Estado fuerte o caudillo | El Nuevo Siglo
Miércoles, 17 de Julio de 2013

Mario Laserna Pinzón se singulariza, entre otros colombianos de su tiempo, por ser un fervoroso estudioso de las ideas que a su juicio habían conmovido al mundo e influido de manera determinante en las sociedades. En ocasiones penetraba el entramado del hilo conductor de los hechos e ideas de forma sutil, que no todos percibían y que él conseguía con paciencia y sistema descifrar. Lo distinguía una  curiosidad intelectual inagotable, que al mismo tiempo coincide con su interés  por la realidad política de Colombia. Lo mismo le podía interesar  Parménides y Heráclito, que  Bergson o Montaigne, Hegel, Nietzsche o Kant, principalmente el último, en el que se inspiraba en sus escarceos sobre la paz, como en numerosos y valiosos autores en los que solía sumergirse, hasta llegar a conocer su vida y sus ideas a fondo.  El filósofo presocrático Parménides le llamaba vivamente la atención por su influjo en otros filósofos  y la lozanía  de sus ideas que de alguna manera sobreviven a lo largo de los siglos. Sus compañeros de viaje en esa tan rica  y  dilatada existencia fueron los grandes pensadores de todos los tiempos. Lo mismo que le apasionaban temas de ciencia como la teoría de la relatividad de Einstein, sabio al que había tratado y por el que profesaba gran admiración. En charlas ocasionales con amigos, intelectuales o políticos, se refería a esos hombres notables que más han influido en la humanidad, sin dejar un legado escrito, pero que sus discípulos por generaciones difunden sus ideas o las malinterpretan. Le dedicó tiempo a los planteamientos contestatarios del  jesuita Teilhard de Chardin, lo que hacía que los conservadores ortodoxos le viesen como un hereje, inclinación  que le sirvió de puente con el M-19, cuyos jefes amnistiados no los habían leído,  pero el autor francés  les sonaba a contestatario y disolvente. Así que representó al M-19 en la Constituyente, con la misma parsimonia que en una época dirigió La República, bajo la orientación conservadora de Mariano Ospina Pérez.

Mario Laserna, como les suele ocurrir a los  que se familiarizan a fondo con la cultura europea y universal, al  tiempo  que  constatan  la atonía intelectual de nuestras gentes  y la ignorancia que prevalecía por estos lares, entendía que para alcanzar la convivencia era esencial elevar la condición del colombiano raso  por medio del estudio, de la formación en valores y así aguzar la natural inteligencia  de nuestro pueblo. Ejerció una poderosa magistratura en pro de la educación,  que a su juicio sería el gran motor para dar el salto al desarrollo. Estaba convencido de que se  necesitan  más y más  escuelas. Como otros colombianos que en su juventud vivieron los efectos de la II Guerra Mundial, manifestaba una gran admiración por los Estados Unidos como potencia y por la educación de tipo anglosajón, que contrastaba con el modelo pedagógico  local que se centraba en al aprendizaje memorizado. La erudición nemotécnica sin capacidad de análisis le parecía que tendía a frustrar a  la Universidad en Colombia. Y por su pasión por la filosofía y la ciencia se inspiraba en éstos y en los germanos. Necesitamos que la gente piense, que analice, que saque sus propias conclusiones, para que pueda asumir sus responsabilidades.  

El tema de la formación de la conciencia histórica le parecía esencial para que los colombianos pudieran entender su incorporación a la civilización occidental, en un país donde son escasas las fuentes para rastrear los hechos, raras las biografías de los más notables, pobres los documentos y poco confiables las memorias de los funcionarios. En donde personas de cierto nivel piensan que el mundo comienza en 1810. Por lo menos en España se enseña historia de España. En Estados Unidos, de Estados Unidos, en Argentina o Ecuador, de Argentina o Ecuador. Aquí se suprimió la historia nacional de la educación superior. Nada fácil implementar el análisis en una sociedad dominada por el afán de memorizar fórmulas, incisos, decretos y sentencias de pedagogos y abogados, que, desde la Colonia,  repiten como letanías y supuestos axiomas, en extensos memoriales que nunca terminan; con pleitos  que  heredan de unos a otros clientes y  litigantes, por la morosidad de la justicia. Romper con esa mentalidad arcaica con la que se tropieza en la Universidad y la Academia, cuando se insiste en el análisis, era una de sus obsesiones. Son más poderosas las fuerzas telúricas que tienden a regodearse en lo manido.  La exclusión del análisis por sistema en el estudio de la historia es una barbaridad. Catedrático que exige un poco más de análisis no gusta. Así  que busca la forma de romper ese formidable obstáculo formalista educativo para liberar de ataduras mentales a los colombianos. No es casual que la Universidad de los Andes produzca las investigaciones y estudios más valiosos de historia nativa, de antropología, en ocasiones con tesis de grado de estudiantes o profesores de universidades de Estados Unidos o Europa.

Hasta que se da  el momento crucial en el  cual Mario Laserna resuelve fundar la Universidad de los Andes con un puñado de selectos amigos, entre los que se cuentan Alberto Lleras y Nicolás Gómez Dávila, una Universidad al estilo anglosajón, en donde las humanidades se combinen con la ciencia y la tecnología, para lo que se podrían aprovechar una serie de notables profesores que se habían quedado sin trabajo en Europa después de la II Guerra Mundial.  Esa le parecía que había sido su principal obra y misión en la vida. Se sabe que antes de crear la Universidad de los Andes ya estaba en contacto con sus amigos europeos en busca de talentos, expertos y sabios, que viniesen al país y le ayudasen a crear la Universidad. Comprendía  que otros se formaran en el sistema universitario  en boga, pero había que ofrecer una alternativa distinta que contribuyese de manera decisiva a transformar el país, formar una clase dirigente de humanistas y técnicos al estilo de las sociedades más avanzadas.  Los hechos le darían la razón.

Entre los escritos suyos  más polémicos y que más se recuerda es el del Estado Fuerte o Caudillo, tema que lo obsesiona a lo largo de los años. Al abordarlo, pocos advierten que deja a un lado un problema crónico, sin partidos ni instituciones fuertes la democracia no funciona y un caudillo sin seguidores organizados, escasamente manda. Mas el poder no es solo para mandar, es para hacer. Quizá lo que quería en el fondo era más administración que Estado, en cuanto era demasiado kantiano para caer en la conservadora fórmula de Hegel.