El remezón chino | El Nuevo Siglo
Sábado, 9 de Enero de 2016

En vilo dominio geoeconómico 

Billonarias pérdidas bursátiles

 

Según los organismos internacionales especializados, China representa un poco más del 17 por ciento de la actividad económica global, por lo que un resfriado en su economía afecta en mayor o menor grado al resto del mundo. De allí que si en 2015 tuvo el crecimiento más bajo en 25 años, el planeta tiene que preocuparse.

El auge del crecimiento económico de la potencia asiática por más de una década facilitó que otras naciones se beneficiaran y obtuvieran jugosas ganancias con las ventas a ese país, estimulando así el crecimiento en Occidente. Hasta que las cosas cambiaron y la inestabilidad económica del último año puso en vilo la geoeconomía. Es claro que en muchos países los gurús de la economía y las altas finanzas no tenían claro si se trataba de un fenómeno pasajero o una situación crítica estructural en China. Al final, la descolgada se confirmó como permanente y estructural. De allí que no solamente quienes venden materias primas a Pekín han visto afectados sus ingresos, sino que las potencias industriales registran retrocesos en sus operaciones orbitales por el efecto transversal global de la crisis de la nación asiática. Lo mismo ha pasado con el músculo presupuestal de Pekín que financiaba a varios países, entre ellos algunos de nuestra región, pues su debilitamiento ha postergado numerosos préstamos e inversiones.

Las autoridades de Pekín y Shangái suelen acudir al

sigilo para intervenir la economía local, ya sea mediante maniobras bursátiles o la devaluación del yuan, sin embargo la crisis ha sido imposible de esconder. Igualmente varios magnates fueron sorprendidos haciendo jugadas en las bolsas para subir o bajar artificialmente el precio de las acciones, lo que terminó golpeando drásticamente a muchas empresas y el bolsillo del público.

Toda esta situación se hizo más negativa cuando el Banco Central chino empezó a devaluar el yuan, lo que debilitó la capacidad de compra de sus empresas y población en momentos en que reactivar el consumo interno era urgente para robustecer la economía. Esa devaluación el año pasado se trató de justificar con la idea de hacer más competitivas las exportaciones, pero también fue obvio que al depreciar más la moneda se afectó el flujo de compras de materias primas,  tecnología y otros insumos en el exterior. La conjugación de esas medidas se dio en medio de un gran cambio estructural de la economía y de inversiones internas en nuevos proyectos industriales y agrícolas, cuyo proceso podría quedar a medias.

De allí que no sea sorpresivo lo que ha pasado en el arranque de este año. Esta semana se hizo necesario intervenir dos veces los mercados de títulos locales para evitar que se extendiera el pánico en la bolsa de Shangái. Se apeló a lo que se conoce como "interruptores de circuito" que permitieron suspender de manera automática las ruedas al acumularse caídas superiores al 7 por ciento en pocas horas. De no conjurar esa crisis, la especulación y el nerviosismo habrían  llevado a que grandes, medianos y pequeños inversionistas se arruinaran. Como era de esperarse, esas dos jornadas negras lastraron las bolsas de todo el mundo el lunes y jueves.

La economía cambia rápidamente. No hay que olvidar que el año pasado el ministro de Hacienda de China recorrió varios países, entre ellos algunos latinoamericanos, siendo recibido como una especie de ‘mesías’. En Rusia se hicieron grandes ilusiones con el proyecto de venderle gas por 400.000 millones de dólares mediante un largo y costoso gasoducto que financiarían los asiáticos y movería el combustible desde Siberia hasta ese país. El negocio hoy está en veremos por cuanto Pekín alega que no puede pagar los precios pactados.

Otro ejemplo: Venezuela en estos momentos depende en gran medida de China para subsistir. No solamente es su principal comprador de crudo, sino que se calcula que más de la mitad de su deuda externa la tiene comprometida con la potencia asiática.

En el caso de Brasil, esa crisis se tornó en un verdadero dolor de cabeza para la presidenta Dilma Rousseff, puesto que se trata del primer socio comercial. Numerosos proyectos de desarrollo y obras de infraestructura pactadas con China se han suspendido y hoy el vecino país se encuentra ya en recesión. Hasta Argentina mantiene las barbas en remojo por cuenta de los negocios con esa potencia.

No se sabe aún si la crisis del gigante asiático tocó fondo, por lo que la desconfianza agita con mortal pesimismo las economías y bolsas internacionales. Es evidente que Pekín intenta frenar la descolgada pero no será nada fácil, pues tiene elementos estructurales que no se solucionarán de un plumazo ni en corto plazo.