Globalización comercial | El Nuevo Siglo
Jueves, 13 de Octubre de 2011

* Colombia, 13 tratados con 49 países
* El mundo, un mercado supranacional


El visto bueno del Legislativo norteamericano al Tratado de Libre Comercio (TLC) entre Colombia y Estados Unidos constituye, sin duda, una buena noticia para el país. Se trata del paso más importante de nuestra nación para entrar de lleno en la globalización económica.
Es claro que este acuerdo junto al ya negociado, y en proceso de ratificación, con la Unión Europea, son las dos apuestas más ambiciosas de Colombia por acceder a los más prósperos mercados del planeta y, sobre todo, los de más alto ingreso per cápita y capacidad de consumo.
Pero la apertura no queda allí. El Gobierno recordaba la semana pasada que nuestro país tiene firmados, negociados o en proceso 13 tratados de libre comercio con 49 países. Recientemente, por ejemplo, entraron en vigencia los pactos con Suiza y, uno de los más importantes, Canadá. También se va ya en la quinta ronda de tratativas con Corea del Norte. Igualmente hay avances con Panamá y están en la mira Turquía y Australia. Asimismo, se ultiman detalles para el acuerdo de complementación económica con Venezuela, nuestro segundo socio comercial, en tanto que con Japón se conversa para un Acuerdo de Cooperación Económica así como con la propia China.
Como se sabe, tender puentes de intercambio de productos, bienes y servicios con el Asia-Pacífico es una de las metas más ambiciosas para toda Latinoamérica, y en ese objetivo Colombia, México, Perú y Chile apuestan en primer término a consolidar la llamada Área de Integración Profunda, que será una especie de puntal de proa para ‘desembarcar’ con pie derecho en las economías y mercados de la otra orilla oceánica.
Como se ve, enrutarse hacia la globalización comercial ya no es una alternativa, sino un camino casi obligatorio. Hasta los países con economías estatizadas y con sistemas políticos más cerrados han implementado mecanismos que les permiten, hacia el exterior, competir con igualdad de condiciones a las naciones de corte capitalista, sistemas productivos abiertos y regidos por el libre comercio.
En ese orden de ideas es claro que resultan anacrónicas las discusiones en torno de si es viable seguir por el sendero de conseguir acuerdos comerciales para el acceso a mercados y consumidores de todo el mundo, y la correspondiente contraprestación en materia de llegada de productos extranjeros. La misma Organización Mundial del Comercio reconoce que es imposible ya dar un paso atrás en el progresivo derribo de las barreras fronterizas al intercambio de productos, bienes y servicios, y advierte que lo importante es la capacidad nacional, continental y global para regular esos mercados, adoptar mecanismos que impidan afectaciones peligrosas y de alto impacto económico, social, político y poblacional. En otras palabras, la globalización comercial está convirtiendo al planeta en un mercado supranacional del cual es prácticamente inimaginable abstraerse. Así las cosas, hoy la capacidad de un país para competir en ese nuevo escenario se debe medir en a cuántos millones de consumidores tiene acceso a través de su intercambio comercial. Negar esa realidad resultaría no sólo ingenuo sino, como ya se dijo, abiertamente anacrónico.
La hoja de ruta, pues, está en la nivel de diplomacia política y comercial que tenga cada país para establecer cláusulas de salvaguarda, mecanismos de protección, sistemas de cobertura arancelaria y cambiaria y, claro está, de subsidios focalizados e incentivo local que le permitan proteger de la internacionalización comercial a sus nichos productivos más sensibles o débiles, sobre todo en un mundo cada vez más competitivo y tecnificado.
No hay acuerdo de libre comercio donde ambas partes ganen en todo. Es obvio que hay puntos fuertes y débiles, y en buscar un pacto lo más equilibrado posible está la diplomacia comercial, que hoy por hoy termina siendo tanto o más importante que la geopolítica.
Hay nuevas reglas del juego en materia de comercio mundial. Enconcharse o encerrarse para esquivar esa realidad es, simple y sencillamente, suicida. Colombia, por fortuna, apuesta a lo contrario.