La cohabitación | El Nuevo Siglo
Martes, 22 de Diciembre de 2015

Lecciones electorales en España

Adecuación institucional a la realidad

Los resultados de las elecciones españolas pueden verse de múltiples maneras. Y cada cual lo hace de acuerdo a como más le convenga a su óptica. Para nosotros, entre las diferentes alternativas, el concepto es el de que los últimos comicios han determinado el fin de la transición democrática.

En efecto, luego de la muerte de Francisco Franco, España entró en una era bipartidista, con dos ideologías de centro enfrentadas por la derecha y la izquierda, alternándose el poder dentro de los cánones constitucionales adoptados.

Si bien ello, desde luego, sirvió para proclamar el establecimiento de la democracia, igualmente se transmutó en lo que llaman el “turnismo” o la partidocracia. En ese periodo, España derrotó al  separatismo, lo mismo que pudo situarse dentro de las economías importantes de Europa, con el euro de moneda única y también participando de la alianza militar de la posguerra mundial.

Durante la época, España logró volverse milagro económico, antes de entrar en la crisis que aún pervive, y se incorporó a las tesis del mercado con base en los criterios de la Unión Europea. Al mismo tiempo, sin embargo, los escándalos de corrupción se hicieron presentes en los últimos 30 años, tanto en el Partido Socialista (PSOE) o el Partido Popular (PP). En el lapso, de la misma manera, España logró contar con los ejecutivos mejor pagados de Europa y alcanzó a estar en el centro de las decisiones.

La última crisis económica, surgida en 2008, hizo de algún modo que España volviera a la periferia y que fuera clasificada al lado de países con economías problemáticas como Grecia y Portugal.

La última gestión del Partido Popular, sin embargo, ha mostrado una indudable recuperación de los indicadores económicos, no obstante afectados por los escándalos de corrupción ya dichos, inclusive en algún caso de la corona hispánica y el gravísimo de los nacionalismos catalanes, en cabeza del veterano y emblemático Jordi Pujol.

Las elecciones del pasado domingo premiaron, a no dudarlo, al Partido Popular en su gestión económica, pero lo castigaron por los casos de corrupción. Ese castigo fue peor, incluso, para el Partido Socialista que obtuvo los peores registros electorales de la historia reciente. Esto permitió, a su vez, que disidencias de derecha e izquierda, como Ciudadanos y Podemos, irrumpieran con fuerza, no obstante sin destronar a los partidos preeminentes y encarnando las voces del cambio.

Es obvio, ciertamente, que el bipartidismo venía fracturándose desde hace unos años y que la ruta de la transición democrática exigía un nuevo escenario que podría llamarse de democracia plena, luego de la hecatombe de la Guerra Civil española y las varias décadas de dictadura férrea.

Las elecciones, pues, han dejado a España con un problema de gobernabilidad. Esto, como está dicho, puede tomarse como una crisis o una oportunidad. Nadie desconoce, por supuesto, que España es un pueblo reconocido en el mundo, no sólo por su historia y su cultura, sino por el apasionamiento. De modo que no es fácil, mucho menos en política, llegar a posiciones intermedias. Que son, precisamente, las que reclama el momento y pueden, en cambio, dispersarse en medio del radicalismo consuetudinario.

En principio, en todo caso, lo que se requiere es pasar del bipartidismo acérrimo a la posibilidad de las coaliciones, como ocurre en todas partes del mundo. Podría incluso España acoger la tesis de la cohabitación, como en Francia, donde se permite, como acaba de pasar, que partidos de centro derecha y centro izquierda se coaliguen para derrotar a la extrema derecha. De hecho, en regímenes bipartidistas por excelencia, como en Estados Unidos, hay ministros del partido Republicano en un gobierno del partido Demócrata, liderado por Barack Obama.

En Colombia, asimismo, el bipartidismo hace tiempo dejó de preponderar y desde hace décadas es común ver gobiernos de coalición o alianzas interpartidistas.

En estos días, pues, España está abocada a las coaliciones, como sucedió en las elecciones regionales anteriores. Dos son las cosas básicas que se requieren para no perder el norte: una, salvaguardar la economía de la politización; y dos, generar las reformas institucionales pertinentes para la transición hacia el nuevo escenario.

Hoy en día, de acuerdo con las leyes españolas, si en dos meses no se ha logrado un gobierno de coalición, tendrá que llamarse de nuevo a elecciones. Se hacen todo tipo de cábalas en un clima enrarecido, donde los líderes de los partidos vienen de insultos y de casi de no poderse ni saludar. Bajo esa plataforma temperamental lo único viable es plantear capítulos programáticos conjuntos, lo que en todo caso no se vislumbra fácil dentro de un ambiente tan caldeado.

De lograrse la cohabitación, España tiene que prepararse institucionalmente para el escenario político futuro. En tal dirección, parecería indispensable establecer la institución del balotaje, con una primera y segunda vueltas electorales, de modo que existan salidas naturales al bloqueo que hoy se presenta en todos los flancos. Entretanto, con una situación económica tan difícil, lo único aconsejable es la serenidad y la sindéresis a fin de producir la verdadera transición democrática, con múltiples alternativas en el espectro.