El estado de opinión | El Nuevo Siglo
Martes, 28 de Agosto de 2012

* 30 años de la revista Semana

** Entre el ser y el deber ser

 

Al interior de la revista Semana, que en estos días cumple 30 años de fundada, suelen darse profundas discusiones en torno de si es aconsejable publicar un editorial o dejar el esquema informativo tal cual ha resultado exitoso. Es conocido que la revista The Economist tiene los editoriales más leídos y agudos del mundo. Al mismo tiempo, sin embargo, la revista TIME, en la que se inspiró Semana, también es un hebdomadario de excelencia, pero no suele producir editoriales. Cualquiera sea el caso, con editorial o sin él, el hecho es que Semana ha generado un estado de opinión colombiano, permanente desde el mismo día de su primera edición. Y eso es lo increíble y verdaderamente rescatable.

La política, bien en su formulación institucional o en su actividad cotidiana, tiene de fundamento una sola cosa: que se produzca en medio de un pueblo que tenga, precisamente, conciencia política. Es decir, que tenga interés en ella, en la orientación del Estado, en los pleitos del poder, en la mejora de la sociedad, en los énfasis presupuestales, en el desarrollo del entramado institucional, entre muchas otras características.

Lo que suele sorprender en países con raigambre democrática de hondo calado es, justamente, la dimensión de la conciencia política de sus pueblos, bien sea en Europa o Estados Unidos. Es ello una característica esencial de la democracia que no está en los Códigos o las Constituciones. De hecho, es fácil constatar que los países de mayor conciencia política suelen ser los más avanzados.

Colombia es un país cuya conciencia política se ha fraguado lentamente. No obstante, podría decirse, por ejemplo, que la Independencia fue primero un fenómeno de opinión, aquilatado en los medios de comunicación y las gacetillas de entonces, y que después tuvo el recorrido militar correspondiente. Aun así, la conciencia política no se irrigó de modo general y, por el contrario, perteneció a una pequeña porción de ciudadanos. Ello hizo, precisamente, que la llamada Gran Colombia entrara en colapso, pues de haber existido una mayor cantidad de conciencia seguramente no se habría producido la división territorial y política.

A partir de entonces, sin embargo, se fundaron periódicos defensores de una u otra vertiente de pensamiento, lo que tuvo mucha mayor incidencia durante buena parte del siglo XIX. En efecto, el mismo colombianólogo británico Malcolm Deas sostiene en un libro-ensayo sobre el país que pocas naciones como Colombia tuvieron una plétora de poetas, literatos y periodistas que llegaron a la cúpula del poder a través de sus opiniones y dialéctica y que hoy configurarían eso que llaman la Imagen en la televisión.

Durante el siglo XX, las dos vertientes principales del pensamiento colombiano, conservadora y liberal, tuvieron periódicos que configuraron la conciencia política del país a su modo y crearon un estado de opinión. Nunca, no obstante, se dio el caso de que una revista pudiera competir por ese monopolio de la opinión, mucho menos en medio del auge de la radio y la televisión. Y ese es el gran éxito de Semana, desde que la fundó Felipe López Caballero.

Hoy, como se sabe, la competencia por la opinión, en medio de las nuevas redes sociales y los énfasis de los medios de comunicación, es alta. Por eso lo que interesa es la información competente y no solo competitiva. Desde el comienzo, Semana, mucho antes de que aparecieran estas nuevas tecnologías, logró conquistar ese nicho, incluso desplazando a muchos  competidores impresos. En la actualidad, buena parte del estado de opinión colombiano se debe a Semana, con la única agenda de señalar qué fue del país en los últimos ocho días.

La definición más acertada de periodismo puede ser la historia que se hace y se deshace diariamente. Mucha es la historia coadyuvada por Semana desde sus páginas en los últimos treinta años. Entre otras cosas, por ello, o sea porque comenzó a mostrar las realidades colombianas, hasta entonces escondidas, llevando en sus carátulas a narcotraficantes, guerrilleros y otras circunstancias que muchas veces se mantenían camufladas ante la opinión pública.

En tal sentido, Semana en toda la línea, desde los análisis políticos hasta las menudencias sociales, ha mostrado el modo de ser colombiano. Y en esa conexión ha logrado generar ese estado de opinión permanente, tan difícil en los medios. Y a su modo ha generado una importante cantidad de conciencia política en un país en el que ello era exiguo. Un editorial no suele señalar el ser, sino el deber ser. ¿Quién sabe si Semana a futuro cederá a la tentación de hacerlo?