la extorsión y el terrorismo. Lo que derivó en una desgarradora frustración colectiva, y siguió la guerra cruel y homicida, principalmente en los campos.

El presidente Andrés Pastrana avanza  en la dinámica de paz. Acude a la reunión del Caguán con las Farc, apoyada por los Estados Unidos, Europa y los países de la región, sin que aparezca el máximo jefe de los alzados en armas, un vocero suyo lee un discurso en el cual se ataca a Álvaro Gómez, aun después de su magnicidio, por las gravísimas revelaciones  que desde El Siglo y en el Congreso, hizo contra las denominadas Repúblicas Independientes. En ambos casos, volviendo a la reflexión de Gabriel García Márquez, sobre los enemigos de la paz, es preciso añadir que los mismos halcones de esa milicia subversiva tuvieron gran responsabilidad en la ruptura del proceso y en frustrar a la Nación al no consagrarse la paz. Y Pastrana ordena perseguir militarmente a las Farc.

Álvaro Uribe se catapulta al gobierno en hombros del rechazo colectivo al terrorismo de las Farc. En dos mandatos se desvela en  ganar a toda costa la guerra,  con el apoyo irrestricto de su ministro de Defensa, Juan Manuel Santos, que condujo al bombardeo en el Ecuador donde cayó Raúl Reyes. Y las Farc han sobrevivido malheridas. Los bombardeos siguen  en el gobierno Santos, cobran la vida de varios miembros del Secretariado y de comandantes importantes. Hasta que como una luz en el túnel se abre la posibilidad de una  paz negociada en Oslo.

Es oportuno precisar sobre el proceso de paz que  la pura doctrina conservadora tiene como principal objetivo consagrar el orden, está por la legalidad, la legitimidad, el imperio de la soberanía nacional, la fortaleza de las instituciones, el triunfo perenne de la democracia, para consolidar la libertad. Según las circunstancias, agita el olivo de la paz o apela a los cañones. Lo conservador es el sistema. Defendemos  el orden contra el desorden. En el concepto  conservador de Estado, las Fuerzas Armadas juegan un papel insustituible, por eso defendemos el Fuero Militar, más en un país en el cual el 70 por ciento del territorio periférico es en extremo vulnerable y prevalece la ley de la jungla. Allí es notoria la falta de autoridad y de gobernabilidad, por lo que la paz en esas zonas selváticas y de cultivos ilícitos no se logra por decreto, pende, también, de  los factores del desorden, del atraso y la miseria colectiva. Una  paz con futuro  demanda un Estado fortalecido, un gran plan económico de desarrollo que modifique la estructura de pobreza de los que viven en zonas riquísimas casi sin explotar, que incorpore la población a la civilidad, la producción y el bienestar.