El nuevo Congreso | El Nuevo Siglo
Viernes, 11 de Marzo de 2022

* Reforma política pendiente

* Trascendencia del voto de hoy

 

 

La democracia colombiana goza de varias curiosidades. Entre ellas, tener un sistema electoral que cambia con cada cita a las urnas. No hay, pues, criterios fijos. En buena medida ello obedece a que, en vez de unas reglas del juego permanentes, se reconfigura una plataforma eleccionaria cada cuatro años.

Esto hace, de una parte, que el sufragante se vea sorprendido con los instrumentos electorales que se adicionan a propósito de la mera coyuntura política. Y frente a ello, además suele faltar pedagogía. Por lo cual es muy posible que ese vaivén contribuya, de modo decisivo, a alimentar la abstención.    

De otra parte, se sostiene, sin embargo, que entre más opciones existan para acercar al elector a las urnas se fortalece el ejercicio democrático. En consecuencia, así se van añadiendo mecanismos como las actuales consultas interpartidistas, a fin de seleccionar candidatos presidenciales en medio de las elecciones para Congreso. Si bien esto parecería una fórmula práctica, que abarata costos a la Registraduría, también es evidente que desdibuja un evento cuyo designio primordial es la composición parlamentaria: el núcleo de la democracia.      

En principio, y más allá del propio sistema electoral, está claro que no son pocas las deficiencias de la estructura democrática en el país. Comenzando por la más antigua que es, precisamente, la casi nula diferenciación entre las atribuciones de Senado y Cámara de Representantes. Esa falencia del bicameralismo permite inferir que más bien hay una sola corporación legislativa. En ese caso, con un número excesivo de congresistas, erogaciones innecesarias para el Estado y el fomento del vicio clientelar.

Esta anomalía, que viene desde la primera época republicana, tuvo de sustento la idea del Libertador de incorporar el método bicameral inglés. Pero sin darse un Senado hereditario (en su mayoría conformado por los luchadores de la independencia) y una Cámara popular, como era su concepto, la propuesta fue suplida. Y en cambio se adoptó, a su pesar, el bicameralismo de Estados Unidos, donde no obstante existe una federación y no una república, como en Colombia. De hecho, allá el ordenamiento territorial para la elección de Cámara es bastante diferente, además con facultades institucionales diversas a las del Senado y lapsos disímiles para su integración.       

Asimismo, ni en Estados Unidos (o en el resto del mundo) existe la extraña tesis de la circunscripción nacional para elegir a la totalidad de los senadores, desde que aquí se elevó, en 1991, el tema a canon constitucional. Si bien los proponentes pensaron en hacer un reflejo de la elección de la propia Asamblea Constituyente, la figura se ha convertido en un exabrupto. No neutralizó a los “caciques”, según lo justificaron, ni tampoco se restringió el número de curules a cien. Al contrario, se encarecieron las campañas hasta sumas inconcebibles y por esa vía se amplió el camino a la corrupción. Y como si fuera poco, el resultado también derivó en que múltiples departamentos se quedaran sin posibilidad de escaños. Toda una descarga perniciosa y un desfiguramiento de la democracia representativa.

A lo anterior hay que sumar otras situaciones en las que, intentando hacer el bien, se terminó legislando con consecuencias negativas. Es el caso, por ejemplo, de haber constitucionalizado el aumento de las dietas parlamentarias, de forma automática, a partir del promedio sobre el incremento general de sueldos en el Estado. Esto, que en principio era ideal para evitar el desgaste de una ley anual en ese sentido, terminó elevando el salario de los congresistas a cifras exorbitantes que no se tenían previstas entonces. Hoy, esa circunstancia es una de las que más pesa en el descrédito del Congreso.

Posteriormente a la vigencia de la Constitución, se hicieron varias reformas. Una de ellas, la del voto preferente. Lo cual enturbió, al mismo tiempo, la intención de evitar las empresas electorales. Por el contrario, el voto preferente ha sido otro estímulo para aumentar los costos de la política y es en parte el responsable del carrusel entre la contratación pública y la financiación de las campañas. Y que, por supuesto, es un aliciente al fraude y la compra de votos.

La elección este domingo del Congreso es, pues, vital si se pretende, en realidad, una reforma política de fondo, que es de lo que muchos han hablado en esta justa electoral. Pero como siempre se dice lo mismo, pero nunca se lleva a cabo, entonces habrá que tener ojo avizor en la materia.

En tanto, se hace indispensable votar, aun si pareciera haber confusiones entre los tarjetones de las consultas y el Congreso. La realidad indica que nunca como hoy fue tan necesario recurrir a las urnas.