El fantasma de Chávez | El Nuevo Siglo
Martes, 12 de Marzo de 2013

En el firmamento político de Venezuela el fantasma del comandante Hugo Chávez, gravita y se siente por todas partes. La costumbre de oírle a diario vociferar y ensayar toda suerte de epítetos, insultos y cuestionamientos contra sus opositores locales, del exterior o imaginarios, como de invocar a diario la revolución, que no era otra cosa que el capricho, la fantasía y el populismo asistencialista, junto con la manía de atizar  la lucha de clases, hace que la gente sienta nostalgia como pasa en tierra caliente cuando se va el aire acondicionado. Para bien o para mal, los venezolanos convivieron desde el 4 de febrero de 1992 hasta el 5 de marzo de 2013 con su verbo encendido, atropellado, desordenado, hiriente unas veces e irónico otras, el gesto hirsuto  y las ocurrencias del comandante, que se hizo un formidable comunicador. Él manejaba el país como un jefe tribal, con  la chequera petrolera a la mano y girando a  su antojo, al punto que  dispuso personalmente de las reservas de oro del país, sin descuidar el látigo y la presión del poder estatal contra sus contradictores o la atracción mediante jugosas propuestas. Todo ello junto a la intervención secreta o abierta en terceros países, en ocasiones con resultados positivos al punto de contribuir a cambiar el mapa geopolítico de la región. Algo nunca visto antes, hasta  la fugaz despedida, la consagración de Maduro y el colofón de la última operación en La Habana que salió mal.

Como lo denunció en su momento Arturo Uslar Pietri, los recursos del petróleo envilecieron las dictaduras, la democracia y se convirtieron en el combustible de la revolución chavista que comenzó por apuntalar a Cuba y romper el bloqueo de los Estados Unidos. Y las gentes siguieron a Chávez como un soldado nacionalista que pondría orden en casa y metería en cintura a los corruptos. Nadie, ni él mismo, inicialmente, sabían que rumbo tomaría la revolución. La suerte lo acompañó  y lo favoreció con unos precios del crudo con los que no contaron ninguno de sus antecesores. Así que aumentó la dosis de política asistencial que ensayaron sus predecesores, combinando desde el apoyo a Cuba con la presencia de médicos y enfermeras de ese país en los barrios populares hasta  tratamientos a gentes humildes de sus enfermedades en La Habana, con todos los gastos pagos. Y la ayuda en mercados, televisores, gasolina y para los jefes de barriada de las milicias vehículos, puestos, premios en metálico y la cosa funcionó. Y cuando las urnas le eran adversas, como cuando perdió la convocatoria a la reelección, no vaciló en desconocer los resultados para  apelar a los poderes de la Ley Habilitante y el manejo de la Asamblea de bolsillo. La economía está a punto de estallar y la empresa privada, así como los ganaderos y agricultores, apenas sobreviven de milagro. Por las deudas que tiene Venezuela y el atraso industrial, la baja de los precios del crudo -que parece se avecina- sería mortal.

Para la próxima presidencial el  fantasma chavista pesa sobre la opinión, pese a que se sabe que el modelo asistencialista hace agua. El gobierno busca la reelección y  cuenta con invocar la imagen del jefe desaparecido así como con cuantiosos  recursos del Estado. La revolución chavista pretende sobrevivir a su jefe, que nunca dijo en qué consistía, por lo que el presidente encargado, Nicolás Maduro, se viste como Chávez, camina como Chávez, repite sus consignas,  recoge su discurso, se esfuerza por parecer a éste y busca llenar el inmenso vacío en la conciencia colectiva  que dejó su antecesor.  

La movilización de masas de todo el país, con camisetas iguales y consignas parejas no fue improvisada y fue posible en cuanto el gobierno sabía del deceso del jefe  y tuvo tiempo de preparar las cosas. Lo hizo con eficacia, cuando los estudiantes en las calles reclamaban a Chávez y el rumor de que había muerto se convertía en certidumbre. La revolución  mostró entonces al mundo la habilidad y la organización del chavismo para movilizar a las masas. Y pocos  hacen cálculos para entender que millones y millones de seres silenciosos se quedaron en casa.  La abstención, en este país donde el voto es obligatorio,  ha sido altísima. La última palabra y el factor sorpresa  lo tienen las mayorías silenciosas.