El mito revolucionario | El Nuevo Siglo
Domingo, 17 de Febrero de 2013

*Del buen salvaje a la democracia

*Las ideas políticas en la región

 

Como  es de público conocimiento la sociedad occidental, lo mismo que otros pueblos de la Tierra, a lo largo de los siglos han encontrado mitos que les permiten en un momento dado alcanzar las diversas formas de gobernabilidad, en Occidente hemos tenido el mito absolutista que básicamente se fundamentaba en el derecho divino de los reyes, avalado por Roma. Ese mito que duro varios siglos permitió que una minoría gobernante fuera aceptada como tal e incluso que se le considerada de sangre diferente a la de los otros seres humanos. Es decir, de sangre azul. Tras ese mito vino la postura de los grandes filósofos españoles como Suárez, Vitoria, Mariana y otros que pusieron ciertas condiciones para que ese poder mítico de los reyes operara y es cuando plantea Suárez que está en desacuerdo con un poder que se desvía de su fin principal de servir a la sociedad,  que es la deformación que se presenta cuando el rey se convertía en tirano. En ese caso especial Suárez llega a una conclusión de que se puede eliminar al tirano, lo que significa que se puede avanzar al tiranicidio, según los preceptos del gobierno justo desde el punto de vista cristiano. Estas políticas que antecedieron en mucho a los grandes ideólogos de la Revolución Francesa van a incidir en personajes como Rousseau, Voltaire y los pensadores de la Enciclopedia, quienes omiten la influencia española que habían tenido en la formación de sus ideas y, a su vez, los hispanoamericanos prefieren reconocer que las ideas libertarias de equidad y de justicia las heredamos de autores franceses o anglosajones por ese prurito de que lo extranjero siempre es mejor a lo que aflora de la propia cultura hispánica.

Desde luego, Descartes es el que sienta el gran precedente de poner en duda todo lo que no pueda probar en materia de conocimientos y por tanto, él niega el poder divino de los reyes en la medida que por medio de la razón no puede comprobar este mito político de siglos. Así que Descartes, en un modesto ensayo, de breves páginas, va a demoler el edificio teológico político que se había levantado durante siglos en la antigüedad para sostener el gobierno hereditario de las monarquías.

A partir de eso nos encontramos ya con el racionalismo que tiene que ver con otro mito, es el mito del buen salvaje. ¿Quién es el buen salvaje? El aborigen de nuestra región que personajes como De las Casas y otros sacerdotes del humanismo cristiano idealizan y consideran que es bueno por naturaleza. Este mismo nace desde el momento que algunos conquistadores, incluso el propio almirante Cristóbal Colón, creen encontrarse en el Paraíso, en una tierra prometida, en donde los hombres son buenos por naturaleza. Lo que significa que los conquistadores lo pervirtieron. En el caso De Las Casas, la nueva historiografía ha demostrado que lo que tenía era un gran complejo de culpa. Puesto que en sus inicios había llegado con la espada del conquistador a hacer fortuna, sino que se le ocurrió en una incipiente colonia de españoles, en lo que hoy es la zona oriental de Venezuela, que se podía formar una colonia desarmada para que se entendiera con el buen salvaje. Gravísima equivocación que le costó la vida a estos pioneros, a manos de los guerreros indómitos de la región. Ese “holocausto” de los colonos conmueve hasta las entrañas al frustrado conquistador y colonizador, a un punto tal que siente una vocación tardía por el sacerdocio y se convierte en predicador de los dominicos.

A partir de esa transmutación de la personalidad de De las Casas se transforma en el mayor detractor y crítico de los propios españoles y colonizadores en el Nuevo Mundo, llegando a una exaltación tan sólo comparable a la de los profetas bíblicos. Allí nace la leyenda negra contra España y se propaga el mito del buen salvaje, cuando como se ve el nativo era tan guerrero y combatiente como el foráneo, con la diferencia que estaba en desventaja tecnológica al no tener las poderosas armas ni el caballo ni los perros mastines y de presa que tenían los españoles para someter a sus adversarios.

La teoría del buen salvaje llega a oídos de los europeos, de los geógrafos, de los enciclopedistas y Juan Jacobo Rousseau la retoma cuando dice que el hombre es bueno por naturaleza y la sociedad lo corrompe. Entonces decide replantear la política, para encontrar la supuesta voluntad general que se debe expresar por medio de unas papeletas depositadas en unas urnas y que van a decir en dónde está la razón o la verdad, por medio del sufragio de los más. Como lo ha demostrado Mosca, el famoso tratadista italiano, es muy difícil establecer esa voluntad general en cuanto las masas generalmente suelen ser sugestionadas por una minoría, que es en últimas la que lleva a manipular el grueso de la población aun en el supuesto de que las elecciones sean libres, a tomar partido. Lo interesante de ese mito es que establece la legitimidad de la soberanía popular y con eso la permanencia de la democracia así nadie hasta hoy haya podido poner de acuerdo a todos en lo que significa. Ni siquiera el propio Lincoln cuando la define como el gobierno del pueblo y para el pueblo. Y frente a ese mito de la democracia ha sucedido otro mito, que es el social comunista que tiene una antigüedad que viene desde los griegos pero que retoma Carlos Marx con la teoría de la dictadura del proletariado. Ese mito también cayó en el momento en el cual los partidos comunistas de la Unión Soviética se autodisolvieron,  cayó la cortina de hierro y el muro de Berlín. Lo que no impide que en algunos países de nuestra región subsista la mitología comunista en Cuba, con el principio de nivelar por lo bajo a la población y mantener una suerte de perestroika bajo el dominio de Fidel Castro, mientras el pueblo se convierte en una sociedad de famélicos.

Estos hechos son históricos y los conoce todo el mundo menos los militantes de las Farc. Quizá por haber estado en las selvas y el combate por tanto tiempo aislados de las grandes corrientes del pensamiento ha prosperado entre sus dirigentes el anacronismo del mito revolucionario, que es lo que parece perfilarse en las conversaciones de La Habana con los delegados del Gobierno encabezados por Humberto De la Calle. Esa convicción los lleva a hacer exigencias anacrónicas de todo tipo y creer que con un discurso de Timochenko pueden conmover a la población y de hacer que salga a las calles a apoyarlos, lo que no ha ocurrido. Eso es lo que verdaderamente enfrenta la guerrilla en La Habana, a pesar de que no es un territorio neutral, se encuentran con el fin del mito revolucionario filo-castrista que podría cambiar la sociedad. Así que no les queda sino la posibilidad de que los que no han cometido delitos de lesa humanidad puedan incorporarse en un futuro a la política, si es que logran modernizar sus ideas y acoplarlas a la realidad o quedar como ausentes de la historia, reducidos a una especie de secta, como aquellas que se resistieron en la antigüedad a reconocer la redondez de la Tierra.