El vacío de Gorbachov | El Nuevo Siglo
Martes, 30 de Agosto de 2022

El fin de la historia…

Lo que va de su liderazgo a Putin

 

 

Para Occidente, Mijaíl Gorbachov es sin duda uno de los grandes íconos del siglo XX. En efecto, al proponer la modernización política y el ajuste del modelo económico en la Unión Soviética (perestroika y glasnost), produciendo además un acercamiento con las democracias occidentales, removió los cimientos de la Guerra Fría y generó un escenario que llevó a un nuevo orden mundial.

Es fácil recordar en esa dirección el aire fresco del liderazgo de Gorbachov, frente a lo que el mundo había visto en la autoritaria y sanguinaria figura de Stalin, la incertidumbre que solía rodear a Kruschev, el pesado personaje que representaba Brezhnev y las sombras que siempre cobijaron a Chernenko y Andropov. Por eso cuando apareció Gorbachov, al lado de su siempre sonriente esposa Raisa, el mundo respiró y pudo presumirse que había llegado la hora de dejar atrás el comunismo y la Guerra Fría.

Todo ello, además, con líderes occidentales de primera talla como Ronald Reagan y Margaret Thatcher, siempre imbuidos de unos principios democráticos insobornables y convencidos de que ningún régimen que se soportara en la represión a las libertades podría producir frutos de bendición.

Al mismo tiempo, naturalmente, con un pontífice de la dimensión de Juan Pablo II, el papa polaco, que había sufrido en su juventud los desmanes del comunismo, y que hizo del cambio del régimen en su patria uno de sus propósitos principales, encontrado a los efectos un aliado inolvidable en el líder sindical Lech Walesa.

Pero al llegar Gorbachov al Kremlin nadie alcanzó a sospechar, tampoco, que el contundente fracaso del comunismo hubiera llegado a tal nivel de erosión política y económica. De modo que, aunque el líder soviético vio en los acercamientos a Occidente una alternativa para sufragar la crisis interna de la URSS, así como la de sus países satélites en la Europa Oriental, era ya poco lo que se podía hacer.

Fue entonces cuando, al presionar los cambios, hubo de dimitir en medio de un golpe de Estado que no logró consolidarse. De hecho, en las naciones satélites fueron cayendo, uno a uno, los títeres del Kremlin, y en Alemania el pueblo derribó el Muro de Berlín, dando al traste con una época marcada por el más acérrimo divisionismo y la persecución a todo lo que tuviera el más mínimo olor a democracia y libertad.

Fue tal el impacto de estos hechos que un académico de la categoría de Francis Fukuyama proclamó “el fin de la historia”. Es decir, que con el triunfo de la democracia y el capitalismo, después de décadas en que siempre estuvo presente la hecatombe nuclear como una alternativa inmediata, era una realidad que todos los países iban a entrar en la misma órbita, con una Europa gobernada bajo la misma égida y sin las aventuras revolucionarias fomentadas desde el Kremlin, durante tantos años.

Gorbachov murió ayer a los 91 años, después de alrededor de más de tres décadas de haber dejado el poder.

Hoy, desde luego, ya no se habla del “fin de la historia”. Posteriormente a la caída del comunismo vino la eclosión de Yugoeslavia; “el choque de las civilizaciones”, planteado por el académico Samuel Huntington, que llevó al apogeo del fundamentalismo islámico del 11-S y sus secuelas mundiales; al terrorismo de los radicales que se aglutinaron en torno del Estado Islámico; y ahora a la invasión rusa a Ucrania que pretende derivar en la modificación del orden mundial; así mismo con la China de nueva superpotencia al lado de Estados Unidos.

Hacía tiempo, pues, que Mijail Gorbachov había dejado de ser la figura preponderante del Kremlin. En la actualidad, y desde hace dos décadas -como se sabe- esa figura es la de Vladimir Putin. A su fallecimiento valdría entonces preguntarse con un profundo sentido democrático ¿cuántos personajes del tipo de Gorbachov hacen falta en el mundo mientras que sobran tantos similares a Putin?