El compromiso conservador | El Nuevo Siglo
Lunes, 26 de Agosto de 2013

*La democracia partidista

*Restablecer la soberanía estatal

 

Los partidos políticos, enfrascados en la inmediatez y la pugna por mantener o aumentar su influencia, la partija burocrática  y satisfacer los compromisos de carpintería política, en ocasiones, descuidan la estrategia y los temas decisivos desaparecen de su agenda, por el afán de no comprometerse. Lo grave es cuando esa anomalía política de estar por fuera de los asuntos fundamentales se vuelve costumbre, los partidos se anquilosan, pierden la capacidad dialéctica de debatir, de disentir, de asumir la defensa de sus valores, lo que por desgracia en las últimas décadas de manera repetitiva le sucede al conservatismo.

Justifican esa ausencia propositiva de lo conservador por cuanto al quedar en minoría en las elecciones deben evitar fricciones con los sucesivos gobiernos con los que colaboran y que les han  dado  alguna cuota de poder desde que terminó hace diez años el gobierno del presidente Andrés Pastrana. Ese  silencio conservador desde el punto de vista estratégico no siempre es lo más conveniente, puesto que los gobernantes inteligentes agradecen y valoran  las sugestiones y las críticas oportunas expresadas de manera razonable y generosa. Nadie más agradecido que el conductor de un tren al que le avisan a tiempo que el puente por donde obligatoriamente tiene que pasar a alta velocidad no resistirá su peso y que por tanto va a una horrible tragedia, a menos que se trate de un suicida. Mucho más cuando un gobernante  está a cargo de la conducción de una Nación de cuarenta millones de habitantes.

Por  falta de compromiso se  mina la voluntad del partido. Se está convirtiendo en costumbre mantener cierta prudencial distancia de los temas públicos más controvertidos y se rehúye asumir grandes responsabilidades o intentar retomar la iniciativa política. Lo que viene suscitando una especie de complejo de inferioridad conservador, en el sentido de que no se atreve a defender los principios y doctrina con voz fuerte, le teme incluso al debate interno de los candidatos que aspiran a conseguir el respaldo de la militancia conservadora. En principio, la razón de ser de los partidos políticos es formar elementos capaces que aspiren a llevar sus iniciativas al poder, ya sea  a la Presidencia o ir a los cuerpos colegidos. La disputa de las ideas, de las ambiciones, de la defensa ardorosa de nuestros valores y propuestas de cambio para el país, juega para los aspirantes a los cuerpos colegiados como para aquellos que los pica la mosca presidencial. Eso es elemental en una democracia. Lo contrario sería como convidar a partidos de  fútbol en los cuales estuviese prohibido meter goles en el arco contrario, con el tiempo el aburrido espectáculo espantaría la hinchada.

Lo conservador, a diferencia de otras agrupaciones políticas indoctrinarias, tiene un compromiso con los valores eternos que profesa, como con las generaciones que nos antecedieron, las presentes y las que nos sucederán, por lo que su deber es apostar al bien común. Lo que explica su vehemente defensa de la soberanía nacional, de los bienes del Estado, como  el rechazo a la corrupción. Y en tanto que  asume el compromiso democrático, debe ser tolerante con las aspiraciones de quienes tienen vocación de poder y aspiran a representar al conservatismo en las elecciones presidenciales o en los cuerpos colegiados. En ese sentido la directiva del Partido Conservador que preside Omar Yepes Alzate, debe garantizar a todos los candidatos la libre competencia por el favor popular, para que sea la Convención -que es la que tiene poderes para ello- la que consagre a los elegidos.  Sin descartar por eso eventuales acuerdos con otras fuerzas políticas, ni  alianzas de diverso signo.

El mismo derecho de los militantes a opinar lo tienen los expresidentes y los distintos miembros de la jerarquía partidista. Como de manera franca y contundente lo hizo  Andrés Pastrana, al rechazar le reelección. Asunto que constituye la esencia de la vida y las disensiones partidistas, que, necesariamente, están sujetas a las cambiantes circunstancias y que por su naturaleza no se definen por cuenta de un Directorio, sin facultades para amordazar el debate, sino que es competencia de la Convención Nacional del Partido Conservador.

Siendo trascendentales estos escarceos sobre el futuro electoral del país, no podemos descuidar temas de la mayor importancia. Entre otros, alertar sobre la quiebra de la soberanía nacional y cómo se debilita el Estado. Otra vez nos destroza el alma enterarnos de que acaban de asesinar a 13 soldados en Arauca, frontera con Venezuela. El Partido Conservador no puede enmudecer frente a ese crimen, debe movilizarse y expresar su solidaridad con la institución castrense, con las familias de los soldados, con sus padres, las viudas, los hermanos. Cada día se degrada más la soberanía nacional en Colombia. Soberanía estatal que Max Weber, define: “El Estado es aquella comunidad humana dentro de un determinado territorio, que reclama para sí con éxito el monopolio de la violencia política legitima”. Violencia que se ejerce para evitar la disolución de la sociedad y el triunfo de los violentos, siempre dispuestos a imponer por la fuerza su predominio. Es en ese ejercicio de soberanía que mediante la legalidad se consagra la ley, que debe ser única y suprema. No puede existir una ley para las gentes de bien y laxa para los que se alzan contra el Estado. El Estado no puede renunciar a su misión esencial sin riesgo de derrumbarse, carcomido por transar la ley y volverse impotente para consagrar el orden.

Los  Estados civilizados se han visto envueltos en sangrientas guerra civiles, en horribles guerras mundiales, hasta que alguien vence y se restablece el orden. Colombia, por más de medio siglo, es  un Estado fallido en el 70% de su territorio, lo que lo debilita en grado sumo para defender las fronteras. En esa defensa de la soberanía nacional y de la democracia, lo conservador como en otras épocas de nuestra historia, tiene una misión justa, grande, noble y riesgosa  que cumplir.

 

En defensa de la soberanía nacional y de la democracia, lo conservador como en otras épocas de nuestra historia, tiene una misión  justa, grande, noble y riesgosa que cumplir